Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

miércoles, 30 de septiembre de 2009

La campaña y la verdad no son lo mismo

El día de campaña
Un día, mientras caminaba por la calle, un dirigente de un importantepartido político es trágicamente atropellado por un camión y muere. Su almallega al Paraíso y se encuentra en la entrada a San Pedro en persona.
- "Bienvenido al Paraíso, -le dice San Pedro-. Antes de que te acomodes,parece que hay un problema. Verás, muy raramente un alto político ha llegado aquí y no estamos seguros de qué hacer contigo. Lo que haremos será hacerte pasar un día en el Infierno y otro en el Paraíso, y luego podrás elegir dónde pasar la eternidad."
Y con esto San Pedro acompaña al político al ascensor y baja, baja hastael infierno. Las puertas se abren y se encuentra justo en medio de un verdecampo de golf. A lo lejos hay un club y de pie delante de él están todos sus amigos políticos que habían trabajado con él, todos vestidos con traje de noche y muy contentos. Corren a saludarlo, lo abrazan y recuerdan los buenos tiempos en los que se enriquecían a costa del pueblo. Juegan un agradable partido de golf y luego por la noche cenan juntos en el Restaurante Gourmet del club con langosta. Comparten la noche con hermosísimas y liberales jovencitas. Se encuentra también al Diablo, que de hecho es un tipo muy simpático y se divierte mucho contando chistes y bailando. Se está divirtiendo tanto que, antes de que se de cuenta, es ya hora de irse. Todos le dan un apretón de manos y lo saludan mientras sube al ascensor. El ascensor sube, sube, sube, y se reabre la puerta del Paraíso donde San Pedro lo está esperando.
- "Ahora es el momento de pasar al Paraíso."Así que el político (inescrupuloso, ciertamente), pasa las 24 horassucesivas pasando de nube en nube, tocando el arpa y cantando. Antes de que se de cuenta, las 24 horas ya han pasado y San Pedro va a buscarlo.
- "Ya has pasado un día en el Infierno y otro en el Paraíso. Ahoradebes elegir tu eternidad."El Hombre reflexiona un momento y luego responde:
- "Bueno, el Paraíso ha sido precioso, pero creo que he estado mejoren el Infierno."Así que San Pedro lo acompaña hasta el ascensor y otra vez baja, baja, baja,hasta el Infierno. Cuando las puertas del ascensor se abren se encuentra enmedio de una tierra desierta cubierta de estiércol y desperdicios. Ve a todos sus amigos vestidos con trapos, recogiendo los desperdicios y metiéndolos en bolsas negras. El Diablo lo alcanza y le pone un brazo en el cuello.
- "No entiendo, -balbucea el político-. Ayer estuve aquí y había lindas mujeres, un campo de golf y un club, y comimos langosta y caviar, y bailamos y nos divertimos mucho. Ahora todo lo que hay es un terreno desértico lleno de porquerías..., y mis amigos parecen unos miserables."
El Diablo lo mira, sonríe y dice:
- "Ayer estábamos en campaña. Hoy..., ya votaste por nosotros..."
(Anónimo)

martes, 29 de septiembre de 2009

El daño de la mentira y la calumnia


El saco de plumas
Cuentan que una vez hubo un hombre que rodio por la envidia ante los éxitos de su amigo, le calumnió gravemente.tiempo después se arrepintió de la ruina que había ocasionado a su amigo con sus calumnias, y fue a confesarse.
Una vez en el confesionario y después de haber confesado su pecado, pecado grave contra el séptimo mandamiento, como le dijo su confesor, pues usted le ha robado a su amigo, el valor mas grande que una persona tiene ante la sociedad, como su dignidad, su reputación, su derecho a la buena fama, y contra el octavo Mandamiento, pues lo que usted dijo de el son solo calumnias.
Le preguntó al sacerdote: "¿Cómo puedo reparar todo el mal que he hecho a mi amigo? ¿Qué puedo hacer?. a lo que el sacerdote le respondió: "Tome un saco lleno de plumas y suéltelas por donde quiera que vaya. y una vez que lo haya hecho, vuelva. Y que Dios lo acompañe.
El hombre muy contento ante aquel mandato tan fácil empezó a pasearse por las calles lanzando al aire las plumas que llevaba en el saco. cuando lo vació todo volvió a la iglesia en busca del sacerdote con el que se había confesado y lleno de satisfacción le dijo: "padre: ya he hecho lo que me mandó esta mañana". Pero el sacerdote le dijo: "No hijo, esa es la parte mas fácil. Ahora debe volver a las mismas calles en las que las soltó, e ir recogiéndolas una por una, hasta que vuelva a tener el saco lleno, y luego vuelva a verme". Y que Dios lo acompañe.
El hombre se sintió muy triste, pues sabía lo que eso significaba. Y por mas empeño que puso no pudo juntar casi ninguna.
Al volver a la Iglesia, se lo explicó al sacerdote con una profunda pena y un verdadero arrepentimiento, pero éste le dijo: "Así como no pudo juntar las plumas que usted soltó porque se las llevó el viento, así mismo la calumnia que usted lanzó contra su amigo, voló de boca en boca y su amigo jamás podrá recuperar todo la fama, la reputación que usted le quitó.
Lo único que usted puede hacer es pedirle perdón a su amigo, y hablar de nuevo con todas aquellas personas ante las que lo calumnió, diciéndoles la verdad, para reparar así en la medida de lo posible el daño que le ha causado a su amigo y para tratar de restituirle en la medida que pueda su fama, su reputación".
(Anónimo)

lunes, 28 de septiembre de 2009

La esperanza es necesaria

Cinco en una vaina
Cinco guisantes vivían apretujados en una vaina. Allí dentro, todo era tan verde que creían que el mundo también lo era. Como pasaban mucho tiempo juntos, hacían grandiosos planes para el futuro.
Llegó la primavera, y la vaina y los guisantes cambiaron del verde al amarillo. Y cierto día un niño abrió la vaina y lanzó los guisantes por los aires, como si fueran proyectiles. Los dos mayores fueron a parar al buche de una paloma, mientras los dos menores acabaron en un vertedero, donde se inflaron con sus sucias aguas hasta explotar.
Pero el del medio llegó hasta la ventana de una buhardilla, donde un mullido musgo lo acogió con dulzura. Allí vivía una pobre mujer que había perdido toda esperanza porque su hija se debatía entre la vida y la muerte. Cierto día la joven se dio cuenta de que algo golpeaba los cristales. Logró levantarse con dificultad y vio unas flores rojas y blancas que le acariciaron el rostro. ¿De dónde habían salido?A partir de entonces la joven cuidó la planta con afecto.
Pasaron los días y la madre recuperó la esperanza porque veía que su hija sanaba: tenía alguien a quien cuidar. Y una hermosa mañana la planta se llenó de bonitas vainas verdes y la joven recuperó el brillo de sus ojos.
(Andersen)

domingo, 27 de septiembre de 2009

Tener un boleto de primera y olvidarlo

EL PANADERO ESPAÑOL
Durante la guerra civil española, muchos españoles emigraron a México. Entre ellos vino un joven de dieciocho años: Venancio Fernández. El único problema que no tuvo durante la penosa travesía era tener que pagar exceso de equipaje. Pues sólo traía dos camisas y un pantalón remendado.
Llegó a Veracruz, donde comenzó a trabajar en una tienda de ultramarinos de un tío suyo. Años después se casó y puso una panadería en la ciudad de Puebla. Con mucho sacrificio, esfuerzo y ahorro logró reunir cierto capital y se trasladó a la Cd. de México con toda su familia, donde continuó su trabajo de panadero.
Ahora la gente ya no le llamaba Venancio. Ahora era don Venancio. Persona honorable y respetable y ahorraba lo más posible. Al cumplirse veinte años de su llegada a México, una agencia de viajes le habló de lo económico que le resultaría llevar a toda su familia a España, en un viaje por barco. Había un boleto familiar especial y no debía dejar pasar la oportunidad.
La esposa de don Venancio, que aprovechaba todas las ofertas, convenció a su marido para que gastara sus ahorros en ese plácido viaje a España. Sin embargo don Venancio, queriendo ahorrar lo más posible en el trayecto marítimo, antes de embarcarse en Veracruz, hizo en su panadería unos panes especialmente grandes, compró quince kilos de queso, y se embarcó rumbo a la tierra de sus antepasados.
El primer día comieron gustosos el fresco pan con una suave rebanada de queso. Al día siguiente estaban todavía tan emocionados que no tuvieron reparo en repetir el mismo menú. Luego comieron queso con pan, al otro día queso, pan y queso. En esos días su rostro tenía ya el color amarillento del queso. Para entonces ya nadie se les acercaba, creyendo que padecían hepatitis.
La esposa de don Venancio, después de pasar los días con este único alimento lo convenció de celebrar la llegada a España con una abundante y rica comida en el restaurante de primera clase del barco. Lo único que creían como certero era que esa tarde no probarían ya pan y queso.
- ¿Dónde está el restaurante de primera? -Pregunto don Venancio a un comandante de la tripulación.
- Permítame ver su boleto. -Inquirió el oficial.-¡Caramba!
Yo voy a pagar, que para eso me he matado trabajando veinte años.-Contestó don Venancio.
- Perdón, pero al restaurante de primera, sólo pueden entrar los pasajeros con boleto de primera. -Respondió el oficial
Con cierto enfado don Venancio sacó de su bolsillo el boleto arrugado y con un olor a queso y se lo entregó al oficial.
Cuando el oficial terminó de revisar el boleto, dijo con asombro:
-Caray, don Venancio, su familia tiene un boleto de primera clase. ¡Su boleto incluye las tres comidas en el restaurante de primera durante toda la travesía!
Fin
(Autor desconocido)

sábado, 26 de septiembre de 2009

La felicidad es algo que uno decide con anticipación

La señora Pepita, bien equilibrada y orgullosa, de 92 años de edad, completamente lista cada mañana a las 8 en punto, con su cabello peinado al estilo de peluquería y un maquillaje perfectamente aplicado, aún siendo casi ciega, se mudó hoy para un asilo de ancianos.
El que había sido su marido durante 70 años, había muerto recientemente, obligando a que esta mudanza fuera necesaria. Después de muchas horas de esperar pacientemente en la recepción del asilo de ancianos, ella sonrió muy dulcemente cuando le avisaron que su habitación estaba lista.
Mientras maniobraba su andador hacia el ascensor y yo le iba dando una descripción detallada de su pequeño cuarto, incluyendo las sábanas y cortinas que habían sido colgadas en su ventana, dijo: me encantan, con el entusiasmo de un chiquillo de 8 años al que acaban de mostrar un nuevo cachorro.
-Sra. Pepita, usted aún no ha visto el cuarto... espere.
- Eso no tiene nada que ve, contestó. La felicidad es algo que uno decide con anticipación. El hecho de que me guste mi cuarto o no me guste, no depende de cómo esté arreglado el lugar, depende en como yo arregle mi mente.Ya había decidido de antemano que me encajaría. Es una decisión que tomo cada mañana al levantarme. Estas son mis posibilidades: puedo pasarme el día en cama, enumerando las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan, o puedo levantarme de la cama y agradecer por las que sí funcionan. Cada día es un regalo y, durante el tiempo que mis ojos se abran, me enfocaré en el nuevo día y en las memorias felices que he guardado en mi mente... sólo en este momento de mi vida. La vejez es como una cuenta bancaria... uno extrae de lo que ha depositado en ella. Entonces, mi consejo para ti sería que deposites gran cantidad de felicidad en la cuenta bancaria de tus recuerdos.
(Anónimo)

viernes, 25 de septiembre de 2009

Nosotros decidimos

El regalo de los insultos
Cerca de Tokio vivía un gran samurai, ya anciano, que ahora se dedicaba a enseñar el budismo zen a los jóvenes. A pesar de su edad, corría la leyenda de que aún era capaz de derrotar a cualquier adversario.
Cierta tarde, un guerrero, conocido por su total falta de escrúpulos, apareció por allí. Era famoso por utilizar la técnica de la provocación: esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y, dotado de una inteligencia privilegiada para captar los errores cometidos, contraatacaba con velocidad fulminante.
El joven e impaciente guerrero jamás había perdido una lucha. Conociendo la reputación del samurai, estaba allí para derrotarlo y aumentar así su fama.Todos los estudiantes se manifestaron en contra de la idea, pero el viejo aceptó el desafío.
Fueron todos hasta la plaza de la ciudad, y el joven comenzó a insultar al viejo maestro. Arrojó algunas piedras en su dirección, le escupió a la cara, gritó todos los insultos conocidos, ofendiendo incluso a sus antepasados. Durante horas hizo todo lo posible para provocarlo, pero el viejo permaneció impasible. Al final de la tarde, sintiéndose ya exhausto y humillado, el impetuoso guerrero se retiró.
Decepcionados por el hecho de que su maestro aceptara tantos insultos y provocaciones, los alumnos le preguntaron:
- ¿Cómo ha podido usted soportar tanta indignidad? ¿ Por qué no usó su espada, aún sabiendo que podía perder la lucha, en vez de mostrarse cobarde ante todos nosotros?
- Si alguien se acerca a tí con un regalo, y tú no lo aceptas, ¿a quien pertenece el regalo? preguntó el samurai.
- A quien intentó entregarlo - respondió uno de los discípulos.
- Pues lo mismo vale para la envidia, la rabia y los insultos - dijo el maestro. Cuando no son aceptados, continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.
(Paulo Coelho)

