Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

lunes, 31 de agosto de 2009

Nos fijamos bien en lo que tenemos? Lo valoramos?

MADERA DE SÁNDALO
Era un hombre que había oído hablar mucho de la preciosa y aromática madera de sándalo, pero que nunca había tenido ocasión de verla. Había surgido en él un fuerte deseo por conocer la apreciada madera de sándalo.
Para satisfacer su propósito, decidió escribir a todos sus amigos y solicitarles un trozo de madera de esta clase. Pensó que alguno tendría la bondad de enviársela. Así, comenzó a escribir cartas y cartas, durante varios días, siempre con el mismo ruego:
- “Por favor, enviadme madera de sándalo”.
Pero un día, de súbito, mientras estaba ante el papel, pensativo, mordisqueó el lápiz con el que tantas cartas escribiera, y de repente olió la madera del lápiz y descubrió que era de sándalo.
(Cuento clásico de la India)

domingo, 30 de agosto de 2009

¿Cómo se arregla el mundo?

¿Se puede arreglar el mundo?
Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba resuelto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas. Cierto día su hijo de 7 años invadió su santuario decidido a ayudarlo a trabajar. El científico nervioso por la interrupción le pidió al niño que fuese a jugar a otro lado. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiese darle con el objetivo de distraer su atención. De repente se encontró con una revista en donde había un mapa con el mundo, justo lo que precisaba. Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos y junto con un rollo de cinta se lo entregó a su hijo diciendo: como te gustan los rompecabezas te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie. Entonces calculó que al pequeño le llevaría 10 días componer el mapa, pero no fue así. Pasadas algunas horas escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente. Papá, papá, ya hice todo, conseguí terminarlo. Al principio el padre no creyó en el niño. Pensó que sería imposible que a su edad hubiera conseguido recomponer un mapa que jamás había visto antes .Desconfiado el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño. Para su sorpresa el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. Cómo era posible? Cómo el niño había sido capaz de hacerlo? De esta manera el padre preguntó con asombro a su hijo- Hijito tú no sabías cómo era el mundo cómo lo lograste? Papá respondió el niño, yo no sabía como era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di vuelta los recortes y comencé a recomponer al hombre que sí sabía como era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta la hoja y vi que había arreglado al mundo.
Gabriel García Márquez

sábado, 29 de agosto de 2009

Las gafas rotas...

Las gafas
“Érase una vez una ciudad donde todo el mundo llevaba gafas. Los hombres y mujeres de aquella ciudad usaban unas gafas totalmente extraordinarias. Unas descomponían la luz, captando sólo unos rayos determinados. Otras, descomponían los objetos, y sólo se veían algunos aspectos de los mismos. Otras gafas conseguían hacer ver como feo aquello que hasta entonces se había considerado como hermoso, y hermoso lo que se había visto hasta entonces como feo... Existían muchas clases de gafas: todas creaban de nuevo el mundo, desde una infinidad de puntos de vista distintos.
La historia venía de tiempo atrás. Un genio malintencionado había inventado estos diferentes tipos de gafas. Al principio nadie compraba aquellas extrañas gafas. Luego, algunos empezaron a probarlas, y lo habían encontrado muy divertido. Las gafas se pusieron de moda. Todo el mundo empezó a comprarlas ansiosamente para poder tener su propia visión de las personas, de las cosas, del mundo y, así, poder reírse mucho. Sólo se quitaban las gafas para secarse las lágrimas que de tanto reír les salían; y casi nunca se limpiaban las gafas... Sólo en esos momentos veían las cosas tal como eran. Poco a poco, fueron riendo cada vez menos, hasta que se acostumbraron a ver las cosas que les mostraban sus gafas. Y terminaran por no volver a reír nunca más. Se habían acostumbrado de tal manera a esta vida, que siempre iban por esos mundos de Dios con las gafas encima de la nariz y con una cara extraordinariamente seria.
Había gafas para todos los gustos: unas lo hacían ver todo negro, ¡qué lástima!; otras, sólo dejaban ver el propio trabajo, los propios intereses -el propio negocio, el propio coche, la propia casa, las propias preocupaciones, el propio trabajo-, ¡qué poco divertido era aquello; otras gafas sólo dejaban ver la ciencia, los libros, los números, los cálculos, ¡qué aburrido!; otras sólo dejaban ver el juego, la diversión, las distracciones, y, a la larga, i qué cansancio!; otras.... otras...
Un día hubo una lucha entre quienes veían a los otros como menos inteligentes y quienes los veían como animales. Uno de los que veían a los demás como poco inteligentes recibió un golpe en sus gafas. Se le cayeron al suelo y se le rompieron. Al verse en el suelo y con las gafas destrozadas se enfureció mucho. Pero, de repente, se dio cuenta de que existían las gafas; vio a toda la gente a su alrededor con las gafas puestas, le entró la risa y rompió a reír a grandes carcajadas.
Debía estar loco para reír de aquella manera y en aquellos momentos tan difíciles. Eran tiempos para estar serio y para imponerse a las dificultades y a la situación, no para reírse. Eran tiempos para luchar por sobrevivir. Nadie podía estar seguro de los demás. Nadie podía fiarse de nadie. La violencia reinaba por todas partes. El egoísmo y los intereses propios imperaban por doquier. El dinero lo solucionaba todo. Los pobres, los enfermos, los débiles, no tenían nada que hacer en aquella ciudad. ¿Cómo tenía valor para reírse en aquella situación? Sin duda, debía estar loco.
Aquel señor de las gafas rotas se dio cuenta de todo ello. Paró de reír. Colocó sobre su nariz la montura de sus gafas rotas para no llamar la atención. Y, como lo normal de los demás habitantes de la ciudad era pelearse, se comprometió a luchar contra sí y contra los otros procurando romper el mayor número de gafas que pudiera en su lucha. Después de esto, ya veríamos qué pasaría”.
BRUNET

viernes, 28 de agosto de 2009

Explicaciones engañosas...

Codicia
Cavando, para montar un cerco que separara mi terreno de el de mi vecino, me encontré enterrado en mi jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.A mi no me interesó por la riqueza, me interesó por lo extraño del hallazgo, nunca he sido ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales, pero igual desenterré el cofre.
Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres...
Mientras las apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando...
Constituían en sí mismas una verdadera fortuna. Solo por pasar el tiempo, empecé a imaginar todas las cosas que se podrían comprar con ellas.
Pensaba en lo loco que se pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro. Por suerte, por suerte...no era mi caso...
Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener en un miserable que las monedas las había enterrado su abuelo, y que por lo tanto le pertenecían a él.
Me dio tanto fastidio que lo maté...
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a mí no me importa son las cosas que se compran con dinero, eso sí, no soporto la gente codiciosa...

JORGE BUCAY

jueves, 27 de agosto de 2009

La confianza y el afecto, la gran lección

El amor, la única fuerza creativa
Un profesor universitario quiso que los alumnos de su clase de sociología se adentrasen en los suburbios de Boston para conseguir las historias de doscientos jóvenes. A los alumnos se les pidió que ofrecieran una evaluación del futuro de cada entrevistado. En todos los casos los estudiantes escribieron: «Sin la menor probabilidad». Veinticinco años después, otro profesor de sociología dio casualmente con el estudio anterior y encargó a sus alumnos un seguimiento del proyecto, para ver qué había sucedido con aquellos chicos. Con la excepción de veinte individuos, que se habían mudado o habían muerto, los estudiantes descubrieron que 176 de los 180 restantes habían alcanzado éxitos superiores a la media como abogados, médicos y hombres de negocios. El profesor se quedó atónito y decidió continuar el estudio. Afortunadamente, todas aquellas personas vivían en la zona y fue posible preguntarles a cada una cómo explicaban su éxito. En todos los casos, la respuesta, muy sentida, fue: «Tuve una maestra». La maestra aún vivía, y el profesor buscó a la todavía despierta anciana para preguntarle de qué fórmula mágica se había valido para salvar a aquellos chicos de la sordidez del suburbio y guiarlos hacia el éxito.
—En realidad es muy simple —fue su respuesta—. Yo los amaba.
(Eric Butterworth)

miércoles, 26 de agosto de 2009

La forma de encarar la vida es lo que la hace diferente

MURIÓ LA PERSONA QUE IMPEDÍA TU CRECIMIENTO
"Tú eres la única persona que puedes hacer una revolución en tu vida. Tú eres la única persona que puede perjudicar tu vida, y tú eres la única persona que se puede ayudar a sí mismo"
Un día, cuando los empleados llegaron a trabajar encontraron en la recepción un enorme letrero en el que estaba escrito: “Ayer falleció la persona que impedía el crecimiento de usted en esta empresa. Están invitados al velorio en el área de deportes”. Al comienzo todos se entristecieron por la muerte de uno de sus compañeros , pero después empezaron a sentir curiosidad por saber quien era el que estaba impidiendo el crecimiento de sus compañeros de la empresa. La agitación en el área deportiva era tan grande que fue necesario llamar a los de seguridad para organizar la fila en el velorio.
Los tristes y pesimistas se lamentan, los alegres y optimistas encuentran oportunidadesLa mejor oportunidad aquí
Conforme las persona iban acercándose al ataúd , la excitación aumentaba. ¿Quién sería el que estaba impidiendo mi progreso? ¡QUE BUENO QUE EL INFELIZ MURIÓ!
Uno a uno los empleados agitados, se aproximaban al ataúd, miraban al difunto y tragaban seco. Se quedaban unos minutos en el más absoluto silencio, como si les hubiera tocado lo más profundo del alma. Pues bien en el fondo del ataúd había un espejo….. cada uno se veía a sí mismo….. Solo existe una persona capaz de limitar tu crecimiento: TU MISMO!!!! . Tú eres la única persona que puedes hacer una revolución en tu vida. Tú eres la única persona que puede perjudicar tu vida, y tú eres la única persona que se puede ayudar a sí mismo.
TU VIDA NO CAMBIA CUANDO CAMBIA TU JEFE, CUANDO TU EMPRESA CAMBIA, CUANDO TUS PADRES CAMBIAN, CUANDO TU PAREJA CAMBIA, TU VIDA CAMBIA CUANDO TU CAMBIES, TÚ ERES EL UNICO RESPONSABLE POR ELLA.
“Los tristes piensan que el viento gime, los alegres y optimistas piensan que canta”
El mundo es como un espejo que devuelve a cada persona el reflejo de sus propios pensamientos. La manera como encares la vida es lo que hace la diferencia.
(Anónimo)

martes, 25 de agosto de 2009

"Fabricar" ... algunos pares de amigos.

JUAN SINPIERNAS
(... o el arte de igualar hacia abajo.)

Juan Sinpiernas era un hombre que trabajaba como leñador.
Un día Juan compró una sierra eléctrica pensando que esto aligeraría mucho su trabajo.La idea hubiera sido muy feliz si él hubiera tenido la precaución de aprender a manejar primero la sierra, pero no lo hizo.
Una mañana mientras trabajaba en el bosque, el aullido de un lobo hizo que el leñador se descuidara... La sierra eléctrica se deslizó entre sus manos y Juan se accidentó hiriéndose de gravedad en las dos piernas.
Nada pudieron hacer los médicos para salvarlas, así que Juan Sinpiernas, como si fuera víctima de la profética determinación de su nombre, quedó definitivamente postrado en un sillón de ruedas por el resto de su vida.
Juan estuvo deprimido durante meses por el accidente y después de un año, pareció que poco a poco empezaba a mejorar.
No obstante, algo conspiró contra su recuperación psíquica e imprevistamente, Juan volvió a caer en una profunda e increíble depresión.
Los médicos lo derivaron a psiquiatría.
Juan Sinpiernas, después de una pequeña resistencia, hizo la consulta.El psiquiatra era amable y contenedor. Juan se sintió en confianza rápidamente y le contó sucintamente los hechos que derivaron en su estado de ánimo.
El psiquiatra le dijo que comprendía su depresión. La pérdida de las piernas - dijo - era realmente un motivo muy genuino para su angustia.
- Es que no es eso, doctor - dijo Juan - mi depresión no tiene que ver con la pérdida de las piernas. No es la discapacidad lo que más me molesta. Lo que más me duele es el cambio que ha tenido la relación con mis amigos.
El psiquiatra abrió los ojos y se quedó mirándolo, esperando que Juan Sinpiernas completara su idea.
- Antes del accidente mi amigos me venían a buscar todos los viernes para ir a bailar. Una o dos veces a la semana nos reuníamos a chapotear en el río y hacer carreras a nado. Hasta días antes de mi operación algunos de los amigos salíamos los domingos de mañana a correr por la avenida costanera. Sin embargo, parece que por el sólo hecho de haber sufrido el accidente, no sólo he perdido las piernas, sino que he perdido además las ganas de mis amigos de compartir cosas conmigo. Ninguno de ellos me ha vuelto a invitar desde entonces.
El psiquiatra lo miró y se sonrió...
Le costaba creer que Juan Sinpiernas no estuviera entendiendo lo absurdo de su planteo...
No obstante, el psiquiatra decidió explicarle claramente lo que pasaba. Él sabía mejor que nadie que la mente tiene resortes tan especiales que pueden hacer que uno se vuelva incapaz de entender lo que es evidente y obvio.
El psiquiatra le explicó a Juan Sinpiernas que sus amigos no lo estaban evitando por desamor o rechazo.
Aunque fuera doloroso, el accidente había modificado la realidad. Le gustara o no, él ya no era el compañero de elección para hacer esas mismas cosas que antes compartían...
- Pero Dr. - interrumpió Juan Sinpiernas - yo sé que puedo nadar, correr y hasta bailar. Por suerte, pude aprender a manejar mi silla de ruedas y sé que nada de eso me está vedado...
El doctor lo serenó y siguió su razonamiento: Por supuesto que no había nada en contra de que él siguiera haciendo las mismas cosas, es más, era importantísimo que siguiera haciéndolas. Simplemente, era difícil seguir pretendiendo compartirlas con sus relaciones de entonces.
El psiquiatra le explicó a Juan que en realidad él podía nadar, pero tenía que competir con quienes tenían su misma dificultad... que podía ir a bailar, pero en clubes y con otros a quienes también les faltaran las piernas... podía salir a entrenarse por la costanera, pero debía aprender a hacerlo con otros discapacitados.
Juan debía entender que sus amigos no estarían con él ahora como antes, porque ahora las condiciones entre él y ellos eran diferentes... Ya no eran sus pares.
Para poder hacer estas cosas que él deseaba hacer y otras más, era mejor acostumbrarse a hacerlo con sus iguales.Tenía, entonces, que dedicar su energía a fabricar nuevas relaciones con pares.
Juan sintió que un velo se descorría dentro de su mente y esa sensación lo serenó.
- Es difícil explicarle cuanto le agradezco su ayuda, doctor - dijo Juan - Vine casi forzado por sus colegas pero ahora comprendo que tenían razón... He entendido su mensaje y le aseguro que seguiré sus consejos, doctor. Muchas gracias ha sido realmente útil venir a la consulta.
- Nuevas relaciones con pares. - Se repitió Juan para no olvidarlo.
Y entonces Juan Sinpiernas salió del consultorio del psiquiatra, y volvió a su casa...y puso en condiciones su sierra eléctrica...
Planeaba cortarles las piernas a algunos de sus amigos, y "fabricar" así... algunos pares.

