
Cuando el primer hombre y su compañera fueron expulsados del paraíso, de la espada flameante del ángel que custodiaba la entrada escapó una chispa que acabó prendiendo fuego al nido del Fénix, matando al ave que dormía en él, ajeno a lo que sucedía a su alredor. Según cuenta esta versión de la historia, los ángeles, para recompensar al Fénix, que de nada era culpable, consiguieron revivirlo concediéndole eternamente el don de renacer de entre sus cenizas. Cuenta el mito – primero griego, después romano y más tarde cristiano – que, desde entonces, cunado el ave Fénix le llega la hora de morir, esta hace un nido de especias y hierbas aromáticas y deposita en él un único huevo. Dicen que allí permanece aguardando su muerte y que, al anochecer del día señalado, el pájaro arde, quemándose por completo y quedando reducido a cenizas. Pero , gracias al calor de aquella masa gris y tibia, al amanecer se rompe el cascarón de donde surge el mismo Fénix, más joven y fuerte, único y eterno.
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