jueves, 24 de septiembre de 2009

Bondad y agradecimiento

Un muchacho pobre vendía mercancías de puerta en puerta para pagar su escuela. Y resultó que un día, después de una jornada entera de trabajo, se encontró con los bolsillos y el estómago vacíos. Rendido por la fatiga, decidió pedir comida en la siguiente casa que tocara. Pero sus nervios lo traicionaron cuando una linda jovencita salió a abrirle la puerta. Sólo fue capaz de pedirle un poco de agua. La chica miró su aspecto. Parecía hambriento. Y, en vez de agua, le trajo un gran vaso de leche. Él lo bebió despacio, y después le preguntó: “¿Cuánto le debo, señorita?”. “No me debes nada –contestó ella—. Mi madre siempre nos ha enseñado a no aceptar nunca un pago por una caridad”. El joven le dijo: “Entonces, te lo agradezco de todo corazón”. Cuando el joven se fue de la casa, se sintió un poco reestablecido físicamente y, sobre todo, notó que había aumentado su fe en Dios y en la bondad de los hombres. Había estado a punto de rendirse y de abandonarlo todo. Este joven se llamaba Howard Kelly.
Años después, la muchacha enfermó gravemente. Los doctores del lugar estaban confundidos porque se trataba de una enfermedad bastante rara, y decidieron mandarla a la capital para que la vieran los mejores especialistas. Uno de los médicos que la atendió se interesó mucho del caso y prometió hacer todo lo posible para salvar su vida. Después de una larga lucha contra la enfermedad, por fin, ganó la batalla.
El doctor pidió a la administración del hospital que le enviaran la factura total de los gastos para aprobarla. Y después le envió la cuenta a la enferma. La chica tenía mucho miedo abrirla porque sabía que las consultas, intervenciones quirúrgicas y medicinas de su tratamiento habían sido sumamente costosas, y ella no tenía aquella cantidad. Sólo con las ganancias del resto de su vida podría pagar todos aquellos gastos. Finalmente dio un hondo suspiro y abrió el sobre. La factura decía: “Totalmente pagado desde hace muchos años... con un vaso de leche. Firmado: Dr. Howard Kelly”. Lágrimas de alegría inundaron los ojos de la muchacha y, con el corazón rebosante de felicidad, dio gracias a Dios y al doctor Kelly por tanta caridad y benevolencia.(Anónimo)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Cuando merecer el amor….

Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte. Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos. Joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura. Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia. Cuando le llegó el momento de hablar, dijo:
-"Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco mi sacrificio como prueba de amor... Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas...Esa es mi dote..."
La princesa, conmovida por semejante gesto de amor, decidió aceptar: -"Tendrás tu oportunidad: Si pasas la prueba, me desposaras".
Así pasaron las horas y los días. El pretendiente estuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer un momento. De vez en cuando la cortina de la ventana real dejaba traslucir la esbelta figura de la princesa, la cual, con un noble gesto y una sonrisa, aprobaba la faena. Todo iba a las mil maravillas. Incluso algunos optimistas habían comenzado a planear los festejos.
Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona habían salido a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.
Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario camino, un niño de la comarca lo alcanzó y le preguntó a quemarropa: -"¿Qué fue lo te que ocurrió?...Estabas a un paso de lograr la meta...¿Por qué perdiste esa oportunidad?... ¿Por qué te retiraste?..."
Con profunda consternación y algunas lagrimas mal disimuladas, contesto en voz baja: -"Mi amada princesa no me ahorró ni un día de sufrimiento...Ni siquiera una hora... No merecía mi amor...".
(Anónimo)

martes, 22 de septiembre de 2009

Lo que pasa inadvertido en la tierra…

Faustino tenía, al igual que otros enfermos profundos, su "bolsa del tesoro" - una bolsa que contenía todas sus pertenencias que él llevaba a todas partes. A diferencia de la bolsa del tesoro de otros enfermos, compuesta por toda clase de cachivaches, cartas, restos de comida, la bolsa de Faustino contenía exclusivamente un mango de paraguas y una foto con un marco. Nadie estaba seguro de donde había sacado ni uno ni otra, y cuando le preguntaban por la foto el contestaba lacónicamente "madre". No estaba claro si el retrato realmente era una fotografía de su madre o era simplemente la foto que venía incorporada al marco, pero lo cierto es que Faustino la identificaba plenamente como su madre.
La rutina de Faustino era todos los días la misma: se marchaba al jardín del hospital, se sentaba cerca de un árbol en el límite entre el sol y la sombra y extraía de su bolsa el retrato. Lo miraba pausadamente, con cariño, lo besaba y posteriormente lo depositaba con sumo cuidado de nuevo en la bolsa. A continuación, sacaba el manco de paraguas y lo contemplaba a la luz del sol. Le daba vueltas y lo observaba desde todas las direcciones posibles, embelesado. La rutina continuaba hasta que llegaba la hora de comer. En cierto modo, Faustino era plenamente feliz pues estaba totalmente entregado a estos dos objetos y amaba con todo su ser lo que poseía, y no necesitaba nada mas. Era una relación especial : Faustino y su manguito de paraguas, el manguito de paraguas y Faustino, y siempre la foto de la madre.
En esa época llegó al hospital un niño de 15 años, Luisito, retrasado mental. Su ingreso vino ordenado por "la superioridad", pese a que no es un hospital preparado para recibir subnormales. Su madre está gravemente enferma y ya no se puede hacer cargo de él. A Luisito se le ingresa en la unidad de profundos, probablemente la más segura para él de todo el hospital. Sin embargo, no puede dejar de llorar recordando a su madre.
Faustino, pese a sus limitaciones, es una persona que no puede soportar el sufrimiento de otro y se acerca a él, tratando de consolarle, pero Luisito sigue llorando. Tras unos momentos de vacilación, Faustino abre su bolsa del tesoro y le enseña su mango del paraguas y ambos se quedan contemplando sus destellos de ámbar a la luz del sol. Al final, Luisito intenta coger el manguito pero Faustino rápidamente lo esconde : todo tiene su límite.
Con el tiempo, llegan a convertirse en grandes amigos, quedándose todas las tardes a contemplar el manguito de paraguas a la luz del crepúsculo.
Pasado un tiempo, sin embargo, Luisito comienza a aburrirse y la relación se enfría. Parece que se han olvidado.
Entonces, un día, los parientes acuden al hospital a tropel a ver a Luisito. Su madre ha muerto. Tras la partida de su familia, Luisito se queda de nuevo sólo en el pabellón de profundos, llorando desconsoladamente. Una de las monjas trata de consolarlo.
Faustino se acerca lentamente y pregunta qué ocurre."Ha perdido a su madre", contesta la monja.
El esquizofrénico queda perplejo. Acaricia a Luisito. Luego silencio. Al fin, un arranque aparentemente trivial, de los que pasan inadvertidos en la tierra, pero que retumban en las bóvedas del cielo como el tronar de mil cañones : Faustino regala a Luisito el mango del paraguas. El niño lo acepta y sigue llorando. Entonces, Faustino, con un gesto dolorido como quien separa los bordes de una herida, abre lentamente, muy lentamente, la bolsa y le entrega el retrato de su madre".
De: Juan Antonio Vallejo Nágera

lunes, 21 de septiembre de 2009

Con los ojos acostumbrados a ver...

La utilidad de los rumiantes
Una vez, no hace tanto ni muy lejos, había un pueblito solitario y perdido entre las ciudades de los hombres. Era un pueblito chiquito y sin importancia. No tenía emisora ni diario, y por eso todo pensaban que esa gente del pueblito no tenía nada que decir. En ese pueblito de campo todos hablaban bajito porque se habían acostumbrado a escuchar. De vez en cuando, sí, cantaban, chiflaba o tarareaban; y tenían los ojos grandes, acostumbrados a mirar.
Era un pueblito con niños desnutridos, de barriguita abultada y bracitos de mamboretá.
Un grupo de científicos vino una vez a visitar el pueblito. Vinieron derrochando palabras y sonrisas, y hablaron en términos exactos e incomprensibles. Llenaron planillas con nombres y preguntas, tubitos de vidrio con muestras de sangre. Al verdad es que la gente del pueblito se sintió humillada y guardó silencio. Los científicos los conceptuaron como gente apocada y taciturna. Diagnosticaron descalcificación y avitaminosis. Mientras que los niños del pueblo hasta ahora sólo se habían dado cuenta de que tenían hambre. Los científicos elevaron un informe al ministerio. Si llegó hasta aquella orilla, no sé: porque era de papel.
Pero el Señor Dios amaba a ese pueblito. Y quiso ayudarlo. Por eso un buen día el Señor Dios mandó a ese pueblito tres cabritos y una vaca. Cuatro animalitos de ojos mansos y un balido adentro. Nada traían para el pueblito; simplemente venían a quedarse. Una había nacido en una estancia, las demás en otras partes.Al principio despertaron la curiosidad. Al pasar por las calles del pueblito la gente las miraba. Como no venían a traer ni a buscar nada, pronto fueron admitidas en la vida del pueblito. Las vieron mansas e indefensas y comenzaron a protegerlas; hasta comenzaron a hablarles porque las vieron calladas.
Para alimentarse les bastó con los yuyos y pastos que crecían en el lugar, y que ellas mismas salían a buscarse. Y la gente se alegró de verlas comer y alimentarse de lo mismo que había entre ellos. Y por eso, no sólo no las espantaron del lugar sino que hasta llegaron a construirles un corral. Un corral para sus noches; porque de día les gustaba verlas por las calles, entrar en sus patios, participar en su misma geografía familiar. Hasta se hicieron amigas de sus perros, que ya no las toreaban al verlas llegar. Y ustedes saben que en el campo, solamente a las visitas amigas los perros no les ladran.
Y fue así cómo, con el tiempo, el pueblito se dio cuenta del regalo que Dios les había hecho con ellas. En cada madrugada empezaron a contar con su vaso de leche para sus niños chicos, para sus ancianos enfermos, para sus madres que amamantaban.
Vaso de leche que no era una realidad traída de afuera. Pero que sin embargo hasta ahora nunca habían tenido. Eran sus propios pastos, su trébol familiar asumido y rumiado lento en sus horas de silencio y soledad, con sus ojazos vueltos hacia el cielo. Y los hombres del pueblito se dieron cuenta de la importancia de esos tiempos de rumia y de silencio que pasaban sus animalitos. Y como por instinto comenzaron a respetar esos momentos.
Cuando a eso de la oración, por las tardes, al caer el sol todos volvía del trabajo y las veían reunirse en su corral y quedarse quietas con los ojazos mirando el cielo, se dieron cuenta de la importancia de ese tiempo para ellos. Y respetaron su soledad y su silencio. De esa rumia del atardecer dependía que la leche fuera tan sabrosa en la madrugada. Eso no hubo necesidad de explicárselo a la gente del pueblito; se dieron cuenta solos, porque eran gente con los ojos acostumbrados a ver.
Mamerto Menapace

domingo, 20 de septiembre de 2009

Obstáculos, enfrentamiento y superación

Lección de la mariposa
Un día, un hombre sentado al borde del camino bajo un árbol, observó cómo la oruga de una crisálida de mariposa intentaba abrirse paso a través de una pequeña abertura aparecida en el capullo. Estuvo largo rato contemplando cómo se esforzaba hasta que, de repente, pareció detenerse y que había llegado al límite de sus fuerzas: no conseguiría ir más lejos. O así creía él. El hombre decidió ayudar a la mariposa: agarró una tijera y ensanchó el orificio del capullo. La mariposa, entonces, salió fácilmente. Pero su cuerpo estaba blanquecino, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola, porque esperaba que, en cualquier momento, sus alas se abrirían y estirarían y el insecto se echaría a volar. Nada ocurrió.
La mariposa vivió poco y murió. Nunca voló, y las pocas horas que sobrevivió las pasó arrastrando lastimosamente su cuerpo débil y sus alas encogidas. Aquel caminante, con su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendió que el esfuerzo necesario para abrirse camino a través del capullo era la manera que Dios había dispuesto para que la circulación de su cuerpo llegara a las alas, y estuviera lista para volar una vez hubiera salido al exterior.
Algunas veces, justamente es el esfuerzo lo que necesitamos en nuestra vida. Si vivimos sin obstáculos, quedaríamos inválidos. Nunca llegaríamos a nuestra plenitud. El éxito en la vida se mide por los obstáculos que has tenido que enfrentarse en el camino.
Autor anónimo.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Quien lo da todo…