(Jorge Bucay).

lunes, 24 de agosto de 2009

Su verdad, tu verdad, mi verdad...

Como Nasrudín creó la verdad
Las leyes, por sí mismas, no hacen mejor a la gente dijo Nasrudín al Rey . Es necesaria la práctica de ciertas cosas para lograr armonizarse con la verdad interior.
Esta forma de verdad se asemeja muy poco a la verdad aparente.
El monarca decidió que él podía hacer y haría que
la gente dijese la verdad. Él podía obligarlos a practicar la veracidad.
Se entraba a su ciudad por un puente. Sobre éste hizo construir un patíbulo. Cuando al amanecer del día siguiente fueron abiertas las puertas, el Capitán de la Guardia se encontraba apostado allí con un escuadrón de tropas, para examinar a todo el que entraba.
Fue hecho este anuncio: «Todos serán interrogados. Si dicen la verdad, se les permitirá entrar. Si mienten, serán colgados».
Nasrudín se adelantó.
¿Adónde va usted?
-Yo -dijo Nasrudín lentamente- voy camino a ser
colgado.
-¡ No le creemos! -le contestaron.
-Muy bien, si he mentido, ¡cuélguenme!
-Pero si lo colgamos por haber mentido, habremos
hecho que lo que usted dijo sea cierto.
-Así es: ahora saben lo que es la verdad. ¡SU verdad!
(Cuento Sifí)

domingo, 23 de agosto de 2009

El futuro siempre puede ser mejor que lo que ya ha pasado, pero si no dejamos de mirar atrás no podemos verlo

Juanija Lagartija
Juanija Lagartija vivía entre unas piedras en el campo. Como a todas las lagartijas, le encantaba tomar tranquilamente el sol sobre una gran roca plana. Allí se quedaba tan a gustito, que más de una vez había llegado a dormirse, y eso fue lo que pasó el día que perdió su rabito: unos niños la atraparon, y Juanija sólo pudo soltarse perdiendo su rabo y corriendo a esconderse.
Asustada oyó como aquellos niños reían al ver cómo seguía moviéndose el rabito sin la lagartija, y terminaban tirándolo al campo después de un ratito. La lagartija comenzó entonces a buscarlo por toda la zona, dispuesta a recuperarlo como fuera para volver a colocarlo en su sitio. Pero aquel campo era muy grande, y por mucho que buscaba, no encontraba ni rastro de su rabito. Juanija dejó todo para poder buscarlo, olvidando su casa, sus juegos y sus amigos, pero pasaban los días y los meses, y Juanija seguía buscando, preguntando a cuantos encontraba en su camino.
Un día, uno aquellos a quienes preguntó respondió extrañado "¿Y para qué quieres tener dos rabos?". Juanija se dio la vuelta y descubrió que después de tanto tiempo le había crecido un nuevo rabito, incluso más fuerte y divertido que el anterior. Entonces comprendió que había sido una totería dedicar tanto tiempo a lo que ya no tenía remedio, y decidió darse la vuelta y volver a casa.
Pero de vuelta a sus rocas, precisamente encontró su rabito al lado del camino. Estaba seco y polvoriento, y tenía un aspecto muy feo. Alegre, después de haber dedicado tanto tiempo a buscarlo, Juanija cargó con él y siguió su camino. Se cruzó entonces con un sapo, que sorprendido le dijo:
- ¿Por qué cargas con un rabo tan horrible y viejo, teniendo uno tan bonito?
- He estado meses buscándolo - respondió la lagartija.
- ¿De verdad has estado meses buscando algo tan feo y sucio? -siguió el sapo.
- Bueno - se, excusó Juanija- antes no era tan feo...
- Mmm, pero ahora sí lo es, ¿no?... ¡qué raras sois las lagartijas! -dijo el sapo antes de largarse dando saltos
El sapo tenía razón. Juanija seguía pensando en su rabito como si fuera el de siempre, pero la verdad es que ahora daba un poco de asco. Entonces la lagartija comprendió todo, y decidió dejarlo allí abandonado, dejando con él todas sus preocupaciones del pasado; y sólo se llevó de allí un montón de ilusiones para el futuro.
Pedro Pablo Sacristán

viernes, 21 de agosto de 2009

El mejor regalo para nosotros y para el mundo

Las Cuatro Esposas
Había una vez un rey que tenía cuatro esposas. El amaba a su cuarta esposa más que a las demás y la adornaba con ricas vestiduras y la complacía con las delicadezas más finas. Sólo le daba lo mejor.
También amaba mucho a su tercera esposa y siempre la exhibía en los reinos vecinos. Sin embargo, temía que algún día ella se fuera con otro.
También amaba a su segunda esposa. Ella era su confidente y siempre se mostraba bondadosa, considerada y paciente con él. Cada vez que el rey tenía un problema, confiaba en ella para ayudarle a salir de los tiempos difíciles.
La primera esposa del rey era una compañera muy leal y había hecho grandes contribuciones para mantener tanto la riqueza como el reino del monarca. Sin embargo, él no amaba a su primera esposa y aunque ella lo amaba profundamente, apenas él se fijaba en ella.
Un día el rey enfermó y se dio cuenta de que le quedaba poco tiempo. Pensó acerca de su vida de lujo, y caviló : "Ahora tengo cuatro esposas conmigo pero, cuando muera, estaré solo". Así que le preguntó a su cuarta esposa; "Te he amado más que a las demás, te he dotado con las mejores vestimentas y te he cuidado con esmero. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?". "¡Ni pensarlo!". Contestó la cuarta esposa y se alejó sin decir más palabras... Su respuesta penetró en su corazón como un cuchillo filoso.
El entristecido monarca le preguntó a su tercera esposa : "Te he amado toda mi vida. Ahora que estoy muriendo, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?". "¡No!". Contestó su tercera esposa. "¡La vida es demasiado buena!, ¡Cuando mueras, pienso volverme a casar!"... Su corazón experimentó una fuerte sacudida y se puso frío.
Entonces preguntó a su segunda esposa : "Siempre he venido a ti por ayuda y siempre has estado allí para mí. Cuando muera, ¿estarías dispuesta a seguirme y ser mi compañía?". "¡Lo siento, no puedo ayudarte esta vez!". Contestó la segunda esposa. "Lo más que puedo hacer por tí es enterrarte!"... Su respuesta vino como un relámpago estruendoso que devastó al rey.
Entonces escuchó una voz: "Me iré contigo y te seguiré doquiera tú vayas"... El rey dirigió la mirada en dirección de la voz y allí estaba su primera esposa. Se veía tan delgaducha, sufría de desnutrición. Profundamente afectado, el monarca dijo : "¡Debí haberte atendido mejor cuando tuve la oportunidad de hacerlo!".
MORALEJA :
En realidad, todos tenemos cuatro esposas en nuestras vidas:
- Nuestra cuarta esposa es nuestro cuerpo... no importa cuánto tiempo y esfuerzo invirtamos en hacerlo lucir bien, nos dejará cuando muramos.
- Nuestra tercera esposa son nuestras posesiones, condición social y riqueza... cuando muramos, irán a parar a otros.
- Nuestra segunda esposa es nuestra familia y amigos... no importa cuánto nos hayan sido de apoyo a nosotros aquí, lo más que podrán hacer es acompañarnos hasta la muerte.
- Y nuestra primera esposa es nuestra alma, frecuentemente ignorada en la búsqueda de la fortuna, el poder y los placeres del ego. Sin embargo, nuestra alma es la única que nos acompañará adonde quiera que vayamos.
¡Así que cultivémosla, fortalezcámosla y cuidémosla ahora! Es el más grande regalo que podemos ofrecerle al mundo.
(Autor desconocido)

miércoles, 19 de agosto de 2009

Te merece?

Cuentan que había una vez un rey muy apuesto que estaba buscando esposa.
Por su palacio pasaron todas las mujeres más hermosas del reino y de otros más lejanos; muchas le ofrecían además de su belleza y encantos muchas riquezas, pero ninguna lo satisfacía tanto como para convertirse en su reina.

Cierto día llegó una mendiga al palacio de este rey y con mucha lucha consiguió una audiencia.
“ No tengo nada material que ofrecerte; solo puedo darte el gran amor que siento por ti” le digo al rey: “si me permites puedo hacer algo para demostrarte ese amor”.
Esto despertó la curiosidad del rey, quien le pidió que dijera que sería eso que podía hacer.

“ Pasaré 100 días en tu balcón, sin comer ni beber nada, expuesta a la lluvia, al sereno, al sol y al frío de la noche. Si puedo soportar estos 100 días, entonces me convertirás en tu esposa”.
El rey, sorprendido más que conmovido, aceptó el reto. Le dijo: “Acepto. Si una mujer puede hacer todo esto por mí, es digna de ser mi esposa.
Dicho esto la mujer empezó su sacrificio.

Empezaron a pasar los días y la mujer valientemente soportaba las peores tempestades... Muchas veces sentía que desfallecía del hambre y el frío, pero la alentaba imaginarse finalmente al lado de su gran amor.
De vez en cuando el rey asomaba la cara desde la comodidad de su habitación para verla y le hacía señas de aliento con el pulgar.

Así fue pasando el tiempo... 20 días... 50... la gente del reino estaba feliz, pues pensaban “por fin tendremos reina!!”… 90 días... y el rey continuaba asomando su cabeza de vez en cuando para ver los progresos de la mujer. “Esta mujer es increíble” pensaba para si mismo y volvía a darle alientos con señas.

Al fin llegó el día 99 y todo el pueblo empezó a reunirse en las afueras del palacio para ver el momento en que aquella mendiga se convertiría en esposa del rey. Fueron contando las horas... a las 12 de la noche de ese día tendrían reina!!... La pobre mujer estaba muy desmejorada; había enflaquecido mucho y contraído enfermedades. Entonces sucedió. A las 11:00 del día 100, la valiente mujer se rindió... Y decidió retirarse de aquel palacio. Dio una triste mirada al sorprendido rey y sin decir ni media palabra se marchó.

La gente estaba conmocionada!! Nadie podía entender por qué aquella valiente mujer se había rendido faltando tan solo 1 hora para ver sus sueños convertirse en realidad!! Había soportado tanto!!
Al llegar a su casa, su padre se había enterado ya de lo sucedido. Le preguntó: “por qué te rendiste a tan solo instantes de ser la reina?
Y ante su asombro
ella respondió:

“ Estuve 99 días y 23 horas en su balcón, soportando todo tipo de calamidades y no fue capaz de liberarme de ese sacrificio. Me veía padecer y solo me alentaba a continuar, sin mostrar siquiera un poco de piedad ante mi sufrimiento. Esperé todo este tiempo un atisbo de bondad y consideración que nunca llegaron. Entonces entendí: una persona tan egoísta, desconsiderada y ciega, que solo piensa en sí misma, no merece mi amor.

