Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

viernes, 31 de julio de 2009

Lo que no queremos ver…

Las advertencias
Un día, un joven se arrodilló a orillas de un río. Metió los brazos en el agua para refrescarse el rostro y allí, en el agua, vio de repente la imagen de la muerte. Se levantó muy asustado y preguntó:
-Pero... ¿qué quieres? ¡Soy joven! ¿Por qué vienes a buscarme sin previo aviso?
-No vengo a buscarte -contestó la voz de la muerte-. Tranquilízate y vuelve a tu hogar, porque estoy esperando a otra persona. No vendré a buscarte sin prevenirte, te lo prometo.
El joven entró en su casa muy contento. Se hizo hombre, se casó, tuvo hijos, siguió el curso de su tranquila vida. Un día de verano, encontrándose junto al mismo río, volvió a detenerse para refrescarse. Y volvió a ver el rostro de la muerte. La saludó y quiso levantarse. Pero una fuerza lo mantuvo arrodillado junto al agua. Se asustó y preguntó:
-Pero ¿que quieres?
-Es a ti a quien quiero -contestó la voz de la muerte-. Hoy he venido a buscarte.
-¡Me habías prometido que no vendrías a buscarme sin prevenirme antes! ¡No has mantenido tu promesa!
-¡Te he prevenido!
-¿Me has prevenido?
-De mil maneras. Cada vez que te mirabas a un espejo, veías aparecer tus arrugas, tu pelo se volvía blanco. Sentías que te faltaba el aliento y que tus articulaciones se endurecían. ¿Cómo puedes decir que no te he prevenido?
Y se lo llevó hasta el fondo del agua.
(Anónimo chino)

jueves, 30 de julio de 2009

Quien no debe ser propiedad de nadie…

Los barcos viejos
Cuando Yu Li-si abandonó la capital para regresar a su pueblo natal, el primer ministro puso un funcionario a su disposición para que lo acompañara y le dijo:
-Elige para tu viaje el barco del gobierno que más te agrade.
El día de la partida, Yu Li-si fue el primero en llegar al embarcadero. Había allí varios miles de embarcaciones amarradas a lo largo de la ribera. Todo esfuerzo para reconocer los barcos del gobierno le resultó inútil. Cuando llegó el funcionario que debía acompañarlo, le preguntó:
-¡Aquí hay tantos barcos! ¿Cómo distinguir los del gobierno?
-Nada más fácil -contestó el funcionario-. Aquellos que tienen el toldo agujereado, los remos quebrados y las velas rasgadas, son todos barcos del gobierno.
Yu Li-si levantó sus ojos al cielo y suspirando se dijo a sí mismo: "No es de extrañar que el pueblo sea tan miserable. ¡El emperador seguramente también lo considera como propiedad del gobierno!"
(Anónimo chino)

miércoles, 29 de julio de 2009

Cuestión de insatisfacciones …

Ya no tengo cáscaras para mis cerdos
La montaña Jefú queda a poca distancia de nuestra aldea. Allí, cerca de un pequeño lago, existe un templo conocido como el de la Madre Wang. Nadie sabe en qué época vivió la Madre Wang, pero los viejos cuentan que era una mujer que fabricaba y vendía aguardiente. Un monje taoísta tenía la costumbre de ir a beber a crédito en su casa. La tabernera no parecía prestarle mayor atención a esa demora en el pago: el monje se presentaba y ella lo servía de inmediato.
Un día el taoísta le dijo a la Madre Wang:
-He bebido tu aguardiente, y como no tengo con qué pagártelo, voy a cavar un pozo.
Cuando terminó el pozo se dieron cuenta de que contenía un buen aguardiente.
-Es para pagar mi deuda -dijo el monje, y se fue.
Desde aquel día la mujer no tuvo necesidad de hacer aguardiente. Servía a sus clientes el licor que sacaba del pozo, mucho mejor que el que anteriormente fabricaba con cereal fermentado. Su clientela aumentó enormemente. En tres años hizo una gran fortuna de decenas de miles de onzas de plata.
De improviso, un día volvió el monje. La mujer le agradeció efusivamente.
-¿Es bueno el aguardiente? -le preguntó el monje.
-Sí, el aguardiente es bueno -admitió-. ¡Lástima que como no fabrico el aguardiente, ya no tengo cáscaras de cereal para alimentar a mis cerdos!
Riéndose, el taoísta tomó el pincel y escribió en el muro de la casa:
La profundidad del cielo no es nada,el corazón humano es infinitamente más hondo.El agua del pozo se vende por aguardiente,pero la mujer se lamenta de no tener cáscaras para sus cerdos.
Terminado su cuarteto, el monje se fue, y del pozo sólo salió agua.
(Anónimo Chino)

martes, 28 de julio de 2009

De adulaciones...


¿Para qué adular?
Un hombre rico y un hombre pobre conversaban:
-Si yo te diera el veinte por ciento de todo el oro que poseo, ¿me adularías? -preguntó el rico.
-El reparto sería demasiado desigual para que tú merecieras mis cumplidos -contestó el pobre.
-¿Y si yo te diera la mitad de mi fortuna?
-Entonces seríamos iguales, ¿con qué fin adularte?
-¿Y si yo te lo diera todo?
-En ese caso, ¡no veo qué necesidad tendría de adularte!
(Anónimo chino)

lunes, 27 de julio de 2009

Partir… ¿lo qué?