El árbol que daba manzanas
Hace mucho tiempo existía un enorme árbol de manzanas. Un pequeño niño lo amaba mucho y todos los días jugaba alrededor de él. Trepaba al árbol hasta el tope y él le daba sombra. Él amaba al árbol y el árbol amaba al niño.
Pasó el tiempo y el pequeño niño creció y nunca más volvió a jugar alrededor del enorme árbol. Un día el muchacho regresó y escuchó que el árbol le dijo triste: "¿Vienes a jugar conmigo?" pero el muchacho contestó "Ya no soy el niño de antes que jugaba alrededor de enormes árboles. Lo que ahora quiero son juguetes y necesito dinero para comprarlos".
"Lo siento, dijo el árbol, pero no tengo dinero... Te sugiero que tomes todas mis manzanas y las vendas. De esta manera obtendrás el dinero que necesitas para comprar tus juguetes".
El muchacho se sintió muy feliz. Tomó todas las manzanas y obtuvo el dinero y el árbol volvió a ser feliz, pero el muchacho nunca volvió después de obtener el dinero y el árbol volvió a estar triste.
Tiempo después, el muchacho regresó y el árbol feliz y le preguntó: "¿Vienes a jugar conmigo?" "No tengo tiempo para jugar. Debo trabajar para mi familia. Necesito una casa para compartir con mi esposa e hijos. ¿Puedes ayudarme?"... "Lo siento, pero no tengo una casa, pero... puedes cortar mis ramas y construir tu casa".
El joven cortó todas las ramas del árbol y esto hizo feliz nuevamente al árbol, pero el joven nunca más volvió desde esa vez y el árbol volvió a estar triste y solitario.
Cierto día de un cálido verano, el hombre regresó y el árbol estaba encantado. "¿Vienes a jugar conmigo?", le preguntó. El hombre contestó "Estoy triste y volviéndome viejo. Quiero un bote para navegar y descansar. ¿Puedes darme uno?". El árbol contestó: "Usa mi tronco para que puedas construir uno y así puedas navegar y ser feliz". El hombre cortó el tronco y construyó su bote. Luego se fue a navegar por un largo tiempo.
Finalmente regresó después de muchos años y el árbol le dijo: "Lo siento mucho, pero ya no tengo nada que darte ni siquiera manzanas". El hombre replicó "No tengo dientes para morder, ni fuerza para escalar... Porque ahora ya estoy viejo".
Entonces el árbol, con lágrimas en sus ojos le dijo: "Realmente no puedo darte nada.... la única cosa que me queda son mis raíces muertas". Y el hombre contestó: "Yo no necesito mucho ahora, solo un lugar para descansar. Estoy tan cansado después de tantos años".
"Bueno, las viejas raíces de un árbol, son el mejor lugar para recostarse y descansar. Ven siéntate conmigo y descansa". El hombre se sentó junto al árbol y éste, feliz y contento sonrió con lágrimas.
(Autor desconocido)

viernes, 18 de septiembre de 2009

No depende del violín, depende de nosotros

El violinista
Esta historia es sobre un hombre que reflejaba en su forma de vestir laderrota, y en su forma de actuar la mediocridad total.
Ocurrió en París, en una calle céntrica aunque secundaria. Este hombre, sucio, maloliente, tocaba un viejo violín.
Frente a él y sobre el suelo estaba su boina, con la esperanza de que los transeúntes se apiadaran de su condición y le arrojaran algunas monedas para llevar a casa.
El pobre hombre trataba de sacar una melodía, pero era del todo imposible identificarla debido a lo desafinado del instrumento, y a la forma displicente y aburrida con que tocaba ese violín.
Un famoso concertista, que junto con su esposa y unos amigos salía de un teatro cercano, pasó frente al mendigo musical.
Todos arrugaron la cara al oír aquellos sonidos tan discordantes. Y no pudieron menos que reír de buena gana.
La esposa le pidió, al concertista, que tocara algo. El hombre echó una mirada a las pocas monedas en el interior de la boina del mendigo, y decidió hacer algo.
Le solicitó el violín. Y el mendigo musical se lo prestó con cierto recelo.
Lo primero que hizo el concertista fue afinar sus cuerdas.
Y entonces, vigorosamente y con gran maestría arrancó una melodía fascinante del viejo instrumento. Los amigos comenzaron a aplaudir y los transeúntes comenzaron a arremolinarse para ver el improvisado espectáculo.
Al escuchar la música, la gente de la cercana calle principal acudió también y pronto había una pequeña multitud escuchando arrobada el extraño concierto.
La boina se llenó no solamente de monedas, sino de muchos billetes de todas las denominaciones. Mientras el maestro sacaba una melodía tras otra, con tanta alegría.
El mendigo musical estaba aún más feliz de ver lo que ocurría y no cesaba de dar saltos de contento y repetir orgulloso a todos: "¡¡Ese es mi violín!! ¡¡Ese es mi violín!!". Lo cual, por supuesto, era rigurosamente cierto.
(Anónimo)

jueves, 17 de septiembre de 2009

Querer y amar

Hace tiempo dialogaban el Amor y el Querer
.El querer le decía al Amor.
- ¿Por qué eres tan eterno?.
Y el Amor con gran paciencia respondió.
- Quizás sea por que no poseo nada.
- Eso es imposible, - exclamo el Querer - posees todas las cosas, como yo ¿Acaso no somos el mismo ser?.
- ¿Tú crees? Pues dime ¿Qué es lo que tu posees?
Respondió el Querer.
- El amante que posee al ser amado, el político que posee el poder, el religioso que posee la fe, yo poseo todo aquello que quiero.
El viejo Amor le dijo:
-Ves, tú mismo te respondes, yo cuando amo no poseo al objeto amado. Yo amo a una mariposa en vuelo, amo una flor con su tiempo contado y amo al hombre que en su vida se asemeja al vuelo de una mariposa y al tiempo contado de una flor.
Muy exaltado el Querer exclamó.
- Eso es una QUIMERA.
En su inagotable paciencia el Amor le responde.
- El mundo es una QUIMERA. ¿Que crees que soy yo?.
(Anónimo)

miércoles, 16 de septiembre de 2009

El secreto de la felicidad.


¿Dónde está la felicidad?

Cuenta la leyenda que antes de que la humanidad existiera, se reunieron varios duendes para hacer una travesura.
Uno de ellos dijo:
-Pronto serán creados los humanos. No es justo que tengan tantas virtudes y tantas posibilidades. Deberíamos hacer algo para que les sea más difícil seguir adelante. Llenémoslos de vicios y de defectos; eso los destruirá.
El más anciano de los duendes dijo:
-Está previsto que tengan defectos y dobleces, pero eso sólo servirá para hacerlos más completos. Creo que debemos privarlos de algo que, aunque sea, les haga vivir cada día un desafío.
-¡Qué divertido! —dijeron todos.
Pero un joven y astuto duende, desde un rincón, comentó:
-Deberíamos quitarles algo que sea importante... ¿pero qué?
Después de mucho pensar, el viejo duende exclamó:
-¡Ya sé! Vamos a quitarles la llave de la felicidad.
-¡Maravilloso... fantástico... excelente idea! —gritaron los duendes mientras bailaban alrededor de un caldero.
El viejo duende siguió:
-El problema va a ser dónde esconderla para que no puedan encontrarla.
El primero de ellos volvió a tomar la palabra:
-Vamos a esconderla en la cima del monte más alto del mundo.
A lo que inmediatamente otro miembro repuso:
-No, recuerda que tienen fuerza y son tenaces; fácilmente, alguna vez, alguien puede subir y encontrarla, y si la encuentra uno, ya todos podrán escalarlo y el desafío terminará.
Un tercer duende propuso:
-Entonces vamos a esconderla en el fondo del mar.
Un cuarto todavía tomó la palabra y contestó:
-No, recuerda que tienen curiosidad; en determinado momento algunos construirán un aparato para poder bajar y entonces la encontrarán fácilmente.
El tercero dijo:
-Escondámosla en un planeta lejano a la Tierra.
A lo cual los otros dijeron:
-No, recuerda su inteligencia, un día alguno van a construir una nave en la que puedan viajar a otros planetas y la van a descubrir.
Un duende viejo, que había permanecido en silencio escuchando atentamente cada una de las propuestas de los demás, se puso de pie en el centro y dijo:
-Creo saber dónde ponerla para que realmente no la descubran. Debemos esconderla donde nunca la buscarían.Todos voltearon asombrados y preguntaron al unísono:
-¿Dónde?
El duende respondió:
-La esconderemos dentro de ellos mismos... muy cerca del corazón...Las risas y los aplausos se multiplicaron.
Todos los duendes :
-¡Ja... Ja... Ja...! Estarán tan ocupados buscándola fuera, desesperados, sin saber que la traen consigo todo el tiempo.
El joven escéptico acotó:
-Los hombres tienen el deseo de ser felices, tarde o temprano alguien será suficientemente sabio para descubrir dónde está la ve y se lo dirá a todos.
-Quizá suceda así —dijo el más anciano de los duendes—, pero los hombres también poseen una innata desconfianza de las cosas simples. Si ese hombre llegara a existir y revelara que el secreto está escondido en el interior de cada uno, nadie le creerá.

(Autor desconocido)

martes, 15 de septiembre de 2009

¿Lo que estamos haciendo nos acerca a dónde queremos ir?

Las 99 monedas
Había una vez un rey muy triste que tenía un sirviente, que como todosirviente de rey triste, era muy feliz.
Todas las mañanas llegaba a traer el desayuno y despertaba al rey cantando y tarareando alegres canciones.
Una sonrisa se dibujaba en su distendida cara y su actitud para con la vidaera siempre serena y alegre.
Un día el rey lo mandó a llamar:
- Sirviente -le dijo- ¿cuál es el secreto?
- ¿Qué secreto, Majestad?
- ¿Cuál es el secreto de tu alegría?
- No hay ningún secreto, Alteza.
- No me mientas, sirviente. He mandado a cortar cabezas por ofensas menores que una mentira.
- No le miento, Alteza, no guardo ningún secreto.
- ¿Por qué está siempre alegre y feliz? ¿eh? ¿Por qué?
- Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me honra permitiéndome atenderlo. Tengo mi esposa y mis hijos viviendo en la casa que la Corte nos ha asignado, somos vestidos y alimentados y además su Alteza me premia de vez en cuan do con algunas monedas para darnos algunos gustos,¿cómo no estar feliz?
- Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar -dijo el rey-.Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
- Pero, Majestad, no hay secreto. Nada me gustaría más que complacerlo,pero no hay nada que yo esté ocultando..
.- Vete, ¡vete antes de que llame al verdugo!
El sirviente sonrió, hizo una reverencia y salió de la habitación. El rey estaba como loco. No consiguió explicarse cómo el sirviente estaba feliz viviendo de prestado, usando ropa usada y alimentándose de las sobras de los cortesanos. Cuando se calmó, llamó al más sabio de sus asesores y le contó su conversación de la mañana.
- ¿Por qué él es feliz?
- Ah, Majestad, lo que sucede es que él está fuera del círculo.
- ¿Fuera del círculo?
- Así es.
- ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
- No Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
- A ver si entiendo, estar en el círculo te hace infeliz.
- Así es.
- ¿Y cómo salió?
- ¡Nunca entró!!
- ¿Qué círculo es ese?
- El círculo del 99.
- Verdaderamente, no te entiendo nada -dijo el Rey-.
- La única manera para que entendieras, sería mostrártelo en los hechos.
- ¿Cómo?
- Haciendo entrar a tu sirviente en el círculo.
- Eso, obliguémoslo a entrar!!
- No, Alteza, nadie puede obligar a nadie a entrar en el círculo.
- Entonces habrá que engañarlo.
- No hace falta, Su Majestad. Si le damos la oportunidad, él entrará solo en el círculo.
- ¿Pero él no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
- Si, se dará cuenta.
- Entonces no entrará.
- No lo podrá evitar.
- ¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará entrar enese ridículo círculo, y de todos modos entrará en él y no podrá salir?
- Tal cual. Majestad, ¿estás dispuesto a perder un excelente sirviente para poder entender la estructura del círculo?
- Sí
- Bien, esta noche te pasaré a buscar. Debes tener preparada una bolsa de cuero con 99 monedas de oro, ni una más ni una menos. ¡99!
- ¿Qué más? ¿Llevo los guardias por si acaso?
- Nada más que la bolsa de cuero. Majestad, hasta la noche.
- Hasta la noche.
Así fue. Esa noche, el sabio pasó a buscar al rey. Juntos se escurrieron hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del sirviente. Allí esperaron el alba. Cuando dentro de la casa se encendió la primera vela, el hombre sabio agarró la bolsa y le pinchó un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio por ser un buen hombre. Disfrútalo y no cuentes a nadie cómo lo encontraste". Luego ató la bolsa con el papel en la puerta del sirviente, golpeó y volvió a esconderse. Cuando el sirviente salió, el sabio y el rey espiaban desde atrás de unas matas lo que sucedía. El sirviente vio la bolsa, leyó el papel, agitó la bolsa y al escuchar el sonido metálico se estremeció, apretó la bolsa contra el pecho, miró hacia todos lados de la puerta y entró a su hogar.El rey y el sabio se arrimaron a la ventana para ver la escena. El sirviente ingresó presuroso a su hogar y con su brazo arrojó al piso todo lo que habíasobre la mesa dejado sólo la vela.Se sentó y vació el contenido de la bolsa... Sus ojos no podían creer lo queveían. ¡Era una montaña de monedas de oro! El, que nunca había tocado una de estas monedas, tenia hoy una montaña de ellas !!El sirviente las tocaba y amontonaba, las acariciaba y hacía brillar a la luz de la vela. Las juntaba y desparramaba, hacía pilas de monedas. Así, jugando y jugando empezó a hacer pilas de 10 monedas. Una pila de diez, dos pilas de diez, tres pilas, cuatro, cinco, seis... y mientras sumaba 10, 20,30, 40, 50, 60... hasta que formó la última pila: 9 monedas !!! Su mirada recorrió la mesa primero, buscando una moneda más. Luego el piso y finalmente la bolsa.- "No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado de las otras y confirmó que era más baja.
- Me robaron -gritó- me robaron, malditos!!
Una vez más buscó en la mesa, en el piso, en la bolsa, en sus ropas, vació sus bolsillos, corrió los muebles, pero no encontró lo que buscaba. Sobre la mesa, como burlándose de él, una montañita resplandeciente le recordaba quehabía 99 monedas de oro "sólo 99".
- "99 monedas. Es mucho dinero", pensó. Pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no es un número completo -pensaba- Cien es un número completo pero noventa y nueve, no.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del sirviente ya no era la misma, estaba con el ceño fruncido y los rasgos tiesos, los ojos se habían vuelto pequeños y arrugados y la boca mostraba un horrible rictus, por el que se asomaban los dientes. El sirviente guardó las monedas en la bolsa y mirando para todos lados para ver si alguien de la casa lo veía, escondió la bolsa entre la leña. Luego tomó papel y pluma y se sentó a hacer cálculos.
¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar el sirviente para comprar su moneda número cien? Todo el tiempo hablaba solo, en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro hasta conseguirla. Después quizás no necesitara trabajar más.Con cien monedas de oro, un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedasde oro un hombre es rico. Con cien monedas se puede vivir tranquilo.
Sacó el cálculo. Si trabajaba y ahorraba su salario y algún dinero extra que recibía, en once o doce años juntaría lo necesario. "Doce años es muchotiempo", pensó. Quizás pudiera pedirle a su esposa que buscara trabajo en el pueblo por un tiempo.Y él mismo, después de todo, él terminaba su tarea en palacio a las cinco dela tarde, podría trabajar hasta la noche y recibir alguna paga extra por ello. Sacó las cuentas: sumando su trabajo en el pueblo y el de su esposa,en siete años reuniría el dinero.Era demasiado tiempo!!! Quizás pudiera llevar al pueblo lo que quedaba de comidas todas las noches y venderlo por unas monedas. De hecho, cuanto menos comieran, más comida habría para vender...Vender... Vender...Estaba haciendo calor. ¿Para qué tanta ropa de invierno? ¿Para qué más de un par de zapatos? Era un sacrificio, pero en cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio, volvieron al palacio. El sirviente había entrado en elcírculo del 99...Durante los siguientes meses, el sirviente siguió sus planes tal como se le ocurriera aquella noche. Una mañana, el sirviente entró a la alcoba real golpeando las puertas, refunfuñando, de pocas pulgas.
- ¿Qué te pasa?- preguntó el rey de buen modo.
- Nada me pasa, nada me pasa.
- Antes, no hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
- Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría su Alteza, que fuera su bufón y su juglar también?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al sirviente.No era agradable tener un sirviente que estuviera siempre de mal humor...
(Autor desconocido)