MORALEJA: Cuando ames a alguien y sientas que para mantener a esa persona a tu lado tienes que sufrir, sacrificar tu esencia y hasta rogar... aunque te duela retírate. Y no tanto porque las cosas se tornen difíciles, sino porque quien no te haga sentir valorado, quien no sea capaz de dar lo mismo que tú, quien no pueda establecer el mismo compromiso, la misma entrega... Simplemente NO TE MERECE.

martes, 11 de agosto de 2009

El perdón

Corazón de piedra
Corazonada era una ciudad muy pequeña habitada sólo por ratones, todos bigotudos y orejones. El nombre de la ciudad se debía a que, si bien en apariencia todos los ratones eran igualitos, se distinguían por su corazón.
Los había con corazones grandes, otros pequeños, algunos más enamoradizos, otros un poco más duros y algunos más blandos.
Corazón de Piedra era un ratón de mediana edad al que todos llamaban así porque realmente daba la impresión de tener una roca en lugar de corazón. No era que fuese malo, sino que parecía siempre enojado y tenía muy pocos amigos. Todos decían que, con el tiempo, su corazón se había endurecido y era cierto.
Corazón de Piedra no siempre había sido así. Cuando era un pequeño tenía el corazón blandito, tierno y de color rosa. Era un ratoncito como todos, excepto por un problema: no sabía perdonar.
Cuando tenía apenas un añito, un amiguito –sin maldad alguna y sólo por hacer una travesura- le escondió su chupete preferido que tenía sabor a queso Roquefort y era de color azul. Nuestro ratoncito lloró mucho al no encontrar el chupete, tanto que hubo que sacar el agua de su cuevita con veinte baldecitos.
Como su amiguito vio que la cosa se estaba complicando, fue en búsqueda del chupete de Roquefort y se lo devolvió.
¡Pensé que lo había perdido! ¡Eres un tonto! Gritó Corazón de Piedra enfurecido, mientras chupaba el chupete y se secaba las lágrimas.
–Perdón amigo, no pensé que te pondrías tan mal, sólo quise hacer una broma. Se justificó Corazón de Chocolate (así le decían porque era un ratón de color marrón oscuro).
– ¡Qué perdón, ni perdón! Ya no soy más tu amigo y no te voy a perdonar jamás. Volvió a gritar el ratoncito que seguía muy enojado.
Corazón de Chocolate se fue muy triste, pues realmente no había querido dañar a su amigo. Pensó que, con el tiempo, el enojo pasaría pero no fue así. Corazón de Piedra jamás volvió a dirigirle la palabra.
Cuando empezó el colegio, un compañerito un poco atolondrado tropezó con nuestro ratoncito, quien con el golpe dejo caer los útiles al piso. La cartuchera con aspecto de quesera que Corazón de Piedra tanto amaba, quedó aplastada y muy sucia. Inútil fue tratar de hacerle entender que había sido un accidente y que nadie había querido dañarlo a él o a su amada cartuchera. Como una vez más, nuestro ratón no quiso perdonar a su compañero, perdió así otro amigo más y fueron muchos los que quedaron en el camino.
El tiempo fue pasando y parecía que con cada perdón no dado, su corazón se convertía más y más es una roca. Perdió su color rosa, se volvió gris, duro y seco, como si no tuviese vida.
Corazón de Esponja, en cambio, era un ratón que siempre perdonaba y que tenía muchísimos amigos. Decía que en cada poro de esa hermosa esponjita que era su corazón, había un amor y sus poros eran muchos realmente. Como era muy bueno, pensó en que algo debía hacer por Corazón de Piedra. No se resignaba a que el corazón de este ratón siguiera endureciéndose más y más cada día.
Ideó un plan. Debía hacer que Corazón de Piedra entendiese realmente el valor del perdón.
Llamó a todos aquellos ratoncitos a quienes nuestro amigo no había perdonado. Eran muchos por cierto. Les pidió su ayuda para solucionar el problema de Corazón de Piedra y como por suerte, ninguno era rencoroso, todos aceptaron ayudar. Faltaba muy pocos días para el cumpleaños de nuestro amigo, ésa sería una oportunidad ideal llevar a cabo su plan.
El mismo día del cumpleaños, reunió a todos los ratones que no habían sido perdonados en la plaza de la ciudad que tenía forma de corazón, como podrán imaginarse. A cada uno le puso un sombrerito de cumpleaños y un globito atado en la colita y les pidió que no trajeran regalo alguno.
Cuando estuvieron todos reunidos, fue a buscar a Corazón de Piedra. Primero le dijo “Feliz Cumpleaños” y luego le tapó los ojos, pidiéndole que lo acompañara a la plaza.
Cuando llegaron, Corazón de Esponja con una seña les indicó que todos juntos cantaran el feliz cumpleaños, cosa que así hicieron. Al terminar la canción, destapó los ojos de su amigo.
Corazón de Piedra no podía creer lo que veía, todos aquellos ratones a los que él había dado la espalda y les había cerrado su corazón estaban allí agitando globitos con sus colitas y cantándole el feliz cumpleaños. Se sintió realmente conmovido. Pero eso no era todo.
– Todos ellos tienen un regalo especial para darte- Dijo Corazón de Esponja.
– Un … regalo… no …. No …. Hace falta- Contestó un poco avergonzado Corazón de Piedra.
– Sí que hace falta y mucha. A ver ahora todos juntos y en forma clara ¿qué tienen para darle al cumpleañero? Preguntó el noble ratón.
- Nuestro perdón – Dijeron todos.
- Creo que no entiendo – comentó confundido Corazón de Piedra.
- Es evidente que no entiendes. En distintas oportunidades no perdonaste a cada uno de estos ratoncitos. Les cerraste las puertas de tu corazón y los alejaste de tu vida. Ninguno de ellos, por más que quisiera, pudo volver a ser tu amigo. Dijo muy firme Corazón de Esponja. Luego continúo.
– Espero hayas aprendido con la soledad de todos estos años, que el perdón nos acerca al otro, nos une y nos hace más buenos. Perdonar a un amigo ablanda nuestro corazón, le da energías, lo hace brillar más.
Corazón de Piedra escuchaba atento y con la cabeza baja. Su amigo siguió hablándole.
– Son ellos los que ahora tienen que perdonarte y como te quieren y desean tener corazones rosas y mulliditos lo hacen justamente desde lo más profundo de su corazón. Parecía raro, él que jamás había perdonado, ahora deseaba con toda el alma ser perdonado por los demás. Ahora sí que Corazón de Piedra había entendido . Agradecido y emocionado aceptó el regalo de sus amigos: el perdón.
El ratoncito jamás olvidaría ese cumpleaños. Había recibido el mejor de los regalos pues también se perdonó a si mismo. Así, dándose una nueva oportunidad, volvió a tener muchos amigos, aprendió a ser feliz y su corazón de a poquito fue cambiando de color, de textura y de forma. Con el tiempo nadie recordaría su viejo nombre, ahora todos los llamaban Corazón Algodón de Azúcar. El nombre era largo pero a él no le importaba, lucía muy orgulloso un corazón rosa, grande, blandito y muy dulce.
( De una escritora argentina)

lunes, 10 de agosto de 2009

A veces convertimos nuestro mundo en peticiones y lamentaciones

LA FOTO
¡Ay, que me duele el alma!Por eso grito en este espacio tan vacuo. El dolor es insufrible, por eso grito con la boca seca; si es que consigo proferir sonido. Mi pena ya no es ni pena, por eso grito, si es que consigo articular palabra, al viento que desee cargar con mi sufrimiento. Miro mis piernas: ya no son tales. El pellejo pende de los huesos de ellas como redes de pescadores desmontadas, listas para el remiendo. Mis manos, no me las veo. La cabeza no me responde a la orden de elevarse, de superar esta languidez que deforma mi cuello hasta el ángulo recto. Mis manos, con las que hace demasiado tiempo (quizá tres horas) intentaba espantar el macabro pajarraco que me observa desde la distancia ¿esperando qué?, no me las veo. Mis ojos se encuentran cegados por esta persistente patina gris que opaca mi mirar, que difumina a ratos (gracias a ¿Dios?) la malcarada silueta del pajarote horrendo que me mira sin tregua. La garganta la siento atravesada, como un acerico, por mil agujas de cristal helado y la nariz ya hace demasiado tiempo (tal vez tres horas) que no me gotea.
Me preocupa mi mamá, que andará buscándome de rama en rama, como cuan-do huía de su compañía con mis hermanos mayores, y seguro estoy que el llanto no tardará en hacer acto de presencia en sus bellos ojos, cansados de otear el horizonte esperando el regreso de mi padre. Por esa sencilla razón más que por otra es que me sufre el alma. Conmiseración.
¡Ay, que me duele la tierra!
Seca, rajada, deforme, en perenne deceso, gracias en parte a mí: no la supe cuidar. Áspera bajo mi cuerpo sentado en medio de nada, se rebela ahora por el cariño que sabe no le di; me lo echa en cara, me restriega su miseria por el alma desanimada, mi alma exhausta, mi alma exangüe. Siquiera haciendo fuerza con-seguiría ofrecerle una mísera gota de liquido de mi agónico cuerpo, nunca estuvimos a bien ella y yo, y así me lo devuelve: atenazando mis carnes, impidiéndome el movimiento, consiguiendo que no me levante de ella, extrayendo raíces de mi corazón al objeto de consumar nuestra unión de una maldita vez por todas. Tierra somos.
Dura; inaccesible a mí, inamovible. Orgullosa tierra baldía que día a día me ofreciste lo peor de ti, tus peores rictus de infortunio. Poco queda para que me reúna nuevamente contigo. Y el pertinaz vigilante plumífero acechando mi cada vez más hundida existencia.
¡Ay, que me duele la vida!
El sol abrasa mi piel, lo noto porque el agua hace ya rato que dejó de refrescármela; ha tiempo que se secó mi dermis (¿tres largas horas?), y no veo la forma de aliviar esta quemazón malsana. Por la posición de mi cuello adivino que dentro de poco tocaré con las rodillas en la frente, quizá así descanse mi lastimada columna. ¡Maldita ave de rapiña! ¡Ves a hurgar en otro nido, ladrona, que aquí nada has de conseguir! Mi mamá no tardará nada en encontrarme... si me halla.
Pero...
Un momento... oigo pasos... por fin... me ha encontrado. ¡Mamá, mamita, estoy aquí! No, no es mi mamá, pero... ¿quién es y qué quiere? Me ayudará a salir de aquí, seguro. En cuanto descubra lo débil que me siento me cargará en sus brazos y me llevará con mi mamá. ¡Tanto tiempo esperando y ahora siento miedo!
Acércate, vamos, quien quiera que seas. Aproxímate y mírame bien, sólo soy un niño desvalido, cansado de no comer, harto de vivir esta vida ingrata que me ha tocado, pero... deseo vivirla.
¡Ayúdame, por el amor de ¿Dios?! Estoy... cansado... de esperar... una mano amiga... ¡Tiéndemela! Ya no tengo sed... sólo quiero... tu mano...
¿Qué haces, qué es eso que coges con tus manos... eso que cuelga de tu cuello?
¡Ah, una cámara de fotos! ¿Crees que es momento de hacerme fotos, justamente ahora? Pobre imbécil, mal momento eliges para hacerme un retrato. ¿Cómo he de mirar al pajarito, si no soy capaz de mover una ceja?
Y el malhadado buitre observándome, esperando que cierre los ojos para abalanzarse sobre mí...
¡Ay, que me duele el mundo!
Joseph Mask

sábado, 8 de agosto de 2009

La importancia y el valor de las cosas depende de nosotr@s

La estatua
Cierta vez, entre las colinas, vivía un hombre poseedor de una estatua cincelada por un anciano maestro. Descansaba contra la puerta, de cara al sol. Y él nunca le prestaba atención.
Un día pasó frente a su casa un hombre de la ciudad, un hombre de ciencia. Y, advirtiendo la estatua, preguntó al dueño si la vendería.
Riéndose el dueño respondió:
¿Quién desearía comprar esa horrible y sucia estatua?
"El hombre de la ciudad dijo: "Te daré esta pieza de plata por ella."
El otro quedó atónito pero agradado.
La estatua fue trasladada a la ciudad sobre el lomo de un elefante. Y luego de varias lunas el hombre de las colinas visitó la ciudad, y, mientras caminaba las calles, vio a una multitud ante un negocio, y a un hombre que a voz en cuello gritaba: "Acercaos y contemplad la más hermosa, la más maravillosa estatua del mundo entero. Solamente dos piezas de plata para admirar la más extraordinaria obra maestra."
Al instante, el hombre de las colinas pagó dos piezas de plata y entró en el negocio para ver la estatua que él mismo había vendido por una sola pieza de ese mismo metal.