Los dos ermitaños
En una remota montaña moraban dos ermitaños que rendían culto a Dios y se amaban uno al otro.
Ahora bien, estos dos ermitaños poseían un plato de barro, el cual era la única cosa que poseían.Cierto día, en el corazón del ermitaño más viejo penetró un espíritu malo, y el anciano, dirigiéndose al más joven le dijo: "Hace ya bastante tiempo que tenemos de vivir juntos. Ha llegado el momento de separarnos. Por lo tanto, es tiempo de dividir nuestras pertenencias".Al oír esto, el ermitaño más joven se puso triste y dijo : " Hermano mío, me apena mucho que tengas que dejarme. Pero ya que esto es necesario, que así sea". Y fue por el plato de barro y se lo dio a su compañero diciéndole: "No es posible repartirla hermano, que sea para tí".El anciano ermitaño replicó: "No acepto tu caridad. Tomaré únicamente lo que me corresponde. Es necesario partirla".
Y el ermitaño joven razonó: "Si rompemos el plato, no nos servirá a ninguno de los dos. Si quieres podemos jugar a la suerte".
Pero el ermitaño anciano, insistió en su afán: "Sólo tomaré lo que en justicia me corresponde, y no fiaré ni mis derechos a la suerte. El plato debe partirse".
El ermitaño joven, observando que sus razones no valían dijo: "Está bien, si ese es tu deseo, y si te niegas a aceptar el plato, rompámoslo, y repartámoslo.
Pero entonces el rostro del ermitaño más viejo se alteró por la ira, y gritó: "¡Ah, maldito miedoso! no te atreves a pelear, ¿eh?".
Gibran Jalil Gibran

domingo, 26 de julio de 2009

Dadme un BUEN CORAZÓN


El corazón perfecto
Un día un hombre joven se situó en el centro de un poblado y proclamó que él poseía el corazón más hermoso de toda la comarca.
Una gran multitud se congregó a su alrededor y todos admiraron y confirmaron que su corazón era perfecto, pues no se observaban en el ni máculas ni rasguños.
Sí, coincidieron todos que era el corazón más hermoso que hubieran visto. Al verse admirado el joven se sintió más orgulloso aún, y con mayor fervor aseguró poseer el corazón más hermoso de todo el vasto lugar.
De pronto un anciano se acercó y dijo: "¿Por qué dice eso, si tu corazón no es ni tan, aproximadamente, tan hermoso como el mío?
Sorprendidos la multitud y el joven miraron el corazón del viejo y vieron que,si bien latía vigorosamente, éste estaba cubierto de cicatrices y hasta había zonas donde faltaban trozos y éstos habían sido reemplazados por otros que no encastraban perfectamente en el lugar, pues se veían bordes y aristas irregulares en su derredor. Es más, había lugares con huecos, donde faltaban trozos profundos.
La mirada de la gente se sobrecogió - "¿Cómo puede él decir que su corazón es más hermoso?", pensaron ...
El joven contempló el corazón del anciano y al ver su estado desgarbado, se echó a reír. "Debes estar bromeando," dijo. "Compara tu corazón con el mío... El mío es perfecto. En cambio el tuyo es un conjunto de cicatrices y dolor."
"Es cierto," dijo el anciano, "tu corazón luce perfecto, pero yo jamás me involucraría contigo... Mira, cada cicatriz representa una persona a la cual entregué todo mi amor. Arranqué trozos de mi corazón para entregárselos a cada uno de aquellos que he amado. Muchos a su vez, me han obsequiado un trozo del suyo, que he colocado en el lugar que quedó abierto. Como las piezas no eran iguales, quedaron los bordes por los cuales me alegro, porque al poseerlos me recuerdan el amor que hemos compartido."
"Hubo oportunidades, en las cuales entregué un trozo de mi corazón a alguien, pero esa persona no me ofreció un poco del suyo a cambio. De ahí quedaron los huecos - dar amor es arriesgar, pero a pesar del dolor que esas heridas me producen al haber quedado abiertas, me recuerdan que los sigo amando y alimentan la esperanza, que algún día -tal vez- regresen y llenen el vacío que han dejado en mi corazón."
"¿Comprendes ahora lo que es verdaderamente hermoso?"
El joven permaneció en silencio, lágrimas corrían por sus mejillas. Se acercó al anciano, arrancó un trozo de su hermoso y joven corazón y se lo ofreció.
El anciano lo recibió y lo colocó en su corazón, luego a su vez arrancó un trozo del suyo ya viejo y maltrecho y con él tapó la herida abierta del joven. La pieza se amoldó, pero no a la perfección. Al no haber sido idénticos los trozos, se notaban los bordes.
El joven miró su corazón que ya no era perfecto, pero lucía mucho más hermoso que antes, porque el amor del anciano fluía en su interior.
(Autor desconocido)

sábado, 25 de julio de 2009

Nosotros elegimos…

LOS DOS LOBOS
Un anciano Cherokee contaba a su nieto acerca de la lucha que se desarrollaba dentro de sí mismo. Ésta era entre dos lobos...
"Uno es diabólico: iracundo, lujurioso, arrogante, mentiroso, falso predicador, vanidoso, resentido, ladrón, abusador y asesino.
El otro es bueno: pacífico, amoroso, sereno, humilde, generoso, compasivo, fiel, bondadoso, benevolente y honesto".

El nieto, después de unos minutos de reflexión, preguntó a su abuelo: "¿Y qué lobo ganará?"

El anciano Cherokee simplemente respondió: "El que yo alimente".
(Desconozco el autor)

viernes, 24 de julio de 2009

La dignidad, el verdadero valor de una persona… ¿en qué están?