lunes, 14 de septiembre de 2009

Dejar la mente fuera del alcance de la razón....

Un sorbo en blanco y negro
–Esas fotos en blanco y negro, las personales en particular, me entristecen. Reacción relativamente normal. Lo desconcertante es que sean las más recientes las que agudicen ese sentimiento de añoranza, hasta el punto de quitarme el habla durante días. No puedo evitar verme 40 años mayor, echando de menos el presente.
Renato Llerena acercó la taza a sus labios, pero no llegó a sorber el café, únicamente inhaló su aroma. Era un placer infantil que se le hizo costumbre. No recordaba haberlo bebido nunca. Renato prosiguió…
–40 años mayor, lejos de este presente, de estos días próximos que aún no he vivido y que habrán pasado de mí sin darme apenas cuenta. ¡Por qué cuantos más años tengo todo se hace cada vez más fugaz! Mi niñez duró algo cercano a una eternidad; la adolescencia, menos de lo que hubiese querido. El resto se parece a un recuerdo ajeno, a las anécdotas de un amigo.
Miró a sus tres colegas, con quienes se reunía todos los jueves en el café Cordano. Desde un principio, acordaron que en cada sesión sólo uno tomaría la palabra. Tenían otros grupos para conversar. Renato prosiguió…
–Estoy casi seguro de que tiene que ver con la concentración. A mis 37 años he remplazado la edad por la relatividad del tiempo y es indiscutible que fui niño hace uno o dos días. Y es porque ahora no me concentro en el presente. Mis acciones las realizo pensando en el pasado y en el futuro, en el por qué y para qué, y lo que hago no dura, no se ensancha en el instante.
Su mirada contempló la nada y el brillo húmedo de sus ojos agregó unas cuantas palabras. Los tres colegas no perdieron detalle, escucharon todo. El camarero los interrumpió con una nueva ronda de cafés. Renato prosiguió…
–¿Estoy casi seguro? Es más probable que desee creerlo. Uno recuerda los sucesos de la infancia, pero no la forma de concebirla, de entender la razón de cómo eternizarla. Uno ahora sólo alcanza a especular, pero no hay certezas, porque un niño no analiza su circunstancia, simplemente se dedica a explorar cada segundo, sin ningún interés de cronometrarlo.
Sus tres colegas, aprovechando la pausa, se acercaron el café a los labios, pero no lo sorbieron, únicamente inhalaron su aroma. Era una costumbre aprendida de quien ese día tomaba la palabra. Renato prosiguió…
–Y más allá de cualquier demostración, a favor o en contra, es evidente que.
Renato, que iba a continuar la frase, abrió la boca, mas no salió palabra. Sus colegas se quedaron con un sutil sinsabor. El aroma del ambiente lo disipó. De vez en cuando, solían echar de menos el beber café. Renato prosiguió…
–¿En cuánto influirá que los adultos tengamos consciencia de nuestra existencia efímera? Si uno no pensara en ello, sentiría que es eterno y no tendría sentido fragmentar el tiempo. Toda acción duraría igual que otra. ¿Y la curiosidad? ¿El deseo? ¿El miedo? Al fin y al cabo son información que acelera o ralentiza cada momento. ¿La ignorancia te acerca a la eternidad del instante y el conocimiento a la intangibilidad del porvenir?
Perdido entre sus conjeturas y dudas – agobiado –, intentó dejar su mente fuera del alcance de la razón. Lo consiguió. Aunque él no lo entendió así. Sin pensar en lo que hacía, dio un sorbo al café. Ese instante duró toda su niñez.
por Rafael R. Valcárcel