Khalil Gibran
-poeta y filósofo libanés-

viernes, 7 de agosto de 2009

La ignorancia de pensar que con muerte se alcanza la libertad

YO DECIDO CUANDO
Se hace muy difícil vivir como un vencido en la propia tierra que te ha visto nacer. Rodeado por los vencedores, por sus familias y sus hijos, a modo de invasión civil, respirando bajo su yugo, bajo sus leyes y bajo su control.
Tiempos de manipulación y de represión. No existe libertad de expresión, al menos la nuestra, porque lo que se tiene que decir, no se puede decir sin gritar, sin vomitar toda la rabia interior contenida y generada por el odio hacia los enemigos ocupantes de nuestra tierra.
Triste destino para un pueblo orgulloso de sus orígenes y su tradición. ¡Algún día seremos libres!. Éste era el tema de conversación en nuestras casas, en las reuniones familiares. Envidiaba aquellos hogares en los que la tertulia se centraba en el fútbol, en el tiempo o en las pequeñas cosas que acontecen en el día a día. Debía ser una gozada volver a realizar una comida familiar, como cuando era un niño, sin tener que hablar de penurias o de desgracias.
Hace meses que dejé el pueblo para vivir con mi hermano en la ciudad. Abandoné aquel lugar después del fallecimiento de mi madre, ya anciana. Nunca sospeché que echaría tanto de menos el calor de aquel lugar. Últimamente, las cosas iban mal para todos pero, aún y así, disfruté tanto el año pasado, cuando nos juntábamos los seis hermanos en la casa, todos con sus familias, los niños alborotando alrededor de la abuela y ella, llena de satisfacción fabricaba galletas caseras para todos los diablillos. Mientras tanto, los niños corrían sin parar, incesantemente de aquí para allí, insuflando alegría en nuestra monótona y tranquila vida. ¡Era fantástico!.
Mi hermano, con el que actualmente vivo, y yo somos los únicos solteros. La verdad es que soy el más joven de todos y, todavía, no tengo ni edad, ni recursos para casarme. El caso de mi hermano es diferente. Él no tiene tiempo, siempre está trabajando intentando ganar un poco de dinero y ahorrar. Hoy por hoy, su único objetivo en la vida, es el de sacar mínimamente la cabeza de la miseria y encontrar una buena chica para formar un hogar y tener hijos.
Por mi parte, yo intento buscar un empleo que me permita ganar algo de dinero, pero la cosa está muy mal. Tengo una edad complicada para encontrar faena. Los trabajos fáciles se los dan a los niños, porque con miseria ya les pagan. Ya soy demasiado grande para comenzar como aprendiz de nada. Los trabajos que son un poco más difíciles, se los dan a muchachos mayores que yo, porque cobran lo mismo y éstos son más responsables y maduros, ya que necesitan el salario y el trabajo para pensar en el futuro, al igual que hace mi hermano. A los jovenzuelos sólo nos queda, como única alternativa, el vagabundear durante todo el día y poco más.
Desde hace unos tres meses, ya no estoy tanto tiempo ocioso. Hice amistad con un grupo de chicos, que están, más o menos, en mi misma situación de desocupación. A menudo, me suelo reunir con ellos en un local social y hablamos de los problemas de nuestro pueblo, de la opresión e injusticia que estamos sufriendo. Está muy bien, te sientes acompañado y rodeado de gente que piensa como tú. Además, allí nos dan, gratis, algo de comer y hablamos de las cosas que a los jóvenes nos interesa.
Existe una particularidad que me hace diferente y que no me deja sentirme cómodo en aquel ambiente, ésta es que nadie en mi familia ha luchado nunca por la causa.
No entiendo muy bien por qué no pelearon por lo que es nuestro. Me pregunto…, cómo fueron capaces de mantenerse al margen si estos problemas también les afectaban. Mis compañeros no lo comprenden y creo que yo, tampoco.
No obstante, ellos no me reprochaban nada y aunque no sirve de excusa, saben que en las zonas rurales de donde yo procedo, se vive de forma diferente el problema de la ocupación. No es tan evidente la invasión y la presencia del enemigo, allí sólo existen suelos áridos y pobreza, por ello quizás, no les interesan a los opresores. Por otro lado, la ciudad siempre resulta más atractiva, es el centro de poder, realmente puede que éste sea el motivo por el cual, la inmigración enemiga se concentró en las ciudades y no se aventuran a los pueblos y poblados. En estos últimos no hay riquezas ni influencias, sólo aislamiento. Son parajes de vida dura y esforzada.
Mis compañeros no me dicen nada, pero yo noto que hay un cierto recelo hacia mi persona. Por eso, para no ser menos, cuando hablamos sobre nuestros opresores, siempre intento enfatizar mis sentimientos en contra de ellos. En público, hago muestra de esta aversión manifiesta, maldiciendo y deseando al enemigo, todos los males habidos y por haber; entonces, a mis amigos, se les ve muy complacidos.
Sin embargo, a pesar de este inconveniente mío, podría afirmar que ya me consideran uno de ellos. Cuentan conmigo en sus escaramuzas nocturnas. Mi pobre hermano, llega demasiado cansado a casa y cuando se pone a dormir, ni siquiera se da cuenta que salgo y entro cuando me da la gana. Es habitual que, al menos una o dos noches por semana, salgamos a destrozar algo. Me gusta cuando salimos arropados por la noche, en pandilla, como buenos colegas, con un objetivo común, es como si se tratase de una manada de lobos en una batida de caza colectiva. Un fuerte sentido de compañerismo y lazos de amistad nacen entre nosotros. No hacemos daño físico a nadie, sólo rompemos y destrozamos aquello que sabemos que se ha financiado con nuestro sacrificio y en beneficio de los opresores. Hemos aprendido a fabricar dispositivos de guerrilla callejera, artefactos realizados con productos elementales y cotidianos: un poco de gasolina, un trapo, una botella y obtenemos un cóctel molotov; un tubo de PVC, unos cohetes de fuegos artificiales y conseguimos un arma de fuego. Hay quien nos tacha de vándalos y alborotadores, nosotros preferimos llamarnos luchadores de la libertad.
Últimamente, han aparecido los muchachos mayores por el centro de reunión. Estos son considerados unos héroes, son los "guerreros de la patria". Muchos de ellos, estuvieron aquí antes que nosotros, les gusta decir que nuestro local es "la guardería" y eso nos llena de orgullo. A ellos, comúnmente se les conoce, por el sobrenombre de los "ejecutores", porque son los que se enfrentan, cara a cara, llevando a cabo las acciones duras de hostigamiento al enemigo. Ellos ponen en peligro su vida y hacen que nadie olvide nuestra causa ni nuestras reivindicaciones. Son los soldados de la patria y forman el ejército que no podemos tener. A todos mis amigos les gustaría llegar, algún día, a ser como ellos para sentirse respetados y envidiados por todos, por supuesto, a mí también me gustaría. Yo he entablado muy buenas relaciones con el grupo de los ejecutores, tal vez, sea porque soy un poco mayor que mis otros compañeros o, quizás, porque no tengo familia. Ellos me respaldan, me apoyan y, esto se nota, aunque a mí, me gustaría que fuese más debido a méritos propios, que no porque alguien pensase que era un pobre huérfano.
Desde que los ejecutores llegaron a la guardería y medio me aceptaron entre ellos, mis colegas me miran con brillos de admiración en sus ojos, bromean diciendo que pronto me integraré en el grupo de los mayores. Éste hecho constituiría un gran orgullo y un honor para cualquiera de nosotros.
Hace casi dos meses que me he incorporado al grupo de los ejecutores. La guardería forma parte del pasado. Ahora estoy en "el refugio", conviviendo con la gente adulta y me tratan como tal. Estoy sensiblemente emocionado, hoy haré el juramento de lealtad a mi pueblo y juraré muerte al enemigo, aún a sacrificio de mi propia vida.
Dicho así, de esta forma, suena muy seco, pero la fórmula del juramento está muy bien redactada, suena orgullosa y, dicha con convencimiento, suena rotunda.
Este acto es grabado en cinta de vídeo y celebrado por los compañeros. Te regalan una copia de la cinta para los familiares, es un paso más hacia la madurez. Para nosotros, representa simbólicamente la jura de bandera de nuestro propio ejército.
Tras este trascendental paso en mi vida, me he integrado en las células de combate. He realizado algunas tareas de apoyo logístico e informativo para nuestras acciones contra puestos de vigilancia militares, retenes de la policía y otros objetivos de interés. En verdad, a todos los efectos, ya soy un guerrero de la libertad. Me he ganado un buen nombre entre los miembros de los diferentes comandos. Todos me tratan con respeto y consideración; al fin y al cabo, ellos son mi familia. Hace semanas que me peleé con mi hermano, a él no le parecían buenos, ni aconsejables, mis compañeros. No obstante, es mi vida y, sobre ella, sólo yo tengo derecho a decidir.
Hoy me incorporo al comando Púrpura, es el más respetado, secreto y sanguinario de todos. Mi inclusión en este grupo, constituye una gran distinción y proyección personal.Por la información que me han anticipado, voy a tener el privilegio de colocar un artefacto explosivo en la Plaza de la Estrella. No es una bomba de verdad, es de mentira; sólo pretendemos que, cuando se active, se genere una columna de humo, de color rojo sangre, que pueda ser vista en toda la ciudad. Es un acto simbólico para conmemorar el tercer aniversario del asesinato de tres de nuestros combatientes en dicho lugar. De hecho, se trata de un gesto de propaganda, a modo de recordatorio, para que no se pierda en el olvido, la memoria histórica de nuestra lucha.
Mis nuevos compañeros vinieron a recogerme al refugio. Estoy listo para partir, he realizado mis oraciones y, como cada día, me he encomendado a Dios quedando preparado para enfrentarme a lo que sea, nunca se sabe que clase de tropiezos nos podemos encontrar y, posiblemente, la plaza y sus inmediaciones estén vigiladas en tan significativa fecha.
Al entrar en la furgoneta veo caras desconocidas, sólo a uno de ellos lo había visto en alguna ocasión, a los otros dos, nunca. Parece obvio que no los conociese, por algo es un comando secreto.
Me siento abrumado e insignificante frente a ellos; imponen respeto y admiración, con tan sólo conocer quiénes son y la trayectoria que se han labrado defendiendo nuestra lucha común.
Tienen aspecto de personas curtidas en estos avatares; parecen mayores y solemnes. Entre ellos, estoy un poco perdido; me siento fuera de lugar, como la niña que está bailando en la función del colegio y pierde el compás, habiendo olvidado los pasos, intentando seguir copiando, en todo momento, los movimientos de sus compañeras. Nos dirigimos al centro de la ciudad sin mediar palabra entre nosotros. El vehículo se interna despacio en el casco urbano. A ellos se les ve tranquilos. Circulamos por calles y vías secundarías para no ser detectados por la policía que, últimamente, vigila incesantemente.
Hemos llegado al corazón mismo de la ciudad sin percances. Mis acompañantes me piden que me desnude de cintura para arriba, me extraña la petición, pero obedezco sin rechistar. Mientras tanto, abren una caja de cartón y extraen unas trinchas militares y su correaje, llevan enganchadas unas cargas explosivas conectadas entre sí por finos cables eléctricos.
¡Aquello tenía muy mala pinta!. ¡No era lo que a mí me habían explicado!.
Intentan ponérmelas, pero yo me resisto, no quiero que me coloquen las cargas. Estaba preparado para hacer todo lo necesario por la causa, pero no a morir innecesariamente. Yo no era un combatiente suicida o, al menos, nunca había pretendido serlo.
Me miran incrédulos, estupefactos, como no creyendo lo que les estaba diciendo. Por sus caras, parecen molestos y muy contrariados. Ellos intentan convencerme, recordándome todo lo que han hecho por mí, mi juramento, lo crueles e inhumanos que son nuestros enemigos, la represión que vive nuestro pueblo. Continúan hablándome de una forma atropellada, explicándome el gran honor que representa para mí haber sido elegido para esta misión. ¡Sería un mártir de la causa!. Y yo me pregunto… ¿Por qué no se ponen las cargas uno de ellos y sale ahí fuera a hacer estallar su cuerpo?. No estoy loco, sigo sin estar dispuesto a ello. El ambiente dentro de la furgoneta comienza a crisparse. Puedo apreciar la rabia y el desprecio en sus ojos. El tono de voz y la agresividad van incrementándose poco a poco. No distingo una salida clara.