El picapedrero
Había una vez, hace muchos años un reino muy bonito, en donde la gente era muy feliz.
Los reyes vivían en un castillo de piedra muy grande que estaba junto a un bosque de olmos y un lago de tranquilas aguas azules en el que se podía pescar y pasear en barca. Al oeste del castillo había una enorme montaña.
La hija de los reyes se llamaba Teresa y es la princesa de este cuento.
La princesa Teresa salía todos los días a dar un paseo por los alrededores del castillo. Un buen día conoció a un picapedrero llamado Pedro que trabajaba en la cantera que estaba a las faldas de la montaña.
Teresa y Pedro se enamoraron, se prometieron amor eterno y decidieron casarse.
Cuando el rey se enteró que su hija quería casarse con Pedro montó en cólera y le dijo a la Princesa:
"¡Mi hija no puede casarse con un simple picapedrero! Una princesa como tú debería casarse con alguien muy poderoso, ¡Con la persona más poderosa del mundo!"
Entonces el rey mandó llamar a todos los sabios de su reino y les pidió que estudiaran quién era el más poderoso del mundo.
Los sabios se encerraron a meditar durante siete días y sus noches y pensaron y pensaron hasta que descubrieron quién era el más poderoso del mundo.
"Majestad- dijo el sabio más anciano al rey - El concejo se ha reunido durante siete días y sus noches y hemos llegado a la conclusión que el más poderoso es el sol porque con sus rayos nos dá luz y calor para que podamos vivir en la Tierra"
El rey dijo "Tienen razón, parece que el sol es el más poderoso"
Y ordenó con voz potente: "¡Que venga el sol!"
Mandaron llamar al sol y el rey le dijo:
"Sol, te he mandado llamar porque me han dicho que eres la persona más poderosa del mundo y quiero que te cases con mi hija, la Princesa Teresa."
Entonces el sol contestó:
"Gracias Majestad, sería un honor aceptar tu ofrecimiento pero hay alguien que es más poderoso que yo"
Y dijo el rey. "¡¿Quién es más poderoso que el sol?!"
"La nube majestad - contestó el sol - porque cuando se pone delante no deja pasar mis rayos"
Entonces dijo el Rey: "Que venga la nube"
Cuando llegó la nube el Rey le dijo: "Nube te he mandado llamar porque me han dicho que eres la persona más poderosa de la tierra y quiero que te cases con mi hija, la Princesa Teresa"
La nube le contestó : " Majestad, mucho agradezco tu ofrecimiento, sería un honor poder aceptarlo, pero hay alguien más poderoso que yo en la Tierra"
"¡¿Quién es más poderoso que la nube?!" Preguntó el rey
"El Viento -contestó la nube- porque cuando se pone a soplar me mueve de un lado a otro con facilidad"
Entonces dijo el Rey : "¡Que venga el Viento!"
Cuando llegó el Viento, el Rey le dijo: " Viento te he mandado llamar porque me han dicho que eres la persona más poderosa de la tierra y quiero que te cases con mi hija, la Princesa Teresa"
El Viento le contestó: "Majestad, mucho agradezco tu ofrecimiento, sería un honor poder aceptarlo, pero hay alguien más poderoso que yo en la Tierra"
"¡¿Quién es más poderoso que el Viento?!" Preguntó el Rey
"La montaña - contestó el Viento - porque no puedo moverla ni un solo centímetro aunque sople con todas mis fuerzas"
¡Que venga la montaña! Rugió el Rey
Pero la montaña no podía moverse, por lo que el Rey tuvo que ir a ella.
Y dijo el Rey: " Montaña he venido porque me dijeron que eres la persona más poderosa de la Tierra y quiero que te cases con mi hija, la Princesa Teresa"
La montaña contestó: "Majestad, muchas gracias por tu ofrecimiento, sería un honor para mi casarme con tu hija la Princesa Teresa, pero hay alguien más poderoso que yo"
Y dijo el Rey: "¡¿Quién puede ser más poderoso que la Montaña?!
¡El Picapedrero! - dijo la Montaña - porque todos los días arranca un pedacito de mi cuerpo para hacer piedras."
Entonces el Rey comprendió que TODAS las personas, aunque parezcan seres insignificantes, son importantes y permitió a su hija casarse con Pedro, el picapedrero. Y fueron felices para siempre.
(Desconozco el autor)

jueves, 23 de julio de 2009

Los celos y sus malos consejos.

El asno y perrita faldera
Un granjero fue un día a sus establos a revisar sus bestias de carga: entre ellas se encontraba su asno favorito, el cual siempre estaba bien alimentado y era quien cargaba a su amo. Junto con el granjero venía también su perrita faldera, la cual bailaba a su alrededor, lamía su mano y saltaba alegremente lo mejor que podía. El granjero reviso su bolso y dio a su perrita un delicioso bocado, y se sentó a dar ordenes a sus empleados. La perrita entonces saltó al regazo de su amo y se quedó ahí, parpadeando sus ojos mientras el amo le acariciaba sus orejas.
El asno celoso de ver aquello, se soltó de su jáquima y comenzó a pararse en dos patas tratando de imitar el baile de la perrita. El amo no podía aguantar la risa, y el asno arrimándose a él, puso sus patas sobre los hombros del granjero intentando subirse a su regazo. Los empleados del granjero corrieron inmediatamente con palos y horcas, enseñándole al asno que las toscas actuaciones no son cosa de broma..
(Esopo)

miércoles, 22 de julio de 2009

Donde quiera que hay amor, hay también riqueza y éxito.