domingo, 13 de septiembre de 2009

Yo estaré contigo…

LA PERRITA PREOCUPADA Y EL GRILLO CONSCIENTE
Dina, una lebrel, nació sin que ninguna preocupación molestara su delicada cabecita.
Todo en Dina era delicado: sus orejas de helicóptero daban vueltas y se inclinaban al oír cualquier sonido fuerte y su cuerpo temblaba ante cualquier cambio repentino o inesperado en la vida.
Cerise, su dueña, sabía que Dina era una pernita delicada; por eso la protegía. Tocaba el piano suavemente y nunca ponía la televisión con un volumen demasiado alto. Le proporcionó a Dina una hermosa canastita con un suave colchón para que pudiera acostarse allí y sentirse segura y protegida.
Así vivió Dina su primer año de vida. Y, aun que sus orejas daban vueltas cuando alguien llamaba a la puerta y su cuerpo temblaba al oír el ruido de un coche, vivía, hasta cierto punto, como un lebrel sin preocupaciones.
Pero la vida de Dina iba a cambiar, porque Cerise decidió que quería cambiar la suya. Cerise trabajaba en una fábrica de chocolate. Cada vez que pasaba una chocolatina por la cadena de montaje, Cense colocaba una pecana sobre ella. Después de pasar cinco años colocando pecanas, se dio cuenta de que necesitaba tener más alicientes en la vida que esperar el próximo trozo de chocolate. Cerise se dio cuenta de que estaba en el planeta Tierra para aprender y para crecer.
Si deseaba hacerlo, no podía estancarse en el chocolate durante el resto de su vida.
Un día, tomó en sus brazos a Dina y le explicó que iba a cerrar el apartamento para viajar por el mundo en busca de nuevas experiencias. Le dijo a Dina que le había encontrado un nuevo hogar muy agradable en casa de un hombre que ya tenía otro lebrel. De manera que Dina no tenía que preocuparse de nada.
Sin embargo, cuando Cerise le dijo esto, Dina se empezó a preocupar. Su cuerpo tembló, sus orejas dieron vueltas y nada de lo que Cerise dijo o hizo la tranquilizó. Dina no culpaba a Cerise por marcharse. Ella tampoco quería que Cerise se quedara estancada en el chocolate para siempre.
Si, Dina tenía de qué preocuparse. Iba a vivir con un hombre extraño que era dueño de un perro extraño y que vivía en un lugar nuevo y extraño. Dina se preocupó tanto, que empezó incluso a preocuparse por el hecho de preocuparse.
Se encontraba en un estado terrible cuando Cerise la puso en los brazos de su nuevo dueño, Aarón. Aarón fue amable con ella y parecía ser una buena persona pero, ¿y si era una buena persona sólo mientras Cerise estaba delante? ¿Y si se trataba de una de esas personas que parecían amables con los animales, pero luego los maltrataban cuando estaban de mal humor? Dina había visto programas en la televisión y su imaginación se disparó. ¿Y si era un vampiro al que le gustaban más los perros que las personas?
Dina era una masa de carne temblorosa y orejas que giraban cuando Cerise se marchó. Aarón la dejó suavemente en el suelo y la presentó a su lebrel, Bixley. Bixley era un año mayor que Dina, un palmo más alto y más largo y, en aquel momento, tenía la pata delantera izquierda entablillada. Bixley parecía bastante amigable y daba la impresión de no ser muy listo. La olió y le dio la bienvenida diciéndole que se sentía feliz por tener una amiga con la cual pasar el rato.
Gracias a la amabilidad de Bixley, Dina empezó a sentirse mejor. Bixley dijo que Aarón no les daría la cena hasta dentro de tres horas, pero que él estaba dispuesto a compartir un hueso de pierna de cordero con ella. Recogió el hueso de su canasta y lo dejó caer con la intención de dárselo a Dina. Por desgracia, Bixley era un poco miope y el hueso cayó sobre la cabeza de Dina.
Dina pegó un grito, sorprendida. No se había hecho daño, pero el susto reanudó el temblor de su cuerpo y aumentó el movimiento de sus orejas. Bixley pidió disculpas.
Temblando, Dina le dio las gracias por el hueso y por la disculpa, y se retiró apresurada mente a su pequeño lecho.
Dina decidió que lo mejor que podía hacer era ponerse a dormir. Cuando empezó a quedarse dormida, el ruido de los ronquidos de Bixley la despertó. Probó a taparse las orejas con sus patas, pero esto tampoco acalló los ronquidos. Estalló en lágrimas y empezó a gemir. Los gemidos la calmaron un poco; al menos hacían que no se notara tanto el ruido de los ronquidos de Bixley. No sabía cómo iba a arreglárselas en su nuevo hogar con un dueño extraño y un perro extraño que dejaba caer huesos sobre su cabeza. De repente,
exclamó en voz alta: "¿Qué va a ser de mí?".
Una voz que provenía de la esquina de su camita dijo: "Esa afirmación se basa en la inseguridad".
Dina se preocupó de verdad: ahora hasta oía voces. Una vez más, le llegó la voz : "¿Siempre te sientes tan desvalida y desesperada?".
Dina miró hacia la esquina y vio a una pequeña criatura negra. Se asustó tanto, que salió de la cama de un salto, dando un ladrido tembloroso.
"No te haré daño", dijo la pequeña criatura negra.
Dina, temblorosa, se acercó a su cama y olfateó a la pequeña criatura: "¿Eres un bicho?".
"Claro que no", fue la indignada respuesta. "Soy un grillo".
"Gracias a Dios", replicó Dina, "porque les tengo terror a los bichos". Volvió a su canasta perruna y se acostó: "¿Cuánto tiempo has estado en esta cama conmigo?".
"Sólo unos momentos. Te oí llorar y gemir. A mí me gusta ayudar a las personas que sufren tanto como tú, por eso intento alegrarlas".
"¿Y cómo consigues alegrarlas?", preguntó Dina.
"Toco música para ellas", replicó el Grillo.
"¿Suenas como un piano?", preguntó Dina, recordando sus días dorados con Cerise.
El Grillo reflexionó durante unos instantes:
"No, sueno más bien como la sección de cuerda de una orquesta". Dicho esto, chirrió para ella, lo cual sonó como un gorjeo de tono alto. "A veces hago esto durante toda la noche", confesó el Grillo".
"Este sonido consuela mucho", admitió Dina. "Pero ¿no te aburres?".
"¿Acaso te aburres tú de preocuparte?".
"Ya te entiendo", dijo Dina. "Cada uno de nosotros se acostumbra a cualquier cosa que le resulte natural".
"Pero preocuparse no es natural", afirmó el Grillo. "Yo nací para chirriar.., eso si es natural. en cambio, tú no naciste para preocuparte".
"A veces me pregunto por qué nací", dijo lloriqueando Dina.
"Naciste por la misma razón por la que nacieron todos los demás en la Tierra: para aprender y crecer".
"Pero yo no he crecido", se lamentó Dina. "Yo fui la más pequeña de la carnada", y luego
mirando al Grillo, añadió: "y tú, por lo que veo, tampoco creciste mucho".
"No estoy hablando del crecimiento del cuerpo", dijo el Grillo, impaciente. "Yo soy grande por dentro."
"¿Qué significa eso?", preguntó Dina.
"Aprendí a quererme. Estoy lleno de amor, de alegría, de felicidad.., y no me preocupo", replicó el Grillo.
Dina miró al Grillo con gran interés:
"¿Cómo aprendiste a hacer eso?".
"Confiando en mi Grillo Superior", replicó el Grillo.
Dina miró al grillo, confundida: "¿Tienes un Grillo Superior?".
"Si", contestó el grillo, "al igual que tú tienes un Lebrel Superior".
Dina no podía creer lo que sus orejas giradoras estaban escuchando. "¿Estas diciendo que tengo un Lebrel Superior que es grande y fuerte y que no se preocupa por nada?".
"Estás empezando a comprender", asintió el Grillo.
Dina movió lentamente la cabeza de lado a lado: "Me resulta difícil de creer".
"Todo el mundo en este planeta tiene un Yo Superior. El truco está en aprender a confiar en él".
"Pero si yo ni siquiera confío en mí misma", dijo Dina. "¿Cómo puedo confiar en un yo al que no puedo ver?".
"Quizá yo pueda ayudarte", gorjeó el grillo suavemente.
"¿Por qué querrías ayudarme?", preguntó Dina.
"Porque te amo", dijo simplemente el grillo.
Dina miró al Grillo con desconfianza: "El matrimonio está descartado".
El grillo rió. "Cuando alguien se ama a sí mismo plenamente, también puede amar a Todo el mundo. Así es como yo te amo".
Dina movió la cabeza poco convencida: "Va a ser una tarea difícil. ¿Qué quieres a cambio?".
"Nada", dijo el Grillo. "Sin términos, sin condiciones".
Dina se quedó muy pensativa. Cerise la había querido, pero tenía términos y condiciones. Había insistido en que Dina se sentara y rodara. Era estúpido, pero Dina lo hacía por complacer a Cerise. Además, le daba más galletas por hacerlo. Ahora tenía aquí a un extraño grillo que la quería y estaba dispuesto a enseñarle a amarse a sí misma y a confiar en sí misma sin pedir nada a cambio.
Evidentemente, era difícil confiar en alguien así. Dina miró al grillo con desconfianza. No obstante decidió aceptar su oferta. "¿Qué es lo primero que tengo que hacer?", preguntó.
"No tienes que hacer nada", replicó el grillo. "Vivir no es hacer. Es ser ".
Confundida, Dina preguntó: "¿Cómo voy a ser una lebrel que no se preocupa?".
"Simplemente dejando de preocuparte", contestó el grillo. "Si has de preocuparte, adelante, preocúpate; al final no te quedará nada de qué preocuparte".
Esto era demasiado para Dina. El grillo le estaba dando dolor de cabeza. Para escapar del grillo y del dolor de cabeza, se quedó dormida. Aquella noche, tuvo un sueño que iba a cambiar su vida.
Pidió ver a su Yo Superior; en cuanto lo hizo, se convirtió en una lebrel que abarcaba todo el espacio. Era las estrellas del cielo, la Luna creciente; era la Tierra y todos los demás planetas:
La Vía Láctea se convirtió en un enorme hueso que ella tenía en la boca. Entonces miró hacia abajo y vio a Bixley. En, en el estado consciente, Bixley era mucho más grande que ella, pero, para su Yo Superior, Bixley era como un diminuto perrito de juguete. Dina abrió la boca y dejó caer la Vía Láctea sobre la cabeza de Bixley, que quedó plano como una hoja de papel sobre el suelo. Ladró alegremente. Su ladrido llenó el cosmos: Fue poderoso, fuerte y gozoso. Cuando dejó de ladrar sucedió algo peculiar: el ladrido continuó y se fue haciendo cada vez más potente. Entonces se despertó, con un terrible dolor en el oído izquierdo.
Descubrió que Bixley le estaba ladrando en la oreja.
"¿Qué diablos haces?", preguntó con brusquedad.
Bixley, sorprendido ante su enojo, retrocedió apresuradamente: "Sólo estaba ladrando los 'buenos días'".
¡Dina estalló! "Tengo algo que aclararte... no es mi intención ofenderte, pero tú no eres tan sensible como yo. Y si quieres que seamos amigos tendrás que ser más cuidadoso conmigo".
"Oh, claro", dijo Bixley tragando saliva.
"Y si vuelves a olvidar que soy sensible, dejaré caer un hueso cósmico sobre tu cabeza!".
Bixley la miró fijamente durante un instante; luego se retiró apresuradamente a su lecho perruno.
"¡Bravo!", exclamó una voz detrás de ella.
Dina dio un salto y se giró, pero no vio a nadie.
"Estoy sentado en tu cola", aclaró el Grillo.
"¡Me has asustado!", dijo Dina. "Cuando no te vi por aquí esta mañana, pensé que te habías marchado".
"Acabo de regresar", dijo el grillo. "Anoche decidí explorar la casa. Luego me perdí en el tubo del aire acondicionado".
"¡Qué horrible!", exclamó Dina.
Dina abrió la boca para seguir hablando y el grillo le leyó la mente. "No, no me preocupó perderme. La vida es una sede de tubos de aire acondicionado. Van en todas direcciones y si te pierdes, te sientas tranquilamente hasta que tu Yo Superior te diga cuál es la salida".
Dina estaba asombrada: "Podrías haber muerto ahí dentro.... ¿y no te preocupaste? ¿Fuiste capaz de permanecer sentado en silencio durante toda la noche?".
"No estuve realmente en silencio", confesó el Grillo. "Me aburría tanto que chirrié durante toda la noche. Luego, por la mañana, vi que entraba la luz por una de las aberturas y me arrastré hasta el exterior".
"¡Eres sorprendente!", exclamó Dina.
"Tú también", dijo el grillo.
"¿Qué quieres decir?", preguntó Dina.
El grillo bajó de un salto de la cola de Dina y dio la vuelta para colocarse delante de ella; así podía verla cara a cara. "Por el modo en que le hablaste a Bixley hace un momento".
Dina reflexionó durante unos instantes. "Tienes razón", dijo. "Ayer no me hubiese atrevido a hablarle de ese modo".
El grillo sonrió: "Probablemente conociste a tu Yo Superior en un sueño".
"Así es", asintió Dina.
"Y te sentiste poderosa. Normalmente te habrías preocupado por lo que Bixley hubiese pensado de ti si le hubieras hablado de ese modo", dijo el grillo.
"Pues es verdad", admitió Dina. "Le eché un rapapolvo y no me preocupó ni por un instante lo que él pudiera pensar de mí".
El grillo asintió en señal de aprobación: "Ese es tu primer paso hacia la autoestima".
"¿Necesito autoestima?", preguntó Dina.
"Toneladas de ella", contestó el grillo. "Cada vez que te arriesgas a decir o hacer algo que no has hecho antes, ganas autoestima y te quieres más. La autoestima total es quererte totalmente a ti misma".
Las arrugas de preocupación empezaron a desaparecer de la frente de Dina y pareció ser realmente feliz por un momento: "Me pregunto si me hubiese querido más de haber mordido a Bixley".
El grillo sonrió: "Es mejor que el riesgo que corras sea positivo. En tu caso, es necesario que te arriesgues al cambio, porque el cambio es lo que más te preocupa".
Dina asintió ante la verdad de estas palabras: "Voy a empezar a arriesgarme a los cambios", dijo decidida.
El sonido del teléfono los interrumpió. Aarón salió del baño corriendo y secándose con una toalla al mismo tiempo. Levantó el auricular, eran su madre y su padre. Le preguntaron si le gustaría ir a visitarlos a Carmel durante unas semanas. Aarón dijo que le encantaría. Aquella época era especialmente buena para hacer las maletas y partir. Un grillo se había quedado atrapado en el aire acondicionado y su chirrido lo había mantenido despierto toda la noche. "Quizá, para cuando regrese ya haya encontrado el camino de salida", dijo Aarón, esperanzado.
El grillo y Dina se sonrieron.
Aarón continuó hablando por teléfono: "Traeré a Bixley. Por cierto tengo una nueva lebrel llamada Dina. ¿Os importa que la lleve también a ella?".
"¡Qué bien!", exclamó. "Los meteré en el coche y mañana estaremos ahí".
Dina estaba asustadísima. Apenas había empezado a acostumbrarse a su nuevo hogar y ya la iban a llevar a Carmel. Su cuerpo empezó a temblar y sus orejas, a dar vueltas.
"Tranquila", intentó calmarla el grillo. "Recuerda lo que acabas de decir acerca de arriesgarte al cambio".
"Decirlo y hacerlo son dos cosas distintas", se quejó Dina.
"Pídele a tu Yo Superior que te ayude a asumir este riesgo sin miedo".
Dina lo hizo e, inmediatamente, su cuerpo dejó de temblar y sus orejas cesaron de dar vueltas. "Esto funciona", ladró Dina alegremente.
"Claro que funciona", dijo el grillo. "Y cada vez que superas el temor a correr un riesgo, tu autoestima aumenta".
Dina empezó a captar la idea: "Y cuanta más autoestima tenga, más me querré a mí misma".
"Exacto". Entonces el grillo preguntó de repente: "¿Qué es lo contrario del amor?".
"El odio", replicó Dina al instante.
El grillo movió la cabeza, negando. "No. Lo contrario del amor es el miedo".
Dina pareció sorprendida.
"Imagina que eres una botella de leche", dijo el grillo. "Ahora imagina que tu botella está llena de amor. Si tu botella está llena de amor, no hay sitio para el miedo. En cuanto empiezas a preocuparte o a dudar de ti misma, tu amor disminuye, con lo que deja lugar para que el miedo entre en la botella".
En ese momento, Aarón entró en la habitación con una maleta en la mano. Miró a Bixley y a Dina.
"Muy bien, pandilla", dijo, "todo el mundo al coche". Salió por la puerta delantera y Bixley lo siguió inmediatamente, tras recoger su hueso.
Dina se quedó paralizada. Su cuerpo empezó a temblar y sus orejas, a dar vueltas.
"¿Qué pasa?", preguntó el grillo. "Supongo que mi botella se ha vaciado", contestó Dina.
"Eso les sucede incluso a los mejores", dijo el grillo alegremente.
"Pero a mí me sucede con tanta rapidez... no soy más que miedo instantáneo".
"Lo más importante para aprender a amarte a ti misma es ser amable contigo misma. No te juzgues", dijo el grillo suavemente.
Dina miró al grillo esperanzada. "¿Todavía piensas que tengo posibilidades de amarme a mí misma?".
"Por supuesto que sí", le aseguró el grillo. "Roma no se construyó en un día.., ni tampoco el lebrel".
"¿Vendrás a Carmel conmigo?" le suplicó Dina. "Si no lo haces, jamás lo conseguiré".
Aarón reapareció en el umbral. "¡Dina! " ordenó, "¡Dina vamos!".
"Me gustaría acompañarte, pero no tienes suficiente pelo para esconderme".
Dina se empezó a preocupar.