Sintiendo la intransigencia de aquellos tipos, el miedo se apodera de mí. Les suplico, tembloroso. Les imploro que me dejen marchar. No parece que surta ningún efecto.Ellos sólo me dicen que es tarde para echarse atrás, hoy es el aniversario y no pueden buscar un sustituto en tan poco tiempo.
¡Cómo si eso, a mí, me importase!.
Continúan insistiendo. Quieren convencerme de la obligación de hacerlo para cumplir mi juramento como ejecutor.
¡A quién le importa ya el maldito juramento!.
Incomprendido, con los ojos llenos de lágrimas, les pido clemencia y que me dejen marchar en paz. Endurecidos por sus propias convicciones, no ceden en su empeño y, el cabecilla del grupo, con los ojos inyectados en sangre por la rabia generada por mi actitud cobarde, me propina un par de bofetadas y me amenaza con una pistola apoyada en la sien.
Pocas alternativas tengo, todas conducen al mismo final, podía morir en la furgoneta por un disparo o bien, en la calle por una explosión, pero siempre la meta final es la muerte.Bajo la presión de las coacciones, accedo a dejarme poner las cargas, confiando en que, a la mínima oportunidad que se presentase, me escaparía y desaparecería para siempre.
¡Yo no estoy dispuesto a morir!.
Toda mi vida había sido un cobarde y quería continuar viviendo para seguir siendo un cobarde. De nada sirven los honores, los reconocimientos y la gratitud, si no estás vivo para disfrutarlos.
Una de las cargas, lleva una especie de contacto eléctrico y, ésta, me la han puesto justo encima del pecho. Una vez colocadas y ajustadas las trinchas, me explican que, para activar los explosivos, sólo tengo que accionar un dispositivo de control remoto, muy rudimentario. Delante de mí le colocan dos pilas que lo ponen en marcha. Me lo entregan para que lo lleve en la mano, únicamente debo apretar el botón para ejecutar la explosión de las cargas. Me advierten que tenga cuidado para que no se me caiga el aparato al suelo y explosione todo antes de tiempo.
Me animan, diciéndome que no sentiré dolor, que todas las cargas explosionarán a la vez, todo transcurrirá en un instante, no me dará tiempo de saber lo que está ocurriendo. Me advierten que si intento quitármelas, el interruptor de la carga del pecho se activará explosionando todo igualmente, así pues, cualquier intento en este sentido no servirá de nada. ¡Aquello era una trampa mortal!. Lo pintasen como lo pintasen.
¡Qué ignorante había sido!.
Permití que me colocasen las cargas y, ahora, no tengo escapatoria posible.La suerte estaba echada desde el preciso momento en el que entré en la furgoneta. De una forma u otra, estaba condenado a muerte.
Me colocan una cazadora y la abrochan hasta arriba. La mortífera carga queda completamente disimulada y oculta bajo la prenda.
Han retirado la pistola de mi cabeza, ya no me apuntan, intentan que me tranquilice, supongo que tienen miedo que haga cualquier locura y que aquello estalle dentro de la furgoneta. No obstante, ellos no están muy seguros de mí; el arma continua en la mano del individuo. He conseguido apaciguar un poco mis nervios y dejar de llorar, pero no he podido sacar el miedo de mi cuerpo.
El vehículo ha llegado a la plaza. Uno de ellos baja y realiza una vuelta de reconocimiento por los alrededores en busca de policías o de vigilancia.
Durante la espera, no dejo de observar inquietamente a aquellos hombres. Intento descubrir un ápice de compasión y de humanidad en sus rostros, pero sólo reflejan dureza y determinación. Unos ligeros golpes en la chapa de la portezuela me sobresaltan, es la contraseña que indica que no hay peligro, la puerta se abre, la luz me ciega por un instante. Desciendo torpemente, con inseguridad, con miedo frente a lo que me espera.
Comienzan a andar junto a mí, escoltándome, queriéndome acompañar unos metros para romper mi resistencia inicial al avance, al igual que el instructor da el empujón que lanza al saltador novato, al vacío, desde la puerta del avión en su primer lanzamiento con paracaídas.
La improvisada y forzada escolta se retira y continuo solo caminando hacia la plaza. Unos pasos más allá, me detengo y miro atrás, montados en el vehículo, controlan mis movimientos con mirada amenazante. Sin poder retroceder, sigo caminando hacia mi nefasto y trágico destino. Mi andar es lento y pesado. Hasta este momento, no me había fijado en el buen día que hacía. El sol brilla difundiendo su confortable calor, pero sin llegar a agobiar. El cielo está despejado y, el ambiente en general, invita a sentarte en el césped, a leer un buen libro en la compañía lejana de la multitud con su murmullo lleno de vida, permitiendo que la mente escape de su ósea prisión, volando hacia otros lugares y parajes. Estoy sudando, sin embargo, tengo frío. Las palmas de mis manos están heladas y mi corazón late a un ritmo muy acelerado, como si acabase de correr unos metros. Paso al lado de un escaparate y, yo mismo, me asusto de mi propia figura. Tengo el rostro desencajado, poseo un tono blanco marmóreo que resalta con mi pelo negro pizarra y ensortijado. La frente poseía un brillo perlado a causa del sudor frío que me invade. A causa de mi tétrico aspecto enfermizo y la cazadora abrochada hasta arriba, cualquiera, podría confundirme con un drogadicto en pleno síndrome de abstinencia.
Por un segundo me siento observado. ¡Ojalá alguien me detuviese!. Creo que se puede leer en mi rostro la misión que me ha tocado desempeñar. Quiero que alguien se dé cuenta y que me paren, no quiero que me dejen hacerlo.
No quiero morir!.
Con decepción aprecio que nadie se ha percatado de ello. Yo no puedo hacer nada, soy un cobarde.
Prosigo mi camino con la resignación del condenado a muerte en su último paseíllo. Miro de nuevo a mis guardianes y ellos continúan vigilantes, observándome. El vehículo se ha situado en el extremo de la calle, están prestos para la fuga. Estoy cerca del centro de la plaza, en cualquier momento, los miembros del comando desaparecerán del lugar para evitar ser alcanzados por la onda expansiva.
El dispositivo de activación en mi mano, me recuerda el objeto de mi macabra misión. Me paro en seco, mirando alrededor, observo caras desconocidas que se cruzan conmigo, personas absortas en sus problemas cotidianos, vidas anónimas que van a quedar inevitablemente interrumpidas.
Unas palomas pasan revoloteando frente a mis ojos. Las sigo con la mirada. Se posan en el suelo, a tan sólo unos metros de mí, creando junto a otras, un pequeño tumulto de plumas, una "melé", arremolinadas a los pies de dos niñas que ríen inquietas por la emoción y disfrutan contemplando como las aves acuden a comer el grano que su padre esparció en el suelo. Risas nerviosas de satisfacción y asombro propios de la niñez y su inocencia.
Al lado, una pareja de adolescentes habla de algún tema, embobados y encandilados mutuamente derrochando felicidad en sus miradas. En otro banco cercano, se encuentran sentados unos ancianos con sus manos temblorosas apoyadas en los callaos; cuentan batallitas y hablan de temas, los cuales, hace mucho tiempo que dejaron de importar al mundo.
Ninguna de estas personas ha percibido mi presencia allí, ni sospechan lo que va a suceder, ni siquiera creo que, para ninguno de ellos, signifique algo nuestra lucha y nuestra causa. En este preciso instante, sus vidas estaban en mis manos, tan sólo una decisión, un movimiento del interruptor y morirían. Gritos, sangre, horror, dolor y muerte sería la imagen que recibirían sus familias. Vidas marcadas por la desgracia, infelicidad por doquier. Todo eso era lo que iba a generar la explosión. Ese era el único mensaje que transmitiría aquel acto suicida, lo demás, sería demagogia.
Acaso… ¿Tengo yo la potestad de jugar a ser Dios?. ¿Qué derecho poseo para truncar la vida de aquellas niñas, jóvenes y ancianos?. ¿Quién soy para decidir sobre sus destinos?. ¿Quiénes eran mis colegas para decidir sobre el mío?. Todas estas preguntas pasan fugaces por mi cabeza, torturándome y llenándome de dudas sin proporcionarme ninguna respuesta ni sosiego.
Miré de nuevo hacia la furgoneta, en ese preciso momento, arrancaba perdiéndose en el callejón lateral ante la inminencia de la explosión.
Tenía una gran responsabilidad en mis manos y me sentía solo e impotente ante el destino. ¡Por una vez en mi vida iba a ser valiente!. Agarré con fuerza el mando en mi mano y con determinación que proporciona el miedo, comencé a correr con todas mis fuerzas, tratando de poner, de por medio, la mayor cantidad posible de distancia entre la furgoneta y las cargas, no podía estar seguro que ellos no tuviesen otro mando, ni siquiera conocía el alcance de su emisión. La gente se aparta a lo largo de mi frenética carrera, posiblemente, piensen que soy un ladronzuelo que huye. Después de haberme mantenido corriendo durante todo el tiempo que pude, hasta que mi aliento, ya no fue capaz de oxigenarme, comencé a caminar a paso ligero, temeroso de estar todavía demasiado cerca de la furgoneta. Más tarde, seguro de encontrarme fuera de su alcance, deambulé despacio, pensativo. Sentía el bombeo de la sangre dentro de mi cabeza, golpe a golpe, latido a latido. Estaba acalorado y cansado tras el esfuerzo. Ahora, más sosegado, debía pensar en el futuro que me esperaba… ¡Era necesario encontrar una salida!. Quizás …¿Quitarme las cargas?… ¡Explosionarán! ...¿Buscar a alguien que me las pudiese quitar?… Sólo la policía disponía de los medios para anular y neutralizar las cargas evitando que estallasen. Eso significaría que me meterían preso y me harían muchas preguntas, hasta puede que me torturasen, tendría que delatar a todos mis compañeros, el refugio, la guardería. Igualmente, aquello no me libraría de ir a parar a la cárcel por pertenencia a banda armada y terrorismo. Allí, con total seguridad, moriría en manos de mis colegas o de fanáticos afines a la causa. ¿Qué otra cosa puedo hacer?.
Sigo pensando y pensando, buscando una solución, centrándome en lo que iba a hacer, analizando nuevas posibilidades. Poco a poco, me iba convenciendo de mi propia agonía, no disponía de salidas posibles. Todos los caminos conducían inequívocamente a la muerte. Durante un largo rato, mis esfuerzos fueron en vano, hasta que una idea se cruzó como un rayo en mi mente, abriéndola hacia una nueva posibilidad. No tenía justificación, ni razonamiento, pero parecía la única salida honrosa para todos. Con determinación me dirigí hacia mi destino, los objetivos estaban claros: no sacrificaría a ningún inocente, no viviría como un cobarde con el temor a morir, no deshonraría a mi familia, no traicionaría a mis ideales y sería recordado por mis compañeros como un verdadero defensor de la causa. ¡Lo veía bien claro y nítido en mi mente!.
Tras una larga marcha, llego por fin al lugar. Llamo a la puerta y me abren con cautela, me dirijo tranquilamente hacia el interior, como tantas otras veces había hecho y, entonces, en un instante de valentía y convencimiento, me digo a mí mismo con rabia: "¡Yo decido cuando!".
Sin dar lugar a que ninguna nimia duda se interponga en mi decisión, acciono el dispositivo activador de las cargas.
Una terrible explosión sacude el refugio, suena de repente, con el estrépito de un gran trueno de una tormenta eléctrica, reventando ventanas, haciendo volar los vidrios hechos añicos, destrozándolo todo a su paso y estremeciéndose hasta los cimientos del edificio. Muchos ejecutores, todos ellos luchadores por la libertad, perecen en éste, según las crónicas, desafortunado accidente, pasando el acontecimiento a formar parte de los anales de nuestra gloriosa historia y engrosando la lista de los mártires por la causa.
Desde entonces, en la guardería se cuenta la historia de aquel muchacho, que al poco de dejarlos, se había convertido en todo un héroe entregando su vida en plena juventud.
Ahora, en el nuevo refugio, más nuevo y amplio, su foto cuelga en el pasillo del honor junto a la de sus compañeros mártires, quienes murieron luchando por sus ideales y la libertad de su patria.