Los tres viejitos
Una mujer salió de su casa y vio a tres viejos de largas barbas sentados frente a su jardín. Ella no los conocía y les dijo:
No creo conocerlos, pero deben tener hambre. Por favor entren a mi casa para que coman algo.
Ellos preguntaron:
- Está el hombre de la casa?
- No - respondió ella -, no está.
- Entonces no podemos entrar - dijeron ellos.
Al atardecer, cuando el marido llego, ella le contó lo sucedido.
- Entonces diles que ya llegué e invítalos a pasar!
La mujer salió a invitar a los hombres a pasar a su casa.
- No podemos entrar a una casa los tres juntos explicaron los viejitos.
- Por qué? - quiso saber ella.
Uno de los hombres apunto hacia otro de sus amigos y explicó:
- Su nombre es Riqueza. - Luego indicoó hacia el otro. Su nombre es Éxito y yo me llamo Amor. Ahora ve adentro y decidan con tu marido a cual de nosotros tres ustedes desean invitar a vuestra casa.
La mujer entró a su casa y le contó a su marido lo que ellos le dijeron.
El hombre se puso feliz:
- Qué bueno! Y ya que así es el asunto, entonces invitemos a Riqueza, dejemos que entre y llene nuestra casa de riqueza. Su esposa no estuvo de acuerdo:
- Querido, por qué no invitamos a Éxito?
La hija del matrimonio estaba escuchando desde la otra esquina de la casa y vino corriendo con una idea:
- No seria mejor invitar a Amor? Nuestro hogar entonces estaría lleno de amor.
- Hagamos caso del consejo de nuestra hija - dijo el esposo a su mujer- Ve afuera e invita a Amor a que sea nuestro huésped.
La esposa salió afuera y les pregunto a los tres viejos:
- Cuál de ustedes es Amor? Por favor que venga para que sea nuestro invitado.Amor se puso de pie y comenzó a caminar hacia la casa. Los otros dos también se levantaron y lo siguieron. Sorprendida, la dama les preguntó a Riqueza y Éxito:
- Yo solo invite a Amor, por qué ustedes también vienen?
Los viejos respondieron juntos:
- Si hubieras invitado a Riqueza o Éxito, los otros dos habrían permanecido afuera, pero ya que invitaste a Amor, donde sea que el vaya, nosotros vamos con él. Donde quiera que hay amor, hay también riqueza y éxito.
(Desconozco el autor)

martes, 21 de julio de 2009

Saber ceder a tiempo o dejar a la rata


Leer los pensamientos
La maldita rata de alcantarilla era capaz de leerme los pensamientos. Sabía cuándo me escondía para cazarla (se burlaba de mi ingenuidad), cuándo le dejaba veneno (agitaba violentamente su bigote para imprecarme) y hasta cuándo tenía pensamientos hostiles hacia ella (me miraba pensativa). Además me vigilaba cuando estaba mediando y movía las patas como queriendo dar una opinión. Después de meses de una guerra sin cuartel (en la que yo perdía siempre), opté por intentar una convivencia pacífica; pero no sabiendo cómo aprovecharme de ese maravilloso don que tenía, nos sentábamos juntos a ver televisión y dejaba que ella manejara el control remoto del televisor.

(Alejandro Ramírez)