"Intentemos resolver este problema", dijo el grillo levantando la pata delantera para rascarse la cabeza. "¿Te importa si monto bajo tu collar?".
Dina lo pensó: "No me entusiasma tener un insecto debajo de mi collar, pero para mí sería peor que se quedase aquí".
El grillo subió a la espalda de Dina de un salto y se deslizó bajo su collar. Enseguida ella corrió hacia el coche para unirse a Aarón y Bixley.
En el camino a Carmel, Dina se sentó en el asiento trasero.
Se pasó el viaje mirando por la ventana, fascinada, impresionada por el escenario. Se volvió hacia Bixley, que yacía a su lado en el asiento, medio dormido: "¿No es sencillamente hermoso?", le preguntó a Bixley.
Bixley abrió un ojo: "¿Qué es hermoso?".
"El paisaje", replicó Dina. "¿Que te parece?".
Bixley bostezó y respondió: "Hay mucho paisaje". Volvió a cerrar el ojo.
Dina se lo quedó mirando: "Bixley, ¿alguna vez te preocupas?".
Bixley volvió a abrir un ojo. "Sólo cuando estoy despierto". Dicho esto, cerró inmediata mente el ojo y empezó a roncar.
"Nunca aprenderá a quererse", le comentó Dina al grillo.
"¿Recuerdas lo que te dije acerca de no juzgarte?".
"No me estaba juzgando. Estaba juzgando a Bixley", replicó Dina.
"Bueno, ciertamente no aprenderás a amarte a ti misma si juzgas a los demás. Bixley es como la mayoría de las personas que permanecen dormidas para escapar de la pesadilla en la que viven".
Dina se quedó pensativa. "¿Estas diciendo que, incluso cuando creemos que estamos despiertos, en realidad estamos dormidos?".
El grillo asintió.
"¿Cómo podemos despertar?", preguntó Dina.
El grillo asomó la cabeza por debajo del collar para ver algo del paisaje. "Aprendiendo de la experiencia, en lugar de intentar escapar hacia la inconsciencia".
Dina movió la cabeza un tanto aturdida. "No estoy segura de comprenderlo".
"No tienes por qué comprenderlo todo en cuanto te lo dicen", dijo el grillo suavemente. "En cualquier caso, aprender algo racionalmente no te hace ningún bien. Tienes que aprenderlo con el corazón y hacerte dueño de ello".
Aunque Dina apreciaba los esfuerzos que el grillo hacía por enseñarle, en esos momentos se sentía abrumada.
Aarón se detuvo de improviso en un área de servicio y le dijo a Dina que podía salir con él.
Los sonidos nuevos y los olores nuevos de un lugar nuevo hicieron que Dina empezara a temblar, y sus orejas a dar vueltas. Recordando los consejos del grillo, solicitó a su Lebrel Superior que la ayudase a serenarse y, en cuestión de segundos, su cuerpo y sus orejas se calmaron. La pata dolorida de Bixley no le permitió a éste acompañar a Dina y a Aarón. Dina se sintió afortunada porque le gustaba que Aarón le prestase atención.
Abandonaron el área de servicio, entraron en el coche y aceleraron por la autopista hasta llegar a la línea costera de California.
Pasaron delante de las amapolas californianas y de los campos amarillos de mostaza salvaje.
Todo estaba verde, al igual que en Seattle, pero el sol era cegador. Dina, acostumbrada a vivir en espacios cerrados, entornó los ojos y empezó a temblar una vez más.
Pasaron por Sunnyvale, por Watsonville... incluso por un pueblo llamado Prunedale. Las orejas de helicóptero de Dina giraron de alegría: ¡Qué nombre tan gracioso! Su cuerpo se puso a temblar de nuevo, esta vez, Dina se dio cuenta de algo. Sus orejas no daban vueltas ni su cuerpo temblaba porque ella tuviera miedo; de hecho, estaba disfrutando intensamente del viaje. Se dio cuenta de que la alegría y el entusiasmo la hacían temblar tanto como el miedo. ¿Qué iba a hacer? ¿Pasar el resto de su vida temblando de alegría, de emoción y de miedo? Empezó a preguntarse si estaría preparada para el mundo. Contempló a Bixley, que dormía plácidamente mientras ella estaba ocupada ordenando sus sentimientos, con una cierta envidia. Entonces recordó las palabras del grillo:
Bixley se pasaba casi todo el tiempo dormido para escapar de la pesadilla en la que vivía.
De repente, lo comprendió. Dijo en voz alta:
"Estar despierto significa estar vivo. La alegría, el miedo y la duda son parte de la vida".
"Lo has comprendido, nena", gorjeó una voz que no había oído desde hacía un rato.
"¿Dónde has estado?", le preguntó Dina al grillo.
"He estado montado en la radio del coche de Aarón", replicó el grillo. "Las vibraciones hacen que me sienta bien".
"Me alegro de que estés de vuelta. No parece que me vaya muy bien. Tengo tanto miedo como el día en que te conocí".
"¡Ah!", exclamó el grillo, "pero hay una diferencia. Reconoces el miedo y estás dispuesta a superarlo. Como ya dije, sigue llenando tu botella con amor hacia ti misma y no habrá lugar para el miedo".
"Lo intentaré", suspiró Dina. No habían transcurrido más de quince minutos cuando Dina fue puesta a prueba.
Aarón detuvo el coche en el estacionamiento de una playa, cerca de la costa. Bixley seguía cuidando de su pata herida, de modo que Aarón invitó a Dina a correr por la playa con él.
Dina salió del coche con cautela. Nunca antes había estado en una playa. Mientras caminaban en dirección a la arena, vio una línea de margaritas plantadas al final del estacionamiento. Mordió una, porque le pareció muy hermosa y tentadora. Pero su sabor era amargo, de modo que la escupió, haciendo una mueca.
"La vida es amarga", concluyó en voz alta.
"No", la corrigió el grillo, "la margarita es amarga. Si hubieses mordido una papaya habrías llegado a la conclusión de que la vida es dulce. La vida simplemente es, y si tú emites juicios acerca de aquello que muerdes, no estás en armonía; y cuando no estás en armonía no sientes amor hacia ti misma".
"Me vas a provocar otro dolor de cabeza", dijo Dina.
En ese momento Aarón tomó a Dina en sus brazos y la llevó al agua con él. Las olas que golpeaban contra la orilla perturbaron a Dina. Y cuando él la dejó en la orilla, una pequeña y helada ola la salpicó y la congeló hasta los huesos. Regresó corriendo a la playa y se refugió junto a un gran canto rodado. Se apoyó contra él para mantener el equilibrio de su cuerpo tembloroso, pero no funcionó. Sus piernas cedieron y cayó temblando en la arena.
"No estoy mejorando", se quejó al grillo. "Durante todo el tiempo que he estado en el agua, he pasado miedo. No importó cuántas veces me dije a mí misma que me queda".
"Eso es porque no te lo creíste", replicó el grillo. "Para ti, amarte a ti misma no es más que una idea. No lo sientes con el corazón, ni lo crees".
"¿Llegaré alguna vez a creer con el corazón que me quiero a mí misma?".
"Sí, en cuanto estés dispuesta a confiar", dijo el grillo suavemente.
"¿Confiar en qué?", preguntó Dina, mientras intentaba calentarse enterrándose en la arena.
"En el Poder Superior", replicó el grillo. "La poderosa fuerza creadora que hizo de ti una lebrel y de mí un grillo".
"Si es tan creadora", dijo Dina, "¿Por qué hizo de mí una miedica, en lugar de una lebrel fuerte?".
"Como ya he dicho", sonrió el grillo, "estás en este planeta para aprender y crecer. Aprender a amarte a ti misma impedirá que tengas miedo".
No tuvieron tiempo para continuar conversando, ya que apareció Aarón, quien secó a Dina con una toalla y la llevó de vuelta al coche.
"Ya te acostumbrarás a la arena y al agua", le dijo dulcemente a Dina.
Dina sintió que se trataba de algo más profundo que eso. ¡Tenía que acostumbrarse a vivir!
Esa misma tarde llegaron a casa de los padres de Aarón. Dina continuaba llenando de amor su botella para no temblar demasiado de miedo, cuando la madre de Aarón la levantó del suelo.
"¡Qué perrita más adorable!", dijo. "Y mira cómo mueve las orejas. Nunca había visto una cosa igual". Todos rieron.
"He notado que lo hace siempre que está preocupada o ansiosa", dijo Aarón. Le dio unas palmaditas cariñosas hasta que dejó de temblar.
Dina estaba terriblemente avergonzada. El hecho de temblar y de mover las orejas delataba su miedo ante todo el mundo. Intentó controlar su cuerpo para que dejara de temblar y convencer a sus orejas de que se quedaran quietas. Finalmente, consiguió ambas cosas. La madre de Aarón la dejó en el suelo y el padre de Aarón puso un plato de comida para perros delante de ella y de Bixley. Ambos ladraron agradecidos.
Más tarde, esa misma noche, mientras estaba acostada tranquilamente sobre una cama para perros que Aarón había traído, le dio las gracias al grillo, que se encontraba sentado en su colchón estirando y frotándose las patas. "Realmente, hoy no lo he hecho tan mal", admitió ella.
"Lo has hecho muy bien", dijo el grillo, buscando a su alrededor el aire acondicionado. Había decidido que le gustaba el sonido de su voz amplificada por los tubos del aire acondicionado. Parecía toda una orquesta y hacía que se sintiera bien. Miró a Dina, pensativo: "Creo que estás preparada para correr un riesgo consciente".
"¿Qué es eso?", preguntó Dina.
"Eso es arriesgarse deliberadamente a hacer algo que nunca antes te habías atrevido a hacer".
"No creo que me atreva siquiera a pensarlo", dijo Dina.
Sin embargo, al día siguiente, por la tarde se le presentó inesperadamente esa oportunidad. Aarón llevó a Dina de paseo para explorar Carmel. El hecho de olfatear un montón de olores nuevos y extraños en una calle extraña, en una ciudad extraña, con un dueño al que todavía no se había acostumbrado del todo, hizo que Dina empezara a temblar y a hacer girar las orejas al instante. Temblaba tanto que casi tira al grillo, quien estaba bajo su collar.
"Pídele a tu Yo Superior que te ayude a llenarte de amor", le recordó el grillo.
Dina lo hizo y notó que se tranquilizaba cada vez más. Cuando habían andado unas cuantas calles ya casi estaba serena; habría podido mantenerse así el resto de la noche si Aarón no hubiese tomado una decisión repentina. Se dio cuenta de que estaba muy hambriento e hizo una parada en un conocido restaurante de Carmel. Como sabía que no dejarían entrar a Dina, la escondió dentro de su voluminosa cazadora. Luego entró en el restaurante con la lebrel oculta.
Una vez sentado, Aarón sacó a Dina rápidamente de su cazadora y la colocó en un banco junto a él. Dina asomó la cabeza cautelosamente por encima de la mesa y miró a su alrededor.
Había velas en todas las mesas, lo cual le daba un aire romántico al lugar. Sin embargo, para la naturaleza nerviosa de Dina, las velas sencillamente distorsionaban todos los rostros, que de este modo se parecían a los demonios que ella veía en sus pesadillas cuando comía demasiados huesos de leche.
Entonces, al mirar en dirección a la mesa que estaba delante de ellos, se quedó boquiabierta. A pesar del parpadeo de las velas, reconoció al hombre que estaba sentado a tan sólo un metro de distancia. Era Clint Eastwood.
Cerise y ella lo habían visto muchas veces en la televisión. Dina le susurró rápidamente al grillo que saliera de debajo de su collar y le echara un vistazo. El grillo también reconoció a Clint Eastwood porque había vivido en el sistema de aire acondicionado de una plataforma de sonido de la Warner Bros y había estado presente en dos de sus filmaciones. Dina le dijo al grillo que siempre había sido una admiradora de Clint Eastwood y que siempre había deseado secretamente conocerle.
"He aquí tu oportunidad", dijo el grillo.
"¿Que quieres decir?", preguntó Dina nerviosa
"Esta es tu oportunidad de arriesgarte conscientemente", aclaró el grillo.
Dina estaba pasmada. "¿Quieres decir que debería acercarme a su mesa y presentarme?".
"Exacto", dijo el grillo. "Esta es tu gran oportunidad de hacer algo que nunca te habrías atrevido a hacer".
"Olvidalo", dijo Dina. "Sigo sin atreverme a hacerlo".
El grillo insistió: "¿Qué es lo peor que te podría pasar?".
Dina pensó durante un momento en su interpretación de Harry el Sucio: "Podría pegarme un tiro".
"Eso no es más que un papel que ha interpretado en el cine", dijo el grillo.
"¿Y si ha acabado creyéndose su personaje?".
"Estás inventando cosas para asustarte a ti misma", dijo el grillo.
"Pero el camarero podría echarme", protestó Dina. "Y además, haría que Aarón se avergonzara de mí".
"Respira profundamente", ordenó el grillo, "llénate de amor y tu temor de conocer a Clint Eastwood desaparecerá".
Dina hizo lo que le pidió el grillo y, ciertamente, se sintió más fuerte por dentro.
"Creo que iré hasta él", susurró Dina. Antes de que Dina pudiera cambiar de opinión, el grillo salió de un salto de debajo del collar de Dina, pego un brinco hasta el final de su cola y la mordió.
Sobresaltada, Dina dio un salto desde su asiento y se encontró delante de dos grandes botas de vaquero.
Le lanzó una mirada furiosa al grillo: "Vuelve a hacerlo y perderás tu viaje gratis bajo mi collar". Luego se ocultó debajo de la mesa.
A esas alturas, las orejas de Dina ya habían empezado a dar vueltas y su cuerpo a temblar. "Está bien, esto ha ido demasiado lejos", le dijo al grillo. "Regresaré junto a Aarón".
"No, no lo harás. Salta hasta la silla que hay junto a él y preséntate", la animó el grillo.
Dina miró a Clint, que era varios perros más alto que ella: "No puedo. No lo haré. No puedo", dijo Dina. "Ni el propio Dios podría conseguir que lo hiciera".
En ese momento, el camarero dejó caer una enorme bandeja llena de platos a tan sólo un palmo de distancia de Dina. Dina dio un salto mortal y cayó en la silla que había junto a Clint.
"Dios obra de maneras misteriosas", dijo el grillo.
Clint Eastwood se sobresaltó tanto como ella y dejó de hablar con el hombre que lo acompañaba. Se volvió y vio a una diminuta y temblorosa lebrel con unas orejas que daban vueltas. Le sonrió y luego extendió la mano para acariciarla. Dina le lamió la mano.
"¿De dónde has salido, pequeña?".
Dina estaba demasiado aturdida como para oírlo. También estaba confundida por el hecho haberle lamido la mano a Clint Eastwood.
Clint se volvió hacia el hombre que había a su lado, que era su agente, y dijo: "Es mona, ¿verdad?"
El hombre sonrió y asintió mostrando su conformidad: "Mira cómo se mueven sus orejas. Nunca había visto una cosa igual".
Clint Eastwood asintió: "¿Sabes?", dijo pensativo, "he estado buscando un perro para mi próxima película. No había pensado en un lebrel, pero ese truco de las orejas que dan vueltas realmente podría enganchar a los espectadores".
Su agente estuvo de acuerdo.
Clint se volvió hacia Dina y le preguntó, "¿Te gustaría ser una estrella de cine, jovencita?".
Dina no podía creer lo que oían sus orejas giradoras. En ese momento, Aarón descubrió la ausencia de Dina, por lo que se puso en pie de golpe.
"Siento que mi perra lo haya molestado, Sr. Eastwood". La cogió en sus brazos.
Clint sonrió: "¿Le gustaría que trabajara en mi próxima película?".
Aarón no podía creer lo que acababa de oír. La única diferencia con Dina fue que sus orejas no dieron vueltas: "Pues, sí. Por mí no hay problema, si Dina está de acuerdo".
"¿Alguna objeción a convertirte en una estrella de cine, Dina?".
Dina lo miró, sin poder pronunciar ladrido.
El grillo le hizo cosquillas en la oreja. Dina movió la cabeza como sí dijera que no con la intención de hacerlo caer. Aarón, Eastwood y su agente rieron.
"Es bastante lista; o de lo contrario, usted nunca hubiese podido enseñarle a mover la cabeza de ese modo", dijo Eastwood. Señaló al hombre que había a su lado: "Déjele su número de teléfono a Harry y él se pondrá en contacto con usted".
Una vez fuera del restaurante, Aarón dejó a Dina en el suelo para que caminara de regreso a casa. El cuerpo de Dina temblaba tanto de emoción, que a duras penas consiguió mantenerse en pie.
"Voy a ser una estrella de cine", le dijo con voz entrecortada al grillo.
"¿Ves lo que sucede cuando superas el miedo?", dijo el grillo. "Quizá incluso consigas dejar las huellas de tus patas en Graumari's Chinese, junto a las de Lassie".
Las orejas de Dina empezaron a dar vueltas. El grillo la miró con curiosidad: "¿Qué es lo que te preocupa ahora?".
"Nunca he tomado clases de interpretación", dijo Dina preocupada. "¿Y si fracaso?".
"Aun así estarás mejor que ahora", dijo el grillo. "Solías preocuparte por que no eras nadie y ahora podrás preocuparte porque eres alguien".
"Dios mío!", exclamó Dina. "Iré a Hollywood. Estaré completamente sola en la ciudad del oropel", gimió.
"No estarás sola. Yo estaré contigo". "¿verdad?", dijo Dina algo más reconfortada. "Pero, ¿qué harás tú en Hollywood?".
El grillo extendió la pata delantera: "Dale la mano a tu nuevo representante".
FIN
ROBERT FISHER Y BETH KELLY