Autor : Rafael López Rivera

jueves, 6 de agosto de 2009

¡La mejor forma de volar es teniendo alas! Las “avispas” simplemente matan

VOLANDO CON MI ENEMIGA
El próximo lunes será fiesta y podré disfrutar de un fin de semana largo. ¡Va a ser fantástico!. Hace semanas que ansío la llegada de estos días de descanso.
Aquel miedo atroz que sentía en mi infancia frente a los períodos vacacionales, se ha terminado de disipar después de tanto tiempo. Ya no me amilana aquello que me tuvo acomplejado durante todo aquel periodo y que, tantas y tantas veces, me hizo sentir diferente de los demás.
Recuerdo que de niño, cada vez que salíamos al campo, mis padres siempre extremaban las precauciones. En todas las fotografías de aquel entonces, aparezco tapado hasta las orejas, vestido con colores poco llamativos y tonos grisáceos que me proporcionaban una apariencia melancólica y frágil. Me untaban hasta la saciedad de colonias repelentes de insectos, a mí no me gustaban porque olían a rayos; más bien, creo que servían para repeler a cualquier cosa que se acercase, inclusive a las personas.
En aquella época, una multitud de prohibiciones formaban parte de mi vida cotidiana: Nada de jugar entre la maleza, nada de levantar piedras, nada de merodear cerca de las charcas, nada de correr entre los campos en flor, nada de…, de nada. Demasiadas reglas para un niño que, en mi mente infantil, era incapaz de comprender los motivos por los cuales no me dejaban hacer lo mismo que al resto de mis amigos. Tampoco entendía el pánico que demostraban mis padres ante la posibilidad de que un simple bichejo alado apareciese por las inmediaciones. Así de complicadas pintaban las cosas en una niñez marcada por el terror a las picaduras de los himenópteros.
Por lo que ahora sé, todo comenzó siendo yo muy niño, tanto que ni siquiera lo recuerdo. En aquellos días, un insecto me picó y, de inmediato, me produjo una crisis anafiláctica que casi me lleva a la muerte.
Mis padres asustados acudieron de inmediato al hospital más cercano apreciando perplejos como mi pequeño e indefenso cuerpo, en tan sólo unos instantes, se había hinchado, proporcionándome un aspecto grotesco. Afortunadamente, el médico de urgencias que me atendió se había criado en el campo. Él conocía la forma de diferenciar entre la picadura de una abeja y la de una avispa. Les explicó a mis padres que el aguijón de la abeja posee unas escotaduras laterales a modo de garfios que permiten que éste, al clavarse, se ancle en el cuerpo de la víctima conservando todavía el saco del veneno junto con parte del aparato digestivo del insecto que se desgarra cuando, tras la picadura huye y, por este motivo, la abeja acaba falleciendo. Por el contrario, las avispas inyectan el veneno conservando su aguijón y son capaces de picar dos veces seguidas, aunque posiblemente, en la segunda vez no les quede veneno para introducir. No obstante, las avispas durante su ataque, para asegurarse que definitivamente hacen huir a su víctima, dispersan una feromona que incita al resto de los miembros de la colonia a atacar, es por ello que, si se está cerca de un avispero, la liberación de esta hormona por la avispa agresora podría provocar un ataque masivo de sus compañeras. Por lo que, inmediatamente, a continuación de una picadura de avispa, hay que alejarse del lugar para no correr riesgos innecesarios.
Gracias a los conocimientos entomológicos del doctor, desde un primer momento fue identificado con claridad el agente alérgeno, en mi caso era el veneno de las avispas. El hombre fue un poco bruto y carecía de tacto, pero fue bastante franco con mis padres. Si el hospital hubiese estado un poco más lejos o ellos hubiesen esperado más tiempo para trasladarme, con seguridad, yo no habría sobrevivido, ya que, la reacción alérgica de mi cuerpo se produjo con gran inmediatez a la picadura y, además, ésta fue desmesurada. Ese hecho indicaba inequívocamente una hipersensibilidad a los componentes del veneno, como podían ser la hialuronidasa o la fosfatasa. ¡Mis padres nunca habían oído ni visto nada parecido!.
Tras haber observado como mi cara se inflaba, con los párpados tan hinchados que casi no se me podía distinguir los ojos y los labios grotescamente gordos haciendo juego con mis manos; en cierto modo, comprendo el tremendo susto que se llevaron. El médico prosiguió con su explicación, que más bien parecía una formación dirigida a padres inexpertos, diciéndoles que la próxima vez, si no tenían un kit de emergencia a mano y se aplicaba con rapidez el tratamiento de choque con adrenalina, la reacción inmunológica podía terminar con la vida de su hijito de forma fulminante, posiblemente en menos de una hora. Les hizo entender que aquel problema no tenía cura y que sólo podían estar preparados por si se volvía a producir. A partir de aquel momento, mi vida y la de ellos cambió radicalmente. Comenzó un calvario particular, haciéndome sentir alguien diferente, un bicho raro a la vista de los demás; un complejo que, con el transcurso de los años, dio paso a otros problemillas menos físicos y más mentales, pero…, éstas son otras historias que ahora no vienen a cuento.
Desde aquel traumático episodio, pasaron muchos años sin que hubiesen más incidentes con las picaduras. Fue tanto tiempo, que si no hubiera sido por el terror que sentía ante la simple visión de una avispa, casi habría olvidado el tema de mi alergia. De hecho, nunca ocurrió nada hasta el verano pasado en la piscina municipal. Era mediodía, estaba con una pandilla de amigos, jugábamos en el agua y decidí ir a tomar un rato el sol. Al tumbarme en la toalla que estaba estirada sobre el césped, sentí un terrible pinchazo en el cuello. Me incorporé sobresaltado, con el pánico reflejado en mi rostro y temiéndome lo peor. Al levantar la toalla descubrí, muy a mi pesar, al temible enemigo eludido durante tantos años; allí, entre la hierba, una avispa comenzaba a moverse torpemente y se recuperaba del aplastamiento del cual había sido objeto, enarbolando hacia arriba su intimidador abdomen con el aguijón apuntando directo hacia el cielo. Rápidamente vino a mi mente la advertencia realizada por el doctor años atrás: …”Huye del lugar donde te haya picado una avispa”.
Mis amigos continuaban jugando en la piscina, así que, inmediatamente, sin pensármelo dos veces y sin decir nada de lo ocurrido, me marché velozmente al coche para aplicarme el tratamiento autoinyectable de adrenalina, con la débil esperanza que nadie tuviese la oportunidad de verme convertido en un monstruo de feria. Si no me hinchaba, siempre podría disimular diciendo que no me encontraba bien porque me había sentado mal la comida del chiringuito de la piscina o que me había pegado demasiado el sol en la cabeza. ¡Vete a saber!. Cualquier excusa sería creíble.
Comenzaba a notar los primeros síntomas. La zona alrededor de la picadura, despedía fuego y sentía como iba tomando rigidez mi cuello. Cuando llegué al coche, tomé el kit y, en ese preciso momento, vi la fecha de caducidad indicada con números grandes y claramente visibles.
¡Hacía más de dos años que había vencido!.
Sin dudarlo, arranqué el coche y puse rumbo al hospital más cercano. Ahora ya no me preocupaba por mi aspecto, francamente, temía por mi vida.
Mi decisión era la más acertada, no podía introducirme aquello en las venas sin conocer las consecuencias, son cosas con las que no se debe de jugar. Asustado, conducía con el pensamiento fijo en llegar al hospital.
Poco a poco, fui notando los síntomas de la siguiente fase: un repentino sofoco me estaba invadiendo, comencé a sentir que las palmas de las manos me sudaban y un picor generalizado me invadió a la vez que se inflaban los dedos y los párpados. Estos últimos, llegó un momento en el que no los podía mover, apenas si tenía visión por una rayita de luz entre ellos, una sensación de calor interno intentaba embriagarme queriéndome arrastrar a un mundo de obreexposicióna entre nubes de espesa bruma mental.
El desvanecimiento total era inminente, comencé a marearme y a perder un poco la cabeza, por lo que me vi obligado a dejar el coche apartado en la cuneta, era incapaz de seguir circulando. Me costaba respirar, las imágenes se deformaban y fluctuaban ante la visión limitada de mis ojos. Finalmente, sólo era capaz de distinguir puntos de luces e imágenes desenfocadas, sin ningún tipo de nitidez.
Caí profundamente en una placentera flojera y llegó la pérdida de contacto con la realidad. Alguien me halló en pleno trance con delirios y me trasladó al hospital, por lo que parece, decía cosas ininteligibles e incoherentes. En urgencias me aplicaron un tratamiento a base de antihistamínicos y corticoesteroides rescatándome bruscamente del paraíso personal en el que estaba inmerso. Los medicamentos continuaron surtiendo efecto y, poco a poco, todo volvió a su normalidad. Tras la rápida y oportuna intervención médica, retorné de la nube de ensueño y placer en la que flotaba mentalmente, como consecuencia de la reacción de mi organismo.
Estuve todo un día hospitalizado y cuando vino el médico a darme el alta, me informó de la gravedad de la crisis. En principio, después de analizar los resultados de las pruebas, el dictamen era esperanzador. La tolerancia que presentaba mi organismo frente al veneno era bastante buena, es decir, que posiblemente no llegase a causarme la muerte, aunque desde luego, siempre tendría que evitar el encuentro con las avispas. En el caso de una picadura, sufriría los efectos colaterales de la reacción alérgica, que si bien no eran letales, sí que podían causar secuelas graves en mi cuerpo. No obstante, me advertía que una obreexposición al veneno, con o sin tratamiento de adrenalina, siempre existiría una alta probabilidad de que fuese mortal. En cualquier caso, tras el aguijonazo de una avispa, debía aplicar inmediatamente las inyecciones, pero sólo una vez. No le quise comentar nada al doctor acerca de los efectos placenteros y alucinógenos que me ocasionó la crisis. En cierto modo, fue como consecuencia del sentimiento de culpabilidad que albergaba por haber estado “disfrutando”, mientras otros, luchaban por salvarme la vida.
Por mi parte he de reconocer que fue un descuido imperdonable haber dejado caducar el kit. Hasta aquel momento, no me había visto en la necesidad de tenerlo que usar, siempre había estado cerca de mí y nunca sentí la curiosidad de comprobar la fecha del medicamento, ni siquiera sospechaba que éste fuese perecedero.El tiempo pasó y, desde aquel día, una obsesiva idea me rondaba por la cabeza persiguiéndome sin darme respiro. Realmente, durante aquel episodio no tuve miedo a morir, sólo sentí placer. Aquella ola de calor que me invadió, me transportó entre algodones a un mundo de gratas alucinaciones psicodélicas, envuelto en sensaciones que me hacían flotar, permaneciendo ajeno a lo que me rodeaba, olvidándome de todo lo terrenal, abriéndome las puertas a un universo de paz interior. ¡Fue maravilloso mientras duró!.
Aquel recuerdo se repetía continuamente convirtiéndose en un pensamiento obsesivo, constante y tenaz, al igual que el disco rayado que no deja de girar volviendo la aguja a recorrer, una y otra vez, el mismo surco reproduciendo continua y machaconamente sus notas. Esta persistente idea que iba barrenando, más y más, mi mente hasta que al final acabó minando mi voluntad.
Un día, totalmente decidido y armado de valor, fui a los alrededores de un abrevadero en busca de avispas. Iba provisto de guantes y de una jaula para pájaros, la cual, había forrado previamente con tela mosquitera y, bien a mano, llevaba el kit de emergencia, evidentemente sin caducar, listo para su aplicación inmediata si las cosas se complicaban.
Busqué durante bastante tiempo bajo un sol castigador y, cuando estaba perdiendo las esperanzas, lo encontré. El avispero se hallaba medio oculto, agarrado por su tallo a unas piedras. No era muy grande, poseía una forma similar a un trozo de la torta de un girasol despojado de sus pipas; había unos ocho o diez individuos y casi veinte celdas, para lo que lo quería, era suficiente. Con cuidado, corté el tallo del nido por su anclaje y lo metí en la jaula.
Feliz por el hallazgo y el éxito de la operación, regresé al hogar. Coloqué la jaula en la terraza superior de mi casa, dejé la puertecilla abierta para que los insectos pudiesen hacer su vida normal. Deposité cerca un plato con agua ligeramente azucarada, eso las retendría en las inmediaciones y contribuiría a que no cambiasen su colonia de emplazamiento.
Unos días después, probé una picadura. ¡Fue sublime!. ¡Inimaginable!. ¡Indescriptible!.Desde entonces, se convirtió, en secreto, en mi mejor forma de ocio y disfrute, bueno…, más bien, la única diría yo. Es una fuente inagotable de suministro de placer y se encuentra en la Naturaleza, sólo debo tomarla, no me cuesta ni un céntimo y, además…, je, je, es legal, je, je. ¡Nadie me puede detener por meterme chutes de avispa!. ¡Je, je!. Pero…, todo tiene su inconveniente, únicamente puedo disfrutar de este “pequeño vicio privado” durante los fines de semana, ya que necesito un día entero para recuperarme de las desagradables e inevitables secuelas físicas. Si al día siguiente tengo que salir para ir al trabajo, no puedo hacerlo con un aspecto monstruoso y hecho un adefesio.
Llegó el momento anhelado del fin de semana. Por la mañana temprano me libré de las obligaciones hogareñas: realicé la compra para toda la semana, preparé comida para comer y cenar, subí a la terraza y recogí la colada seca. Antes de bajar, liado en una sábana que tomé del tendedero, apenas dejando asomar mis ojos, no pude por menos que acercarme a una distancia prudencial de la jaula y echar un vistazo a mis amigas; éstas estaban muy atareadas en sus quehaceres rutinarios.
¡El ansia me impacientaba!.
Bajé a casa dejando la cesta con la colada para plancharla más tarde o, quizás mañana, ahora era el momento para el ocio. Cerré todas las ventanas para que accidentalmente no se colase ninguna avispa más, je, sería una sorpresa desagradable recibir una visita inesperada de este tipo en pleno trance. ¡Je, je!. ¡Menudo colocón!. Desconecté el teléfono para que su incordiante sonido no me molestase en mitad del viaje aunque, a decir verdad, poseía pocas esperanzas que alguien me llamase un sábado por la tarde, interesándose por mí.
Para dar comienzo a mi fiesta particular, necesito prepararme el pico. Este proceso casi se ha convertido en todo un ritual. A tal propósito, subo de nuevo a la terraza protegido con ropa, guantes y el bote de insecticida. Pulverizo el veneno suavemente sobre la jaula, éste desciende lentamente, despacio, formando una incolora y pesada nube que envuelve a los insectos en su manto tóxico. Al principio, al notar el ambiente enrarecido, las avispas se ponen rabiosas y muy inquietas, pero al estar la jaula al aire libre el producto no llega a matarlas, tan sólo las atonta quedando algo desorientadas; entonces, es cuando tomo una de ellas con unas pinzas y me la llevo encerrada en un frasco.
Ya en el salón, dejo la adrenalina a mano. Tumbado en el sofá, me remando poniendo mis antebrazos al descubierto y, antes del aguijonazo, próximo a mí, deposito una tira de goma elástica larga y gruesa, sólo necesaria en el hipotético caso que la avispa tuviese demasiado veneno acumulado. En dicho supuesto, no puedo eliminar el exceso de veneno, porque ya está dentro y no hay forma de extraerlo. Sin embargo, puedo realizar un torniquete en el brazo para regular la entrada y hacer que circule lo más lentamente posible para ayudar a que el organismo lo asimile. Es necesario, evitar a toda costa, la conmoción y la brusca reacción que una sobredosis desencadenaría porque podría arrastrarme inevitablemente hasta el colapso.
Bueno…, ya se sabe, esto no es una ciencia exacta donde puedes regular las dosis, al igual que harías si te inyectases con una jeringuilla. La cantidad siempre depende del ejemplar en concreto, aunque en más de una ocasión, he pensado en “ordeñar” a los insectos de la misma forma que se hace con las serpientes para sacarles su veneno, pero la cantidad que extraería de cada una de ellas sería, posiblemente, tan pequeña e inmanejable que he desistido de intentarlo.
A veces me paro a pensar y no alcanzo a entender cómo algo tan ínfimo, mucho menos que una gota, puede llegar a producirme efectos tan aparatosos. ¡En qué frágil equilibrio se basa la vida! ….¡Basta de filosofar!.
Abro el bote y realizando malabares para mantener la tapa medio tapando la embocadura, meto unas pinzas de depilar y tomo con cuidado a la avispa por el tórax. No para de mover su abdomen incesantemente hacia delante y atrás en búsqueda de algo donde clavar su emponzoñado aguijón.
La acerqué a mi antebrazo depositándola suavemente, pero sin soltarla. De inmediato clava su aguijón con fuerza. Un pinchazo doloroso me recorre el brazo como un latigazo eléctrico. ¡Ya está hecho!.
La retiro y, mientras la llevo en el aire para introducirla de nuevo en el bote, ella continua, llevada por su instinto, moviendo convulsivamente su cuerpo en un intento insistente por picar, una vez más, a su víctima. Pongo al insecto a buen recaudo, me quito los zapatos y desabrocho el pantalón, necesito comodidad.
Lío la goma alrededor del brazo y tumbado a lo largo en el sofá, espero a que se inicie todo el proceso.
¡Ya comienza!. ¡Lo siento venir!.
Me noto la boca pastosa, un picor generalizado se extiende desde las palmas de las manos y los pies al resto del cuerpo, es como una urticaria, pero me produce mayor desasosiego, el rascarme no me alivia la desesperante sensación de picazón. El calorcillo meloso llega acompañado de su toque de especial embriaguez que me transporta a ese mundo de sensaciones placenteras que tanto ansiaba y anhelaba. Me voy sintiendo flotar entre sueños de colores, los miembros se hinchan y, poco a poco, los noto más acorchados y con menor movilidad.
Las imágenes se distorsionan frente a mí, el corazón se acelera un poco y los párpados se están volviendo pesados, me da pereza intentar mantenerlos abiertos, es tiempo de disfrutar volando entre mis pensamientos.
Hecho una mirada final para asegurarme que todo está bien antes de cerrar los ojos definitivamente y abandonarme. Al pasar mi vista por la colada, me ha parecido ver de reojo, un punto moviéndose encima de las sábanas. Asustado, vuelvo atrás mis pupilas intentando encontrar algo entre los pliegues.
¡No hay nada!. ¡Qué alivio!.
Sólo ha sido una alucinación fruto de mi imaginación.
Quiero moverme para buscar una posición más cómoda, no puedo, el placer y la flojera me envuelven, ya no siento los picores y el apelmazamiento de los miembros es generalizado.
¡Qué bien me encuentro!. ¡Vuelo!. ¡Vuelo!. ¡Vuelo sin cesar!.
Me dejo llevar por mi mente pasando ágilmente de un pensamiento a otro como navegando en un mundo de ideas e ilusiones. Aquí puedo disfrutar de lo que quiera sin preocuparme de nada, ni de nadie. Mi cerebro es el centro generador de todas las sensaciones, mi cuerpo permanece ajeno a lo que siento en mi interior, no forma parte de mí, es tan extraño como el sofá en el que me encuentro tumbado.De repente, una nueva e intensa ola de calor me llega con fuerza desde…, no sé que parte de mi cuerpo. La respiración se me agita, se hace más dificultosa y el corazón late con desesperación. La sensación de calor comienza a ser agobiante, creo que esto no es bueno, no me gusta lo que está ocurriendo, debo parar aquello, no sé de donde llega, no proviene del brazo, pero no sé realmente de dónde surge, todo mi cuerpo está insensibilizado. Estoy inquietándome. ¡No me gusta el rumbo que el chute!. ¡Mal rollo!. ¡No sé qué hacer!.
Intento alcanzar el kit, no puedo localizarlo porque ni tan siquiera consigo abrir los párpados. Muevo el brazo para encontrarlo a tientas, pero no tengo tacto, lo he intentado, he dado la orden a mi brazo para que se moviese, pero no puedo asegurar que lo haya hecho. ¡Mal rollo!. ¡Qué viaje tan malo me está dado este picotazo!. Una picazón tremenda se hace presente, es desesperante, no puedo rascarme. Un sabor metálico me inunda la boca. Me falta el aire, algo me presiona como una losa el pecho, no puedo respirar. El sabor desagradable se desliza lentamente hasta invadir mi garganta produciéndome nauseas, mi estómago parece querer contribuir a la escena y unos espasmos abdominales hacen que, finalmente, termine vomitando o, al menos, eso creo yo.
Siento más peso aún en el pecho, ya no me llega suficiente aire a los pulmones. ¡Me falta el aire!. Intento respirar profundamente y con más fuerza, pero una tos nerviosa me lo impide. Mi cuerpo tiembla y genera sacudidas en forma de calambres que lo recorren a todo lo largo. Tengo la sensación de que me he orinado encima. No me preocupa, me agobia el calor que siento. ¡Me ahogo!.
No puedo luchar, mi voluntad no sirve de nada, mi cuerpo no responde. La sensación de un posible desvanecimiento se hace más y más evidente.
¡No consigo hacerme con la situación!.
Continúo hundiéndome en un agujero profundo, caigo y caigo. De las paredes emergen manos que quieren ayudarme, agarrándome y frenándome en el vertiginoso descenso, voy tan deprisa que no me da tiempo a sujetarme a ellas.
¡Mal rollo!. ¡Mal rollo!. ¡Caigo sin freno!. ¡Las manos no consiguen agarrarme!. ¡No dejo de caer!.
Creo que para mí todo va a terminar en el momento en que llegue al fondo del agujero. Mis pensamientos me van abandonando, he dejado de respirar, todo es oscuridad y silencio.
Nunca antes había pensado en la muerte, pero llegado este momento, la prefiero recibir de este modo sin sufrimiento, sin dolor. He comprendido demasiado tarde que si se camina sobre el borde del abismo, tarde o temprano un resbalón te puede hacer caer.
¡La mejor forma de volar es teniendo alas!.
¡Qué tontería!. Mis últimos segundos, mi último aliento, no está siendo ni para mí, ni para analizar mi vida, ni mis recuerdos, ni mi familia, ni mis amigos; sólo estoy teniendo un pensamiento para ese diminuto y rayado ser que ha sido mi obsesión, mi perdición, por supuesto, hablo de mi temida enemiga, mi amiga, la avispa…
Autor : Rafael López Rivera