lunes, 20 de julio de 2009

Información, formación y a veces no saber aplicarla

EL BUS DE LOS ANIMALES.
Todas las mañanas, a las 7:00p.m, pasa el bus de los animales. En la primera parada se sube el cochino, que es ingeniero municipal. Según su curriculum, regresó de la mejor universidad del país. En la segunda parada, se monta un mono, que es abogado y trabaja en el tribunal supremo de justicia. En la tercera parada se sube la cotorra, que es directora del liceo más prestigioso de la ciudad. Y en la cuarta, se sube una hormiguita, que es simplemente una obrera, y no se graduó en ninguna universidad, y medio sabe leer y escribir. El conductor que es un elefante, observa todos los días lo que ocurre en su destartalado bus. Sobre todo a los que presumen tener títulos prestigiosos, como el cochino, el mono y la cotorra.
El cochino, que es ingeniero municipal, y su deber es velar por las obras públicas de la ciudad, el buen mantenimiento y limpieza de la misma, se sube con un montón de golosinas, refrescos, comidas y chucherías al bus del elefante. Mientras llega a su trabajo, en la alcaldía, traga todo lo que en sus brazos lleva. Llena de migas y de grasa el asiento que ocupa, y arroja los envoltorios por la ventana: que si botellas, bolsas, pitillos, trozos de pizza que ya no quiere comer, y que caen en las caras de otros ciudadano y hasta el rostro del monumento de Simón Bolivar, u otro prócer ilustre ya sea poeta, escritor o militar. Y para de paso, raya con un marcador el espaldar del asiento que está en su frente: "oye mamita, tú sí que estás guena"
El mono, que se las da de educado, inteligente y que defiende los derechos y deberes de los ciudadanos, se sienta con su traje ejecutivo apretadote y su corbata planchada. Todo hinchadote, con la frente en alto, la carota seria, abrazando su prestigioso portafolios cuyas cerraduras son de oro. Entonces se sube una señora embarazada, trabajadora y pobre; pero como todos los puestos están ocupados, a la pobre mujer le toca ir parada, agarradas de las barandas que cuelgan en el techo, soportando los frenazos del bus, cuyo chofer le saca la madre al otro conductor que se la adelanta. Y como el mono abogado ocupa el primer asiento, no es capaz de cederle el puesto a la mujer embarazada. Ni siquiera la mira, pues va puliéndose las uñas, luciendo su anillo de grado. Acariciando su celular de cámara, pensando a que corrupto va a sacar de la cárcel para llenarse de dinero y por fin comprase el carro lujoso que tanto sueña; devolverlo a la agencia, y luego sacarse uno más lujoso. Pero la hormiga obrera que no tiene título, se compadece de la mujer y le cede su puesto, pues ni el cochino ingeniero municipal se digna de otorgarle por cortesía el suyo.
La cotorra que es directora del liceo más prestigioso de la ciudad, va conversando con otra amiga en el puesto que ocupa. De pronto suena su celular- un reaggettón cabilla- y responde: es su marido, que necesita dinero para comprarle pañales a su bebé que se hizo popo.
-¡Mire mal parido!- le responde la cotorra gritando en voz alta- ¡No te dije que le fiaras la señor de la bodega, y que se lo pagamos el mes entrante con el sexto tique que me llegue?
-Pero si le debemos desde el diciembre pasado. Y nos tilda de morosos en este mísero barrio. Me da mucha pena- Le responde el cotorro.
-¡Mire cabrón de playa!-Le grita la cotorra-¡Ya estoy harta. Ya estoy harta. Embojota a ese enclenque baboso con un periódico. Con el periódico que me dieron ayer en la escuela, sobre la semana aniversaria de la misma. Con tal, yo ni lo leo. Ahhh, díle a tu hermanita, que cuando llegue, le voy a reventar las narices pa' ver cual es la guebonada que tiene conmigo, pues la sorprendí hablando mal de mí y de mi mamá: que yo te metí el hijo que tenemos y que no es tuyo. Dile que le voy a sacar el hígado con una patada en le trasero.
Y sigue discutiendo allí, mientras todos la escuchan y se burlan de ella.
Pero solo la hormiguita obrera, que no tiene título , y medio sabe leer y escribir, es la única que tiene modales. Es aseada, le cede el puesto en el bus a los incapacitados y mujeres embarazadas. Y conversa con buenos modales. Cuida las unidades de tránsito. Trabaja con vocación y amor en su oficio; y da buen ejemplo de lo que hace para que las futuras generaciones de su ciudad conserven y valoren todo lo que tienen: sus recursos naturales, sus servicios públicos y la paz del bienestar y orden común. Ella es la única que paga su pasaje con dinero. En cambio el cochino ingeniero municipal, el mono abogado y la cotorra directora y educadora, pagan el pasaje con los tiques de sus hijos.
De regreso, en la tarde, sucede lo mismo: el cochino, el mono y la cotorra, ejercen sus títulos universitarios pero con los pies. ¡Y cada día es peor! Y eso que hacen postgrados y doctorados en sus respectivas carreras.
Finalmente el chofer elefante saca sus propias conclusiones y dice: "Yo nunca estudié . Ni tengo título de ningún grado. Pero así como conduzco esta chatarrita, que me da de comer para mí, mis hijos y mi esposa, sé también conducir mi vida, por el buen camino que Dios manda"
Y le da la cola a todas las personas pobres como la hormiguita obrera y la mujer embarazada.
(Cuento venezuelano)

domingo, 19 de julio de 2009

Buscando nuestro lugar


Una piedra y sus dolores
"Una piedrecita reposaba en el fondo del arroyo. Al llegar la primavera, con las lluvias, la corriente se dirigió a ella y le dijo:
- ¡Si quieres te llevo al mar!
La piedra hizo algunos movimientos de resistencia tratando de agarrarse al fondo y contestó a la corriente con aire indiferente:
- ¡El mar!... ¡El mar no existe! Sólo existe el arroyo, las piedras y las vacas que nos pasan por encima de vez en cuando. Sigues tan idealista como siempre... ¡el mar!
Pero la corriente volvió a susurrar:
- "Deja que te lleve... al mar, deja que te lleve.
"Y la piedra contestó, dejándose arrastrar:
- Bueno, vamos -porque en el fondo le gustaba la aventura. Era una piedra volcánica, con algunas estrías claras de las que estaba muy orgullosa.
A pesar de viajar a merced de la corriente solía hacer comentarios autoritarios para sentir que la dominaba.
- ¡Mira! -dijo una vez con cierto acento despectivo- ¡Ya hemos pasado varios recodos y el mar no está! ¡Déjame aquí!, estoy cansada de rebotar entre las peñas del cauce.
- Deja que te lleve... -respondía suavemente la corriente.
La piedra pasó por aguas ennegrecidas y dijo:
- ¿A dónde me has traído, sinvergüenza?¿Esto es el mar? ¡Prefiero que me pisen las vacas!Pero la corriente ya no respondía y tan sólo aumentaba la velocidad.
- ¡Para ya! -gritó la piedra chocando contra otros guijarros- ¡Vas a destruirme!¿Es que no te das cuenta?¡No quiero ir al mar!... ¡Odio el mar!
La corriente la arrastró con gran vehemencia haciendo sentir un gran vértigo a la piedra, que en el colmo de su furia gritó:
-¡También te... !Pero no pudo seguir porque estaba cayendo por una enorme cascada. Y ya en el fondo añadió casi sin fuerzas:
- También te odio a ti, Arroyo... no vale la pena perder mis esquirlas por ese sueño que llamas mar. Juegas conmigo sin sentido.
Pasaron a gran velocidad entre muchos rápidos. Luego siguieron por remansos tranquilos, llenos de algas y de líquenes.
La piedra ya no decía nada. Se había abandonado a la corriente. Tenía la superficie cubierta de grietas y casi no se reconocía a sí misma. Todo le dolía.
Atrás quedaron diversas orillas, bosques y aldeas. A la piedra sólo le quedaba el silencio, la corriente y el recuerdo de los golpes recibidos en una tractoría desgraciada. Pero lo peor era el silencio.
De repente escuchó otra voz. Era una voz muy distinta; grande, cautivadora y muy azul:
- Por fin has llegado, piedra mía -dijo el mar.
Y mientras caía dulcemente entre espléndidos corales, la piedra giró sobre sí misma varias veces, como murmurando:
- ¡Gracias arroyo, gracias corriente... os amo!... todo ha valido la pena