sábado, 12 de septiembre de 2009

No tener nada que perder

LA MÁS PEQUEÑA DE LAS MARIPOSAS
Eran casi las cinco de la mañana y Torpón, el divo del Bosque, descansaba
apoyado contra un árbol, exhausto por sus esfuerzos de la noche anterior.
Su trabajo consistía en ayudar a las orugas a convertirse en mariposas.
Al final de su metamorfosis, tenía que sacar a cada una de las pequeñas
mariposas del capullo y esparcir polvo de mariposa sobre sus alas, para que
pudieran elevarse al viento.
Por último, les daba una palmadita en el trasero para lanzarlas al mundo.
Le gustaba terminar su trabajo antes de que saliera el sol para que las mariposas pudiesen iniciar sus nuevas y hermosas vidas al amanecer.
Al mirar a su alrededor para asegurarse de que había realizado todo su trabajo, vio a una última pequeña mariposa que todavía permanecía en su cuerpo de oruga. Era tan pequeña que no había reparado en ella. Torpón se puso en pie de un salto, corrió hacia la oruga y extrajo a la mariposa de su capullo. Le empolvó las alas y, cuando estaba a punto de darle una palmadita en el trasero
y lanzarla al mundo, se dio cuenta de que no había mirado qué especie de mariposa era para apuntarlo en su libro de referencia.
Miró en el libro y entonces se dio cuenta de que tenía algo triste que contarle a
la mariposa.
Torpón aclaró su garganta y dijo: «No me gusta tener que decirte esto, pero es mi trabajo. Perteneces a una especie de mariposa que vive únicamente un día».
La Mariposa Más Pequeña, que había estando batiendo las alas lentamente,
preparándose para despegar, se detuvo.
«Esas no son precisamente las mejores noticias del mundo», dijo.
Torpón asintió compasivamente, musitando algo parecido a: «La vida es así,
breve, a veces....».
La Mariposa Más Pequeña, todavía un poco aturdida, miró ferozmente a
Torpón.
«Ha sido una manera terrible de darme la noticia.
Podrías haber empezado diciendo: ‘Es un día hermoso’, y yo hubiese contestado: Si. ¿verdad?.
Entonces tú podrías haber dicho , “Has llegado a un mundo maravilloso. ¡Bienvenida!”, y yo te hubiese dado las gracias. Entonces, tú me habrías dicho ‘Algunos de nosotros tenemos menos tiempo que otros, pero contribuimos más a embellecer el mundo’. Luego, por último, me hubieses podido soltar la noticia de que sólo tenía un día
para vivir’.
Torpón asintió: «Podría haber dicho todo eso, pero sólo tenias un día para vivir
y no quería desperdiciar tu precioso tiempo».
La Mariposa Más Pequeña reflexionó durante un momento y se dió cuenta de
que Torpón tenía razón. «Te perdono», le dijo. ¿Qué otra cosa se podía esperar de alguien llamado Torpón?».
Entonces le dijo a Torpón que, como iba a estar en el mundo sólo durante un día, quería ver tanto de él como le fuera posible, pero que no sabía por dónde empezar.
Torpón pensó un momento y luego dijo: «Ya que me has hecho sentir culpable de una manera tan inteligente por la forma en que te he dado la noticia, te llevaré de viaje a los lugares más apasionantes del mundo».
La Mariposa Más Pequeña batió las alas emocionada, preparándose para despegar. Entonces se dio cuenta de que ella podía volar, pero Torpón no.
«¿Cómo vamos a viajar?».
«Con la mente», respondió Torpón. La Mariposa Más Pequeña pareció
confundida.
«Puedes transportar tu cuerpo hasta el lugar en el que se halle el cincuenta y
uno por ciento de tu mente», explicó Torpón.
La Mariposa Más Pequeña estaba asombrada. «¿Quieres decir que, si pienso
en un lugar, puedo irme ahí?».
Torpón asintió.
«Pero», continuó la mariposa, «si sólo un cincuenta y uno por ciento de mi
mente está allí, ¿el resto de mí llegará también?».
Torpón la miró enfadado: «No me líes. Simplemente, cierra los ojos e imagina
que estás en el jardín del Palacio de Versalles, en Francia».
La Mariposa Más Pequeña cerró los ojos y pensó: Versalles. Cuando los abrió,
se encontró en los Jardines de Versalles. Estaba subida en un hibisco y Torpón
se hallaba a su lado.
«¡Funciona!», exclamó la Mariposa Más Pequeña.
«Por supuesto que funciona. Yo ahorro muchísimo en billetes de avión de esta manera» La Mariposa Más Pequeña miró a su alrededor: «Este lugar es precioso».
Torpón asintió: «Estamos en uno de los jardines más hermosos de todo el
mundo. No hay muchas mariposas nacidas en Glendale que lleguen a conocer Versalles”.
De repente, el estómago de la pequeña mariposa gruñó. «Me está entrando
mucha hambre», dijo. «¿Qué comen las mariposas?».
«Estás sentada sobre tu almuerzo», replicó Torpón.
«¡Pero yo nunca sería capaz de comerme esta flor entera!», exclamó la mariposa, horrorizada.
Torpón se armó de paciencia y explicó: «No te comes la flor, tonta. Desenroscas tu trompa y bebes del hibisco».
La Mariposa Más Pequeña siguió estas instrucciones y pronto estuvo saciada
con el maravilloso néctar del hibisco. Cuando la Mariposa Más Pequeña acabó su almuerzo, le dio las gracias a la flor.
- «¿Qué te gustaría hacer ahora?», preguntó Torpón.
«Como sólo tengo un día para vivir, quiero probar todas las flores del jardín», replicó la mariposa, y emprendió el vuelo, para catar tantas flores como pudiera.
Cuando se sentó, un tanto cansada, a mordisquear un narciso, vio a una mariposa muy gorda a su lado, bebiendo de una flor.
La Mariposa Más Pequeña dijo: «No quiero ser grosera, pero eres muy gorda
para ser una mariposa».
«Probablemente se deba a que no soy una mariposa», le respondió con irritación. «¡Soy un colibrí!».
«Siento haberte llamado gordo... no es nada personal. Verás, es que he nacido hoy».
«En ese caso», dijo el colibrí, «Te perdonaré por haber sido tan estúpida... tampoco se trata de nada personal».
«Me alegro de haber visto a un colibrí, porque estoy intentando conocer a todos los seres que pueda antes de que se acabe mi tiempo».
El colibrí miró a la Mariposa Más Pequeña con ojos interrogantes.
«Soy de una especie que sólo dispone de un día para vivir».
«Bueno», la consoló el colibrí, «tal como está la contaminación, tampoco habrías durado mucho tiempo».
La Mariposa Más Pequeña prosiguió: «Cuando abandone esta vida me gustaría saber que todos los seres que he conocido son mis amigos, así que ¿estarías dispuesto a perdonarme por el pequeño altercado que hemos tenido?».
«Por supuesto», replicó el colibrí. «Como estoy todo el día batiendo las alas, a veces acabo muy cansado y malhumorado». Luego, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie pudiera oírle, el colibrí susurró: «Y es cierto, estoy un poco gordo, incluso para ser un colibrí». Con esto, se alejó batiendo las alas.
Torpón alcanzó a la mariposa: ¿No te gustaría ver más cosas del mundo?».
«Oh, sí. Pero lo que más me gustaría sería conocer a otras mariposas. Deben de estar todavía en sus capullos, porque no encuentro ninguna por aquí».
Torpón se rascó la cabeza: «Quizá ese colibrí gordinflón se las comió a todas».
Su rostro se iluminó de repente: «Te llevaré a un sitio en Méjico en el que hay más mariposas juntas que en cualquier otro lugar del mundo».
Los ojos de la pequeña mariposa se abrieron maravillados.
«Cierra los ojos y piensa en un bosque de abetos en la Sierra Madre».
La Mariposa Más Pequeña lo hizo. Cuando abrió los ojos, Torpón y ella estaban en un prado. Entonces vieron algo de lo más sorprendente: multitudes de mariposas volaban por todas partes. Había tantas en el aire, que apenas se podía ver la luz del sol. Y, por el modo en que se relacionaban al volar, parecía como si formasen puentes alados de revoloteantes colores aquí y ahí.
La Mariposa Más Pequeña se posó sobre la rama de un abeto y observó todo esto maravillada. Mientras miraba a su alrededor, de repente, la vio. Ella se posó en una rama, junto a la suya. Aunque todas las mariposas eran hermosas, ésta parecía serlo todavía más; tenía algo especial.
Entonces se dio cuenta de qué era eso tan especial. Se miraron durante un rato muy, muy largo.
Finalmente, la Mariposa Más Pequeña habló: «Disculpa que me haya quedado mirándote fijamente, pero eres la mariposa más hermosa que he visto jamás».
Por el modo en que se estremecieron sus antenas y sus alas, se notaba que estaba encantada:
«Taba pensando lo mimo de ti», dijo con un marcado acento sureño.
«Hay algo que te diría sólo si nos conociéramos mejor, pero como no tengo tiempo que perder, te lo diré ahora: Te amo».
Ella la miró durante un rato y luego susurró: «Y yo te amo a ti».
La Mariposa Más Pequeña se estremeció de alegría: «Dilo otra vez».
Ella lo hizo: «Te amo».
La Mariposa Más Pequeña jamás había oído un acento así: «Nadie habla con ese acento en Glendale».
Ella aleteó y replicó: «En Texas Oe’te sí, cariño».
Revoloteó hasta ella y se sentaron una junto a la otra, meciéndose con la suave brisa, disfrutando de la presencia de la otra y del amor que sentían.
Finalmente, ella rompió el silencio diciendo: «Sin duda ere’ di’tinta a toda’ esa’ mariposa’. Tu ala’ son del tono verde má’ bonito que he vito en mi vida, y ere’ mucho má’ pequeña».
«¿Te molesta que sea más pequeña?», preguntó la Mariposa Más Pequeña.
«El tamaño no e’ importante. Alguna’ cosa’ pequeña’ pueden estar llena’ de amor, y otra’ má’ grande’ pueden estar vacía’».
El corazón de la Mariposa Más Pequeña dio un brinco de alegría. Esta mariposa era sabia y hermosa.
«No te había vi’to ante’ en nuestro’ guateque’ de mariposa’», dijo ella.
«Éste es mi primer día fuera del capullo», dijo.
«Yo nací hace cuatro día’. ¿Te moleta que yo sea mayor?». preguntó ella.
«No importa cuánto tiempo vives, lo que importa es cuánto disfrutas», dijo la Mariposa Más Pequeña.
«Bueno, yo he hecho mucho de eso. He tenío do’ marí’o», dijo ella. La Mariposa Más Pequeña se quedó boquiabierta.
«¿Solo has vivido cuatro días y ya has estado casada dos veces?».
«Eran mariposa’ de la Selva tropical ‘ sólo vivieron do’ día’».
La Mariposa Más Pequeña la miró con los ojos bien abiertos. «esperaste ni
siquiera un día antes de volverte a casar?!».
«Se podría decí’ que tuve matrimonio’ nocturno’. Cuando nací, mi mamá me dijo: Bárbara Lou, la vida e’ un vals muy breve. Así que ponte los zapato’ de bailar y sal a la pi’ta’».
«No hay duda de que el tuyo es un vals rápido», dijo.
Ella aleteó con una dulce sinceridad. «Pero ahora que nos hemo’ conocío, sé
que he encon trao a una mariposa con la que puedo pasar el resto de mi vida».
La Mariposa Más Pequeña casi se atraganta.
No se sentía capaz de decirle que en menos de veinticuatro horas ella tendría que salir una vez más a la pista de baile. Sintió una oleada de tristeza.
Entonces tuvo una inspiración: «Tengo la oportunidad de viajar por el mundo entero. ¿Quieres venir conmigo?», le preguntó.
«Suena muy tentado’», dijo ella, «pero lo pasé muy mal volando desde Texa
hasta aquí. M ala e’tán absolutamente agotada’».
«No tienes que volar Torpón conoce una nueva manera de viajar. Perdona un momento». La Mariposa Más Pequeña voló hasta Torpón.
«Torpón, quiero que ella venga con nosotros, pero no se te ocurra decirle que
sólo tengo un día para vivir».
«Tarde o temprano tendrás que decírselo», dijo Torpón.
La Mariposa Más Pequeña pensó durante unos instantes. «¿Por qué no se lo explicas tú cuando yo me haya muerto?»
Torpón le lanzó una mirada feroz: «Realmente me estás complicando la vida. Pero si eso es lo que quieres, lo haré».
Volvieron con Bárbara Lou, para que Torpón le explicara el modo en que volaban.
Ella batió sus hermosas alas con entusiasmo: «Sin duda e’ mejor que viajar con Iberia».
«Cerrad los ojos y pensad en Bali», dijo Torpón.
Lo hicieron y, cuando abrieron los ojos los tres estaban sentados sobre una
roca en unas minas balinesas. Había estatuas de piedra de diversos dioses y diosas. Torpón guió a las mariposas por entre las estatuas y señaló hacia una enorme escultura de piedra: «Eso era lo que quería que vierais».
La Mariposa Más Pequeña y su dama Monarca contemplaron la enorme talla de piedra asombrados. Se trataba de una mariposa.
« ¿Por qué hicieron una estatua de una mariposa?», se preguntó Bárbara Lou.
«Los antiguos balineses la adoraban. La mariposa es un símbolo de inmortalidad», replicó Torpón.