miércoles, 5 de agosto de 2009

Qué son y en dónde están los ángeles?

Un Ángel que Duerme en las Aceras.-
La vida nunca había sido fácil para él, se había convertido en un transcurrir del tiempo lento y cruel. La vida se había convertido en una carga difícil de llevar pese a gran fortaleza que se tuviese.
El gran mar de transeúntes que discurría por la calle se abría, como Moisés abrió el Mar Rojo, evitando toparse con un pordiosero, a sus ojos, sentado en mitad de la acera. La gente lo miraban con repugnancia y desprecio, niños y jóvenes se reían a su paso, madres cruzaban con sus niños de acera. Sentado en la acera, rechazado por la sociedad, visto con unos ojos que no eran capaces de comprender que cualquier día podrían ser ellos los que ocupasen su lugar.
Su corazón lloraba de tristeza. Pena y pesar se habían apoderado de su alma sumiéndola en un dolor que lo devoraba desde lo más profundo. Dos gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas, cubiertas por una espesa barba. Sus ojos cerrados, evitando mirar su propio reflejo en los ojos de los demás, siendo incapaz de aguantar la visión que tenían de él, miraban un tiempo futuro en el que aquel tormento perpetuo no fuera más que pesadillas de un pasado borroso en la memoria y en el corazón.
Los días eran agujas clavadas en su paciencia, únicamente soportables por una férrea fe en un futuro mejor, en un paraíso prometido. Los transeúntes siempre lo evitaban como si su desgracia fuese contagiosa, cerrándole así puertas de esperanza para poder vivir el día a día.Tras el paso de los años se había convencido de que su situación no era más que el resultado de un castigo divino, un tormento que era menester sufrir para redimirse. Sin embargo, algo en su corazón le decía que aquello no era más que un tránsito y no un castigo, que su lugar no era aquel sino que un día llegó de otro lugar y allí se quedó, durmiendo en las aceras. Era como si sus alas se hubieran caído y no recordase quien era ni de dónde venía.
Al anochecer en su nube de cartón, incontables lágrimas derramaba de tristeza y soledad, nada comprendía, no encontraba un por qué, no hallaba nada a lo que aferrarse para continuar su deambular. El dolor y la amargura se extendían como un implacable cáncer maligno, devorándole las entrañas y sumiéndolo poco a poco en un pozo al cual no entraba luz alguna, un abismo de muerte y olvido que lo llamaba con su embelesada voz en un susurro irresistiblemente tentador.
Aquella noche, en la que su espíritu flaqueaba, era fría e inhóspita. Un viento helado y cruel soplaba a través de las calles, amenazando con disipar en jirones aquella nube de cartón inestable y precaria. Una maldad arremetía contra aquel islote, lleno de sueños perdidos, hasta que terminó por ceder y precipitarse los jirones de nube arrastrados por el frío viento.
Su corazón latía cada vez más débilmente retando, tímidamente, el silencio interior de su alma congelada. El viento paró dejando nada más que silencio, congelando aquel instante con su frío mortal. La noche pasó y el sol derramó sus cálidos rayos sobre el callejón, cubierto de pedazos de lo que había sido una nube de cartón de un pequeño ángel que cada noche, tras caer el sol dormía en las aceras. No había rastro de lo que había sido de él, el viento se había llevado los últimos suspiros de un alma que regresaba al lugar del que provenía, arrastrando aquella última chispa de vida consigo hasta la eternidad.
David Manuel Alcalá Martínez