(Desconozco el autor)

sábado, 18 de julio de 2009

Vivir en el ahora es éxito

¿CUALES SON TUS PIEDRAS?
Un experto asesor de empresas en Gestión del Tiempo quiso sorprender a los asistentes a su conferencia. Sacó de debajo de su escritorio un frasco grande de boca ancha. Lo colocó sobre la mesa, junto a una bandeja con piedras del tamaño de un puño y preguntó: "¿Cuántas piedras piensan que caben en el frasco?".
Después que los asistentes hicieran sus conjeturas, empezó a meter piedras hasta que llenó el frasco. Luego preguntó: "¿Está lleno?". Todo el mundo lo miró y asintió.
Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con piedras más pequeñas, metió parte de las piedritas en el frasco y lo agitó. Las piedritas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto sonrió con ironía y repitió: "¿Está lleno?". Esta vez los oyentes dudaron: "Tal vez no". "Bien". Y puso en la mesa un balde con arena que comenzó a volcar en el frasco. La arena se filtraba en los pequeños recovecos que dejaban las piedras grandes y pequeñas. "¿Está lleno?"; preguntó de nuevo. "!No!", exclamaron los asistentes.
"Bien", dijo, y tomó una jarra de agua de un litro que comenzó a verter en el frasco. El frasco aún no rebosaba.
- "Bueno, ¿qué hemos demostrado? " preguntó. Un alumno respondió: "que no importa lo llena que esté tu agenda, si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas".
-"No! ", concluyó el experto: "lo que esta lección nos enseña es que si no colocas las piedras grandes primero, nunca podrás colocarlas después. ¿Cuáles son las grandes piedras de tu vida?. ¿Tus hijos, tus amigos, tus sueños, tu salud, la persona que amas?.
Recuerda, ponlas primero. El resto encontrará su lugar".
John-Roger (De: El Poder Dentro de Tí)

viernes, 17 de julio de 2009

Quizás valga la pena entregar el espejo que tenemos

Y tú ¿qué reflejas?
Un día llegó un grupo de escaladores procedentes de alguna ciudad. Ciertamente fue un evento de lo más insólito. No estuvieron allí más de tres horas.
Mientras los montañeros reposaban un poco, una de las muchachas sacó de la mochila un espejito de mano. En unos instantes se vio rodeada de un ejército de niñas pequeñas que la miraban en silencio abriendo y cerrando los ojos con la solemnidad que da el asombro. Nunca habían visto un espejo.
- ¿Qué es eso que tienes en la mano? -le preguntó la más pequeña señalando el espejo con su dedo regordete.
- ¿Esto?... ¡Un espejo! -dijo la muchacha- ¿Nunca has visto uno?
El grupo de niñas negó al unísono moviendo la cabeza y sin separar la vista de aquel objeto maravilloso. Verlas era un espectáculo encantador e incluso la escaladora, acostumbrada a grupos de admiradores, quedó prendida de su sencillez.
- ¡Qué cosas! -dijo- Tú nunca has visto uno y yo no podría vivir sin él... toma, te lo regalo.
Y entregó el espejito a la más pequeña. La niña clavó los ojos en su mano, asombrada, después sonrió y mirando intensamente a la chica le dio un sonoro beso en la mejilla.
Pero después de unos momentos la niña volvió y entregó el espejo.
-¿Qué pasó? -dijo la escaladora- ¿No lo quieres?
-No, es que... ¡en éste sólo aparece mi cara! -respondió la niña- Verse a sí misma todo el tiempo es bien aburrido... ¿no tienes otro donde aparezcan mi papá, mi mamá y mis amigos?
(Desconozco el autor)

jueves, 16 de julio de 2009

El egoísta siempre termina sin nada

El asno y su sombra
Un viajero alquiló un Asno para llevarle a un lugar distante.
Estando el día sumamente caliente, y el sol brillando con fuerza, el viajero se paró para descansar, y buscó refugio del calor bajo la sombra del asno.Como esto solamente permitía protección para una persona, tanto el viajero como el dueño del asno reclamaron dicha sombra, y una disputa violenta se levantó entre ellos en cuanto a decidir cuál de los dos tenía el derecho.
El dueño mantuvo que él había alquilado sólo al asno, y no a él con su sombra.
El viajero afirmó que él, con el alquiler del asno, había alquilado su sombra también.
La pelea progresó de palabras a golpes, y mientras los hombres lucharon, el asno galopó lejos.
(Esopo)