«Tenían ba’tante sentido del humor. Las mariposa’, precisamente no viven mucho tiempo». «Y algunas viven menos que eso. Me pregunto si habrá alguna vez una
mariposa que viva para siempre», añadió la Mariposa Más Pequeña.
«Sin duda, una mariposa de piedra», replicó Torpón.
«Una mariposa de piedra no puede sentir realmente nada», comentó la
Mariposa Más Pequeña. Miró a su hermosa dama y pensó: «Prefiero sentir todas las emociones aunque sólo tenga un día para vivir».
«¿Sabes?» dijo Torpón mientras contemplaba la mariposa de piedra, «Quizá para ellos la mariposa es el símbolo de la inmortalidad porque incluso cuando su cuerpo se ha ido, su belleza perdura para siempre».
«jQué cosa má’ encantadora ha’ dicho!», exclamó Bárbara Lou, aleteando por
el cumplido. Con una timidez repentina, le dijo a la Mariposa Más Pequeña: ¿Tú cree’ que
mi belleza perdurará para siempre?».
«Lo hará en mi corazón», replicó la Mariposa Más Pequeña.
«¡Me siento tan dichosa de ser amada por ese par de ala’ tan estupenda’..!», dijo ella. «¿Crees que soy una mariposa de buen ver?», preguntó maravillada.
Torpón rió: «Lo había olvidado. Ninguna de vosotras dos se ha visto antes a sí mismo». Condujo a las dos mariposas hasta un pequeño espejo agrietado que había en el suelo, abandonado por alguno de esos turistas contaminantes. «Echad una mirada».
La Mariposa Más Pequeña contempló su reflejo y vio en el cristal una mariposa extremadamente pequeña, cuyos colores eran hermosos. La luz del sol, que se vertía a través de sus alas casi transparentes, daba la sensación de emanar de él.
La Mariposa Más Pequeña pensó: «Soy demasiado guapa para morir tan joven».
La Mariposa Monarca se miró complaciente, y pareció satisfecha al ver sus alas de color naranja vivo, adornadas con toques negros y salpicadas de unos hermosos puntos blancos. «No e’toy mal, considerando que no llevo maquillaje».
En ese momento, Torpón observó dónde se encontraba el sol en el cielo. «Ha transcurrido la mitad del día. Deberíamos ponernos en marcha», le dijo expresivamente a la Mariposa Más Pequeña.
«¿Adónde nos llevarás ahora?», preguntó la Mariposa Más Pequeña a Torpón.
Torpón pensó un momento y se dio cuenta de que la Mariposa Más Pequeña no viviría para ver salir la Luna.
«¿Les gustaría a los tortolitos ver la Luna?», preguntó Torpón.
«Suena mu’ romántico», dijo Bárbara Lou.
«Muy bien», replicó Torpón, «pensad en el cosmos».
La Mariposa Más Pequeña y su amada cerraron los ojos y pensaron en el cosmos. Cuando los abrieron, los tres se encontraban muy alto, en el cosmos, entre planetas y estrellas, ante ellos había una exquisita bola dorada de luz que Torpón identificó como la Luna.
La Mariposa Más Pequeña se sintió sobrecogida por la belleza de la Luna.
Bárbara Lou y él cerraron las alas, luego las abrieron y rodearon de amor a la Luna.
Si en esos momentos un científico se hubiera sentado delante de su telescopio
en Monte Palomar, quizá hubiese podido observar una pequeña manchita verde y una manchita naranja ligeramente más grande sobre la Luna, sin saber que se trataba de mariposas de Glendale y Texas Oeste.
Torpón explicó entonces a las dos mariposas que un lado del planeta Tierra estaba experimentando el día y la luz del sol, mientras que el otro lado estaba experimentando la noche, con la luz de la Luna. Les dijo a ambas que estaban contemplando algo que casi nadie, excepto un astronauta, consigue ver.
Entonces Torpón le dijo a la Mariposa Más Pequeña: «Hasta ahora has conocido a muchas mariposas y a un colibrí, pero no has visto ningún animal salvaje. Están dispersados por todo el mundo. De modo que, para acortar el tiempo de viaje, pensad en el Zoológico de Nueva York, en Central Park».
La pareja de mariposas lo hizo; y cuando abrieron los ojos estaban sentadas en la punta de la cola de un león que dormía. La Mariposa Más Pequeña quería hablar con el león, pero como su tiempo de vida se estaba acabando velozmente, no podía tener la cortesía de esperar a que despertase. De modo que tiró de un pelo de la cola del león con todas sus fuerzas.
El león se despertó con un rugido y miró furioso a la Mariposa Más Pequeña: «Eres demasiado grande para ser una mosca. ¿Qué diablos eres?».
«Yo soy la Mariposa Más Pequeña».
El león la miró molesto. «Y serás la mariposa más plana si vuelves a hacer eso».
«Lo siento», replicó la Mariposa Más Pequeña, «pero es que quería hablar con usted antes de marcharme».
«¿Acerca de qué?», preguntó bruscamente el león.
«Acerca de la vida. Usted, probablemente, vivirá mucho tiempo. ¿No es maravilloso?».
El león dijo malhumorado: «Mi vida es completamente irreal. Vivo en una jaula y todo lo que me rodea es falso. Rocas falsas, arroyos falsos dentro de poco acabaré teniendo una piel falsa».
La leona se unió a él para expresar su desencanto: «Sí, todo es muy deprimente. No podemos esperar nada, excepto cajas de chicle y algodón dulce». Miró a la mariposa: «Nunca he comido nada que se parezca a ti».
La Mariposa Más Pequeña ni siquiera tembló. Permaneció sentada sobre la cabeza del león, observándola. Los ojos del león giraron hacia arriba mientras decía: «¿No tienes miedo?».
«Debido a las circunstancias de mi vida, no tengo nada que perder. Y deseaba experimentar qué se sentía al hablar con usted. Sólo entré para decirle que lo quiero», replicó la Mariposa Más Pequeña.
«Nunca me habían dicho eso», dijo el león emocionado. Miró a su pareja, «Ni siquiera tú».
La leona señaló su entorno con la pata y exclamó: «¡Es difícil amar en una jungla como ésta. Queremos nuestra libertad!».
El león estuvo de acuerdo: «Nuestros corazones no están aquí. Devolvednos nuestras verdes tierras de África, el cálido sol del día y los cantos de los pájaros al amanecer».
«Y un pájaro o dos para cenar», añadió la hembra, que parecía ser la más carnívora de los dos. «Fuimos creados para vagar en las llanuras».
Los dos leones unieron las cabezas y cantaron un coro de Nacida Libre. «Sí», concluyó papá león: «nuestros corazones no están aquí».
La Mariposa Monarca batió las alas entusiasmada: estaba captando la idea. Le susurró a la Mariposa Más Pequeña: «Apue’to a que el cincuenta y uno por ciento de su’ mente’ tampoco está aquí».
Una luz iluminó la mente de la Mariposa Más Pequeña: «¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?».
Durante el resto de la tarde la pareja de mariposas voló de jaula en jaula y descubrió que todos los animales anhelaban recuperar su libertad. El oso polar y los pingüinos suspiraban por estar en el ártico. Los leopardos, las panteras y las cebras querían estar en tierra Sumati. Y los gigantescos elefantes deseaban regresar a la India.
La Mariposa Más Pequeña le dijo a cada uno de ellos que los amaba y que esperaba que en un día muy cercano.., quizá más cercano de lo que se pensaban, regresasen a sus hogares naturales. El mero hecho de hablar con la Mariposa Más Pequeña de sus deseos hizo que todos fueran más felices.
En su última parada, las mariposas visitaron la jaula de un lémur que se rascaba perezosamente la oreja izquierda.
« ¿Te gustaría salir de aquí?», preguntó la Mariposa Más Pequeña. El lémur la miró sorprendido. « ¿Quieres decir abandonar este lugar?».
La Mariposa Más Pequeña asintió.
«No quiero ir a ninguna parte», dijo el lémur «Aquí tengo comida gratis, servicio diario de criada y no hay leones que me puedan comer para cenar. Jamás pensaba en marcharme. Es verano y la vida resulta fácil».
Las mariposas volaron en busca de Torpón. Lo encontraron en uno de los puestos de bocadillos, abriéndose paso a través de una salchicha de 30 centímetros de longitud. Cuando le revelaron su plan para liberar a todos los animales, Torpón estuvo a punto de sufrir una indigestión. Protestó, pero finalmente cedió.
Los diarios de Nueva York dedicaron páginas al misterio del zoo durante semanas. Nadie podía entender, ni siquiera la Policía de Nueva York y el FBI cómo era posible que desaparecieran novecientos animales del Zoológico del Central Park de Nueva York sin dejar rastro. Pero más misterioso aún era el hecho de que el lémur no hubiera desaparecido.
Una pequeña nota a pie de página en el reportaje principal decía que el lémur había sido ingresado en el hospital por una sobredosis de algodón dulce.
El sol ya casi se estaba poniendo cuando las dos mariposas llegaron al rincón del parque donde había nacido la Mariposa Más Pequeña. La Mariposa Más Pequeña encontró la rama que había sido su hogar mientras fue una oruga y se sentó allí con la Mariposa Monarca. Había decidido que quería marcharse desde el mismo sitio en que había llegado.
Le dio las gracias a Torpón por conseguir que ese único día de su vida fuese tan maravilloso. Bárbara Lou hizo lo mismo, sin saber aún que este gran día con la Mariposa Más Pequeña había sido el primero y el último.
Torpón le indicó a la Mariposa Más Pequeña que se acercara a él. La mariposa voló hasta el dedo de Torpón. Este le susurró con urgencia: «Casi se ha puesto el sol. Tienes que decírselo». Torpón añadió, mientras se marchaba: «Os dejaré solos».
«¿Adónde vas, ahora que necesito tu apoyo moral? »
«A borrarte de mi libro de registro», replicó Torpón.
«Realmente, tienes el don de la palabra», dijo la Mariposa Más Pequeña.
Voló hasta su dama y permanecieron juntos un momento, mirando la puesta de sol. Ella dijo:
«Me encanta ver la pue’ta de sol».
La Mariposa Más Pequeña asintió: «Esta es la primera que veo».
«Piensa en toda la’ puesta’ de sol que veremo’ junto en el futuro».
La Mariposa Más Pequeña se aclaró la garganta nerviosamente: «Hace rato que quiero hablarte de nuestro futuro».
Ella batió las alas coquetamente: «Me encanta que me hables de nuestro futuro».
La Mariposa Más Pequeña volvió a aclarar su garganta: «Bueno...», dijo titubeante, «lo que sucede con nuestro futuro es que... no lo tenemos».
Ella dejó de mover las alas de golpe: «¿Acaba’ de decir lo que creo que acaba’ de decir?».
La Mariposa Más Pequeña asintió: «Sí... Es que no fui capaz de decirte que ibas a tener una de esas relaciones de un solo día».
«¿Está diciendo que ete e’ tu primer y último día?», preguntó ella temblorosa.
La Mariposa Más Pequeña hizo un movimiento afirmativo con la probóscide.
Ella empezó a llorar bajito, con grandes lágrimas de mariposa, y la Mariposa Más Pequeña se unió a ella derramando diminutas lágrimas de mariposa. La lágrimas regaron los pequeños brotes del abeto. Luego unieron las alas y se despidieron.
Torpón apareció de repente, interrumpiendo este momento.
«Acabo de mirar el libro de consulta y me he dado cuenta de que he cometido un gran error», gritó. Se puso a bailar de júbilo.
Las dos mariposas lo miraron pasmadas y sorprendidas. Torpón continuó: «Estaba tan cansado», le dijo a la Mariposa Más Pequeña, «que, cuando te saqué del capullo esta mañana pensé que eras de la especie que vive solamente un día. Tus marcas son muy similares, por eso cometí este error».
La Mariposa Más Pequeña no podía creer lo que estaba oyendo, y Bárbara Lou tampoco. La Mariposa Más Pequeña preguntó: «¿Quieres decir que no voy a morir esta noche?».
«Sí» replicó Torpón. «Ha sido un error mío. Espero que me perdones».
Muchas emociones brillaron en el rostro de la Mariposa Más Pequeña. Se quedó pensando en silencio durante unos instantes, luego empezó a hablar: «Me has hecho un gran regalo».
Torpón pareció sorprendido.
«He aprendido algo que quizá nunca habría aprendido si hubiese creído que iba a vivir mucho tiempo. He vivido este día amándolo todo y a todos. Me he sentido agradecida por cada momento de mi existencia, y no he temido a ninguna criatura viviente, porque no tenía nada que perder. Así es como pienso vivir el resto de mi vida».
Se volvió hacia su amor y le dijo: «Siempre te amaré como si cada momento fuera el último».
Las lágrimas volvieron a brotar de sus pequeños ojos. «Soy la mariposa con más suerte de todo el mundo».
La Mariposa Más Pequeña la envolvió con sus alas: «No, eres la segunda mariposa con más suerte».
Robert Fisher & Beth Kelly