martes, 4 de agosto de 2009

El verdadero pajarillo cantor, la verdad y el amor

El Ruiseñor
Hace ya muchos años de lo que voy a explicar, más por eso precisamente vale la pena que lo oigáis, antes de que la historia se haya olvidado.
El palacio del Emperador era el más espléndido del mundo entero, todo él de la más delicada porcelana. Todo en él era tan precioso y frágil, que había que ir con mucha atención antes de tocar nada. El jardín estaba lleno de flores maravillosas, y de las más bellas colgaban campanillas de plata que sonaban para que nadie pudiese pasar de largo sin fijarse en ellas.
Sí, en el Jardín Imperial todo estaba muy bien pensado, y era tan extenso, que el propio jardinero no tenía idea de donde acababa. Si seguías caminando, te encontrabas en el bosque más espléndido que se pudiese imaginar, lleno de altos árboles y profundos lagos.
Aquel bosque llegaba hasta el mar, hondo y azul; grandes embarcaciones podían navegar por debajo de las ramas, y allí vivía un ruiseñor que cantaba tan primorosamente, que incluso el pobre pescador, a pesar de sus muchas ocupaciones, cuando por la noche salía a retirar las redes, se paraba a escuchar sus trinos.
- Dios santo, y qué bello! -exclamaba; pero después debía de atender sus redes y olvidarse del pájaro; hasta la noche siguiente, que, al llegar de nuevo al lugar, repetía:
- Dios santo, y qué bello!
De todos los países llegaban viajeros a la ciudad imperial, y admiraban el palacio y el jardín; pero en cuando oían el ruiseñor, exclamaban:
- Eso es el mejor de todo!
De vuelta a sus tierras, los viajeros hablaban de él, y los sabios escribían libros y más libros sobre la ciudad, del palacio y del jardín, pero sin olvidarse nunca del ruiseñor, a quien ponían por las nubes; y los poetas componían poemas inspiradísimos sobre el pájaro que cantaba en el bosque, al lado del profundo lago.
Aquellos libros se difundieron por todo el mundo, y algunos llegaron a manos del Emperador. Se encontraba sentado en su butaca de oro, leyendo y leyendo; de vez en cuando hacía con la cabeza un gesto de aprobación, porque le satisfacía leer aquellas magníficas descripciones de la ciudad, del palacio y del jardín. «Pero lo mejor de todo es el ruiseñor», decía el libro.
«Qué es eso? - pensó el Emperador-. El ruiseñor? Nunca he oído hablar de él. Es posible que haya un pájaro así en mi imperio, y precisamente en mi jardín? Nadie me ha informado. Está bien que uno se tenga que enterar de estas cosas por los libros!»Y mandó gritar el mayordomo de palacio, un personaje tan importante, que cuando una persona de rango inferior se atrevía a dirigirle la palabra o hacerle una pregunta, se limitaba a contestar: «P!». Y eso no significa nada.- Según parece, hay aquí un pájaro de lo más notable, nombrado ruiseñor - dijo el Emperador-. Se dice que es el mejor que existe en mi imperio; por qué no se me ha informado de este hecho?
- Es la primera vez que oigo hablar de él -se justificó el mayordomo -. Nunca ha sido presentado en la Corte.
- Pues ordeno que acuda esta noche a cantar delante mi presencia - dijo el Emperador-. El mundo entero sabe lo que tengo, menos yo.
- Es la primera vez que oigo hablar de él - repitió el mayordomo-. Lo buscaré y lo encontraré.
¿Encontrarlo?, ¿donde? El dignatario se cansó de subir y bajar escalas y de recorrer salas y corredores. Nadie de todos cuantos preguntó había oído a hablar del ruiseñor. Y el mayordomo, volviendo al Emperador, le dijo que se trataba de una de esas fábulas que suelen imprimirse en los libros.
- Vuestra Majestad Imperial no debe creer todo lo que se escribe; son fantasías y una cosa que nombran magia negra.
- Pero el libro en que lo he leído me lo ha mandado el poderoso Emperador del Japón - replicó el Soberano-; por lo tanto, no puede ser un mentiroso. Quiero oír el ruiseñor. Que acuda esta noche, delante de mi presencia, para cantar bajo mi especial protección. Si no se presenta, mandaré que todos los cortesanos sean golpeados al estómago después de cenar.
- Tsing-pe! - dijo el mayordomo; y vuelve a subir y bajar escalas y a recorrer salas y corredores, y media Corte con él, porque a nadie le hacía gracia que le golpeasen el estómago. Y todo era preguntar por el notable ruiseñor, conocido por todo el mundo menos por la Corte.
Finalmente, encontraron en la cocina con una pobre chica, que exclamó:
- ¡Dios mío! ¿El ruiseñor? Se claro que le conozco! ¡qué bien canta! Todas las noches me dan permiso porque llevo algunas sobras de comer a mi pobre madre que está enferma. Vive allá en la playa, y cuando estoy de vuelta, me paro a descansar en el bosque y oigo cantar al ruiseñor. Y oyéndolo me vienen las lágrimas a los ojos, como si mi madre me besase. Es un recuerdo que me estremece de emoción y dulzura.
- Niña friegaplatos - dijo el mayordomo-, te daré un lugar fijo en la cocina y permiso para presenciar la comida del Emperador, si puedes llevarnos al ruiseñor; está citado para esta noche.
Todos se dirigieron al bosque, en el lugar donde el pájaro solía situarse; media Corte tomaba parte en la expedición. Avanzaban con mucha prisa, cuando una vaca se puso a mugir.
- Oh! - exclamaron los cortesanos-.Ya le tenemos! ¡Quanta fuerza para un animal tan pequeño! Ahora que caigo en eso, no es la primera vez que lo oímos.
- No, eso es una vaca que muge - dijo la frriegaplatos. Aún debemos caminar mucho.
Después oyeron las ranas croando en un charco.
- Magnífico! - exclamó un cortesano-. Ya lo oigo, suena como las campanillas de la iglesia.
- No, eso son ranas - contestó la chica-. Pero creo que no tardaremos en oírlo.
Y en seguida el ruiseñor se puso a cantar.
- Es él! - dijo la chica-. Escucháis, escucháis! Allí está! - y señaló un pajarito gris puesto en una rama.
- Es posible? - dijo el mayordomo-. Nunca lo habría imaginado así. Que vulgar! Seguramente habrá perdido el color, acogotado por unos visitantes tan distinguidos.
- Mi pequeño ruiseñor - dijo en voz alta la chica-, nuestro gracioso Soberano quiere que cante en su presencia.
- Con mucho gusto! - respondió el pájaro, y reanudó su canto, que daba gloria oírlo.
- Parecen campanillas de cristal! - observó el mayordomo.
- Mirad como se mueve su garganta! Es extraño que nunca el hubiésemos visto. Causará sensación a la Corte.
- Queréis que vuelva a cantar para el Emperador? - preguntó el pájaro, porque creía que el Emperador estaba allí.
- Mi pequeño y excelente ruiseñor - dijo el mayordomo ­tengo el honor de invitarle a una gran fiesta en palacio esta noche, donde podrá regodear con su magnífico canto a su Imperial Majestad.
- Suena mejor en el bosque - objetó el ruiseñor; pero cuando le dijeron que era un deseo del Soberano, los acompañó gustoso.
A palacio todo había estado aseado y rozado. Las paredes y la tierra, que eran de porcelana, brillaban a la luz de miles de luces de oro; las flores más exquisitas, con sus campanillas, habían estado colocadas en los corredores; las idas y venidas de los cortesanos producían tales corrientes de aire, que las campanillas no cesaban de sonar, y uno no sentía ni su propia voz.
En medio del gran salón donde el Emperador estaba, habían puesto una percha de oro para el ruiseñor. Toda la Corte estaba presente, y la chica friegaplatos había recibido autorización para situarse detrás de la puerta, porque tenía ya el título de cocinera de la Corte. Todo el mundo llevaba sus vestidos de gala, y todos los ojos estaban fijos en el pajarito gris, en el momento que el Emperador hizo signo que podía empezar.
El ruiseñor cantó tan deliciosamente, que las lágrimas acudieron a los ojos del Soberano; y cuando el pájaro las vio rodar por sus mejillas, volvió a cantar mejor aún, hasta llegarle al alma. El Emperador quedó tan complacido, que dijo que regalaría su chinela de oro al ruiseñor para que se la colgase en el cuello. Más el pájaro le dio las gracias, diciéndole que ya se consideraba bastante recompensado.
- He visto lágrimas en los ojos del Emperador; este es para mi el mejor premio. Las lágrimas de un rey poseen una virtud especial. Dios sabe que he quedado bien recompensado -y reanudó su canto, con su dulce y melodioso voz.
- Es la adulación más amable y graciosa que he escuchado en mi vida! - exclamaron las damas presentes; y todas se fueron a llenarse la boca de agua para gargarizar cuando alguien hablase con ellas; porque creían que también ellas podían ser ruiseñores. Sí, hasta los lacayos y camareras expresaron su aprobación, y eso es decir mucho, porque son siempre más difíciles de contentar. Realmente, el ruiseñor causó sensación.
Se quedaría en la Corte, en una jaula particular, con libertad para salir dos veces durante el día y una durante la noche. Pusieron a su servicio diez criadas, a cada una de las cuales estaba sujeto por medio de una cinta de seda que le ataron alrededor de la pierna. La verdad es que no eran precisamente de placer aquellas excursiones.
La ciudad entera hablaba del notabilísimo pájaro, y cuando dos personas se encontraban, se saludaban diciendo el un: «Rui», y respondiendo el otro: «Señor»; después exhalaban un suspiro, indicando que se habían comprendido. Hubo incluso once verduleras que pusieron su nombre a sus hijos, pero ni uno de ellos resultó capaz de dar una nota.
Un buenos días el Emperador recibe un gran paquete rotulado: «El ruiseñor».
- He aquí un nuevo libro sobre nuestro famoso pájaro - exclamó el Emperador.
Pero resultó que no era un libro, sino un pequeño ingenio situado en una jaula, un ruiseñor artificial, imitación del vivo, pero cubierto materialmente de diamantes, rubíes y zafiros. Solo había que darle cuerda, y se ponía a cantar una de las melodías que cantaba el de verdad, alzando y bajando la cola, todo él un brasa de plata y oro.
Llevaba una cinta atada en el cuello y en ella estaba escrito: «El ruiseñor del Emperador del Japón es pobre en comparación con el del Emperador de la China».
- Soberbio! - exclamaran todos, y el emisario que había llevado el ave artificial recibiendo inmediatamente el título de Gran Portador Imperial de Ruiseñores.
- Ahora cantarán juntos. ¡Cuál dúo harán!Y los hicieron cantar a dúo; pero la cosa no iba, porque el ruiseñor auténtico lo hacía a su modo, y el artificial iba con cuerda.
- No se le puede reprochar - dijo el Director de la orquesta Imperial-; mantiene el compás exactamente y sigue mi método al pie de la letra.
De este momento en adelante, el pájaro artificial debió cantar solo. Consiguió tanto éxito como el otro, y, además, era mucho más bonito, porque brillaba como un puñado de pulseras y pasaderos.
Repitió treinta-tres veces la misma melodía, sin cansarse, y los cortesanos querían volver a oírla de nuevo, pero el Emperador opinó que también el ruiseñor verdadero debía cantar algo. Sin embargo, ¿donde se había metido? Nadie se había dado cuenta que, saliendo por la ventana abierta, había vuelto a su verde bosque.
- ¿Qué significa esto? - preguntó el Emperador. Y todos los cortesanos se deshicieron en reproches e improperios, tratando el pájaro de desagradecido.
- Por suerte nos queda el mejor - dijeron, y el ave mecánica debió cantar de nuevo, repitiendo por trigésima cuarta vez la misma canción; pero como era muy difícil, no había forma que los oyentes se lo aprendiesen. El Director de la orquesta Imperial ensalzaba el arte del pájaro, asegurando que era muy superior al verdadero, no solos en cuanto al plumaje y la cantidad de diamantes, sino también interiormente.
- Porque fíjense Vuestras Señorías y especialmente su Majestad, que con el ruiseñor de carne y hueso nunca se puede saber qué es lo que va a cantar. En cambio, en el artificial todo está determinado por adelantado. Se oirá tal cosa y tal otra, y nada más. En él todo tiene su explicación: se puede abrir y poner de manifiesto como obra la inteligencia humana, viendo como están dispuestas las ruedas, como se mueven, como una se engrana con la otra.
- Eso pensamos todos - dijeron los cortesanos, y el Director de la orquesta Imperial, fue autorizado para que el domingo siguiente mostrase el pájaro al pueblo.
- Todos tienen que oírlo cantar - dijo el Emperador; y así se hizo, y quedó la gente tan satisfecha como si se hubiesen emborrachado con té, porque así es como lo hacen los chinos; y todos gritaron: «Oh!», y, alzando dicho índice, se inclinaron profundamente. Pero los pobres pescadores que habían oído el ruiseñor auténtico, dijeron:
- No está mal; las melodías se parecen, pero le falta algo, no sé qué...
El ruiseñor de verdad fue desterrado del país.
El pájaro mecánico estuvo desde entonces al lado de la cama del Emperador, sobre una almohada de seda; todos los regalos con que había sido obsequiado - oro y piedras preciosas - estaban dispuestos a su alrededores, y se le había conferido el título de Primero Cantor de Cabecera Imperial, con categoría de número uno al lado izquierdo. Porque el Emperador consideraba que este lado era el más noble, por ser el del corazón, que hasta los emperadores tienen a la izquierda. Y el Director de la orquesta Imperial escribió una obra de veinticinco tomos sobre el pájaro mecánico; tan larga y erudita, tan llena de las más difíciles palabras chinas, que todo el mundo afirmó haber leído y entendido, porque de otro modo habrían pasado por panolis y recibido patadas en el estómago.Así transcurrieron las cosas durante un año; el Emperador, la Corte y todos los otros chinos se sabían de memoria el trino de canto del ave mecánica, y precisamente por eso les gustaba más que nunca; podían imitarlo y lo hacían. Los golfillos de la calle cantaban: «tsitsii, cluclucluk!», y hasta el Emperador hacía corazón. Era de verdad divertido.
Pero he aquí que una noche, estando el pájaro en pleno canto, el Emperador, que estaba ya dormido, oyó de repente un «crac!» en el interior del mecanismo; algo había saltado. «Schnurrrr!», escapóse la cuerda, y la música cesó.
EL Emperador saltó de la cama y mandó gritar a su médico de cabecera; sin embargo, ¿qué podía hacer el hombre? Entonces fue gritado el relojero, quien, tras largos discursos y manipulaciones, arregló un poco el ave; pero manifestó que debían ir con mucho cuidado con ella y no hacerla trabajar en demasía, porque los pernos estaban gastados y no era posible sustituirlos por otros nuevos que asegurasen el funcionamiento de la música. ¡Qué desolación! Desde entonces solo se pudo hacer cantar al pájaro una vez al año, e incluso eso era una imprudencia; pero en tales ocasiones el Director de la orquesta Imperial pronunciaba un breve discurso, empleando aquellas palabras tan intrincadas, diciendo que el ave cantaba tan bien como antes, y ni que decir tiene que todo el mundo se mostraba de acuerdo.
Pasaron cinco años, cuando he aquí que una gran desgracia cayó sobre el país. Los chinos estimaban mucho a su Emperador, el cual estaba ahora enfermo de muerte. Ya había sido elegido su sucesor, y el pueblo, en la calle, no cesaba de preguntar al mayordomo de Palacio por el estado del anciano monarca.
- P! -respondía este, sacudiendo la cabeza.
Frío y pálido yacía el Emperador en su gran y suntuosa cama. Toda la Corte le creía ya muerto, y cada uno se apresuraba en ofrecer sus respetos al nuevo soberano. Los camareros de palacio salían precipitadamente para hablar del suceso, y las camareras se reunieron en un té muy concurrido. En todos los salones y corredores habían extendido paños para que no se oyese el paso de nadie, y así reinaba un gran silencio.
Pero el Emperador no había expirado aún; permanecía rígido y pálido en la lujosa cama, con sus largas cortinas de terciopelo y macizas borlas de oro. Por una ventana que se abría en lo alto de la pared, la luna enviaba sus rayos, que iluminaban el Emperador y al pájaro mecánico.
El pobre Emperador resoplaba, con gran dificultad; era como si alguien se le hubiese sentado sobre el pecho. Abrió los ojos y vio que era La Muerte, que se había puesto su corona de oro en la cabeza y sostenía en una mano el dorado sable imperial, y en la otra, su magnífico estandarte. Alrededor, por los pliegues de los cortinajes miraban extrañas cabezas, algunas horriblemente feas, otras, de expresión dulce y plácida: eran las obras buenas y malas del Emperador, que le miraban en aquellos momentos en que la muerte se había sentado sobre su corazón.
- ¿Te acuerdas de tal cosa? -murmuraban una tras otra-. ¿Y de tal otra?-. Y le recordaban tantas, que al pobre le manaba el sudor de la frente.
- ¡Yo no lo sabía! -se excusaba el Emperador-. ¡Música, música! Que suene el gran tambor chino - gritó- para no oír todo eso que dicen!
Pero las cabezas seguían hablando, y La Muerte asentía con la cabeza, al modo chino, a todo lo que decían.-¡Música, música! -gritaba el Emperador-.
Oh tú, pajarito de oro, canta, ¡canta! Te di oro y objetos preciosos, con mi mano te colgué del cuello mi chinela dorada. Canta, ¡canta ya!
Pero el pájaro seguía mudo, porque no había nadie para darle cuerda, y La Muerte seguía mirando el Emperador con sus grandes órbitas vacías; y el silencio era lúgubre.
De repente resonó, procedente de la ventana, un canto maravilloso. Era el pequeño ruiseñor vivo, puesto en una rama. Enterado de la desesperada situación del Emperador, había acudido a llevarle consuelo y esperanza; y cuanto más cantaba, más palidecían y se esfumaban aquellos fantasmas, la sangre afluía con más fuerza a los debilidades miembros del enfermo, e incluso La Muerte acercó la oreja y dijo:
- Sigue, bonito ruiseñor, sigue.
- Sí, sin embargo, ¿me darás el magnífico sable de oro? ¿Me darás la rica bandera? ¿Me darás la corona imperial?
Y La Muerte le fue donando aquellos tesoros a cambio de otras tantas canciones, y el ruiseñor siguió cantando, cantando del silencioso cementerio donde crecen las rosas blancas, donde las lilas exhalan el aroma y donde la hierba saludable es humedecida por las lágrimas de los supervivientes. La Muerte sintió entonces nostalgia de su jardín y salió por la ventana, flotando como una niebla blanca y fría.
- ¡Gracias, gracias! - dijo el Emperador-. Bien te conozco, pajarito celestial! Te desterré de mi reino, y, no obstante, con tus canto has alejado de mi cama los malos espíritus, has ahuyentado de mi corazón La Muerte.¿Como podré recompensarte?
- Ya me has recompensado - dijo el ruiseñor-. Arranqué lágrimas de tus ojos la primera vez que canté para ti; eso no le olvidaré nunca, porque son las joyas que contentan el corazón de un cantor. Pero ahora duerme y recupera las fuerzas, que yo seguiré cantando.
Así lo hizo, y el Soberano quedó sumido en un dulce sueño; ¡qué sueño tan dulce y tan reparador!El sol entraba por la ventana cuando el Emperador se despertó, sano y fuerte. Ninguno de sus criados había vuelto aún, porque todos le creían muerto. Solo el ruiseñor seguía cantante en la rama.
- ¡Nunca te separares de mi lado! -le dijo el Emperador-. Cantarás cuando te apetezca; y en cuanto al pájaro mecánico, lo romperé en mil trozos.
- No lo hagas - suplicó el ruiseñor-. Él cumplió su misión mientras pudo; guárdalo como hasta ahora. Yo no puedo anidar ni vivir en palacio, pero permíteme que venga cuando pueda; entonces me pondré en el lado de la ventana y te cantaré porque estés contento y reflexiones. Te cantaré de los felices y también de los que sufren; y del mal y del bien que se hace a tu alrededores sin tú saberlo. Tu pajarito cantor debe volar en la lejanía, hasta la cabaña del pobre pescador, hasta el tejado del labrador, hacia todos los que residen apartados de ti y de tu Corte. Prefiero tu corazón a tu corona... aunque la corona exhala cierto olor de cosa santa. Volveré a cantar para ti. Pero debes prometerme una cosa.
- ¡Lo que quieras! - dijo el Emperador, incorporándose con su vestidura imperial, que ya se había puesto, y oprimiendo contra su corazón el pesado sable de oro.
- Una cosa te pido: que no digas a nadie que tienes un pajarito que te cuenta todas las cosas. Saldrás ganando!
Y se puso a volar.
Entraron los criadas a ver a su difunto Emperador. Entraron, sí, y el Emperador los dijo:
¡Buenos días!
(Cuento popular)