miércoles, 15 de julio de 2009

Nunca tomes como tuyos los méritos ajenos


El asno que cargaba con una imagen
Una vez le correspondió a un asno cargar una imagen de un dios por las calles de una ciudad para ser llevada a un templo. Y por donde él pasaba, la multitud se postraba ante la imagen.
El asno, pensando que se postraban en respeto hacia él, se erguía orgullosamente, dándose aires y negándose a dar un paso más.
El conductor, viendo su decidida parada, lanzó su látigo sobre sus espaldas y le dijo:
-¡Oh, cabeza hueca, todavía no ha llegado la hora en que los hombres adoren a los asnos!
(Esopo)

martes, 14 de julio de 2009

Los preconceptos

Cómo nace un paradigma...
Un grupo de científicos colocó cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de bananas. Cuando un mono subía la escalera para agarrar las bananas, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que quedaban en el suelo.
Después de algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo agarraban a palos.
Pasado algún tiempo más, ningún mono subía la escalera, a pesar de la tentación de las bananas. Entonces, los científicos sustituyeron uno de los monos.
La primera cosa que hizo fue subir la escalera, siendo rápidamente bajado por los otros, quienes le pegaron. Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya no subió más la escalera.
Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo. El primer sustituto participó con entusiasmo de la paliza al novato.
Un tercero fue cambiado, y se repitió el hecho.
El cuarto y, finalmente, el último de los veteranos fue sustituido.
Los científicos quedaron, entonces, con un grupo de cinco monos que, aún cuando nunca recibieron un baño de agua fría, continuaban golpeando a aquel que intentase llegar a las bananas.
Si fuese posible preguntar a algunos de ellos por qué le pegaban a quien intentase subir la escalera, con certeza la respuesta sería:
"No sé, las cosas siempre se han hecho así, aquí..."
(Desconozco al autor)
"Es más fácil desintegrar un átomo que un pre-concepto" (Albert Einstein)

lunes, 13 de julio de 2009

Fósforos que alumbran la soledad

La vendedora de fósforos
¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche se venía encima. Era el día de Nochebuena. En medio del frío y de la oscuridad, una pobre niña pasó por la calle con la cabeza y los pies desnuditos.
Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa; pero no le habían servido mucho tiempo.
Eran unas zapatillas enormes que su madre ya había usado: tan grandes, que la niña las perdió al apresurarse a atravesar la calle para que no la pisasen los carruajes que iban en direcciones opuestas.
La niña caminaba, pues, con los piececitos desnudos, que estaban rojos y azules del frío; llevaba en el delantal, que era muy viejo, algunas docenas de cajas de fósforos y tenía en la mano una de ellas como muestra.
Era muy mal día: ningún comprador se había presentado, y, por consiguiente, la niña no había ganado ni un céntimo. Tenía mucha hambre, mucho frío y muy mísero aspecto.
¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban en sus largos cabellos rubios, que le caían en preciosos bucles sobre el cuello; pero no pensaba en sus cabellos.
Veía bullir las luces a través de las ventanas; el olor de los asados se percibía por todas partes.
Era el día de Nochebuena, y en esta festividad pensaba la infeliz niña.
Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba de ella y entumecía sus miembros; pero no se atrevía a presentarse en su casa; volvía con todos los fósforos y sin una sola moneda.
Su madrastra la maltrataría, y, además, en su casa hacía también mucho frío. Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí con furia, aunque las mayores aberturas habían sido tapadas con paja y trapos viejos.
Sus manitas estaban casi yertas de frío. ¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una sola de la caja, a frotarla en la pared y a calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich! ¡Cómo alumbraba y cómo ardía! Despedía una llama clara y caliente como la de una velita cuando la rodeó con su mano. ¡Qué luz tan hermosa!
Creía la niña que estaba sentada en una gran chimenea de hierro, adornada con bolas y cubierta con una capa de latón reluciente. ¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso! ¡Calentaba tan bien!
Pero todo acaba en el mundo. La niña extendió sus piececillos para calentarlos también; más la llama se apagó: ya no le quedaba a la niña en la mano más que un pedacito de cerilla.
Frotó otra, que ardió y brilló como la primera; y allí donde la luz cayó sobre la pared, se hizo tan transparente como una gasa.
La niña creyó ver una habitación en que la mesa estaba cubierta por un blanco mantel resplandeciente con finas porcelanas, y sobre el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba un perfume delicioso.
¡Oh sorpresa! ¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de que el ave saltaba de su plato sobre el pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus piececitos. Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante sí más que la pared impenetrable y fría. Encendió un nuevo fósforo. Creyó entonces verse sentada cerca de un magnífico pesebre: era más rico y mayor que todos los que había visto en aquellos días en el escaparate de los más ricos comercios.
Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y zagalas parecían moverse y sonreír a la niña. Esta, embelesada, levantó entonces las dos manos, y el fósforo se apagó.
Todas las luces del nacimiento se elevaron, y comprendió entonces que no eran más que estrellas. Una de ellas pasó trazando una línea de fuego en el cielo.
-Esto quiere decir que alguien ha muerto- pensó la niña; porque su abuelita, que era la única que había sido buena para ella, pero que ya no existía, le había dicho muchas veces: "Cuando cae una estrella, es que un alma sube hasta el trono de Dios".
Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared, y creyó ver una gran luz, en medio de la cual estaba su abuela en pie y con un aspecto sublime y radiante.
-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo! ¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la chimenea de hierro, como el ave asada y como el hermoso nacimiento!
Después se atrevió a frotar el resto de la caja, porque quería conservar la ilusión de que veía a su abuelita, y los fósforos esparcieron una claridad vivísima.
Nunca la abuela le había parecido tan grande ni tan hermosa. Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.
Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la niña entre las dos casas, con las mejillas rojas y la sonrisa en los labios.
¡Muerta, muerta de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a aquel tierno ser acurrucado allí con las cajas de cerillas, de las cuales una había ardido por completo.
-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.
Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que había visto, ni en medio de qué resplandor había entrado con su anciana abuela en el reino de los cielos.
Hans Christian Andersen

domingo, 12 de julio de 2009

Disipador de todas las dificultades

La historia de Mushkil Gusha
Había una vez, a menos de mil millas de aquí, un pobre leñador viudo que vivía con su hija pequeña. Todos los días iba a la montaña a cortar leña para hacer fuego, que traía a casa y ataba en haces.
Después de tomar el desayuno caminaba hasta el pueblo más cercano, donde vendía la leña y descansaba un rato antes de regresar. Un día, al volver ya tarde a casa, la niña le dijo:
»Padre, a veces desearía tener mejor comida, más cantidad y diferentes clases de cosas para comer.«
»Muy bien hija mía« dijo el viejo »mañana me levantaré más temprano que de costumbre, me adentraré en la montaña donde hay más leña y traeré una cantidad mucho mayor que la habitual. Llegaré a casa más temprano y así podré atar la leña antes para luego ir al pueblo a venderla; conseguiré de esta forma más dinero y te traeré toda clase de cosa ricas para comer.«
A la mañana siguiente el leñador se levantó antes del alba y se fue las montañas. Trabajó duramente cortando leña, e hizo un enorme haz que acarreó sobre su espalda hasta la casa.
Cuando llegó, todavía era muy temprano. Puso la carga en el suelo y golpeó la puerta diciendo:
»Hija, hija, abre la puerta que tengo hambre y sed, y necesito tomar algún alimento antes de ir al mercado.«
Pero la puerta permaneció cerrada. El leñador estaba tan cansado que se acostó en el suelo y pronto se quedó dormido al lado del atado de leña.
La niña, que había olvidado la conversación de la noche anterior, estaba profundamente dormida. Cuando el leñador se levantó, unas horas después, el sol ya estaba alto. Golpeó nuevamente la puerta y dijo:
»Hija, hija, ven pronto. Debo comer algo e ir al mercado pues es mucho más tarde que otros días.«
Pero como la niña había olvidado aquella conversación de la noche anterior, mientras el padre dormía, se había levantado, arreglado la casa, y había salido a dar un paseo. Dejó la cabaña cerrada, suponiendo, en su olvido, que su padre estaba todavía en el pueblo.
Así que el leñador se dijo: »Ya es demasiado tarde para ir al pueble, regresaré al las montañas y cortaré otro haz de leña, que llevaré a casa, así mañana tendré doble carga para llevar al mercado.«
Trabajó duramente ese día en las montañas, cortando leña y dando forma a la misma. Era ya de noche cuando llegó a su casa con la leña sobre los hombros. Puso el atado detrás de le casa, golpeó la puerta y dijo:
»Hija, hija, abre que estoy cansado y no he comido nada en todo el día. Tengo doble cantidad de leña que espero llevar mañana al mercado. Esta noche tengo que dormir bien para poder sentirme fuerte.«
Tampoco hubo respuesta, pues la niña, como sintió mucho sueño al regresar a su casa, se preparó la comida y se fue a la cama. Al principio estuvo preocupada por la ausencia de su padre, pero luego se tranquilizó pensando que se había quedado a pasar la noche en el pueblo.
Nuevamente el leñador, al ver que no podía entrar en su casa, cansado, hambriento y sediento, se acostó junto a la leña y de inmediato se quedó dormido. Le fue imposible permanecer despierto a pesar de la preocupación que sentía por lo que hubiera podido pasarle a su hija. Como el leñador tenía tanto frío, tanta hambre, y estaba tan cansado, despertó muy, muy temprano, a la mañana siguiente, aun antes de que hubiera luz. Se sentó y miró a su alrededor pero no pudo ver nada. Entonces ocurrió algo extraño, le pareció escuchar una voz que decía:
»Rápido, rápido, deja tu leña y ven aquí. Si lo necesitas mucho y lo deseas poco, tendrás una comida deliciosa.«
El leñador se puso de pie y caminó en dirección hacia donde venía la voz. Anduvo, anduvo y anduvo, pero no encontró nada. Entonces sintió más cansancio, frío y hambre que antes, y además se encontraba perdido. Había tenido muchas esperanzas, pero eso no parecía haberlo ayudado.
Ahora se sintió triste, con ganas de llorar, pero se dio cuenta de que llorar tampoco le ayudaría. Así que se acostó y se durmió. Muy poco después despertó nuevamente, tenía demasiado frío y hambre para poder dormir.
Fue entonces cuando se le ocurrió relatarse a sí mismo, como si fuera un cuento, todo lo que había ocurrido después de que su hija le hubiera pedido una clase diferente de comida.
Tan pronto como terminó su historia, le pareció oír otra vez, en algún lugar por encima de él, como saliendo del amanecer, que decía:
»¿Qué haces ahí?«
»Estoy contándome mi propia historia« respondió el leñador.
»¿Y cuál es esa historia?« preguntó la voz.
El leñador repitió su narración.
»Muy bien,« dijo la voz. Y a continuación le indicó que cerrara los ojos y subiera por la escalera.
»Pero yo no veo ninguna escalera,« dijo el viejo.
»No importa, haz lo que te digo,« ordenó la voz. El hombre hizo lo que se le indicaba. Tan pronto como hubo cerrado los ojos, descubrió que estaba de pie y, levantando el pie derecho, sintió algo como un escalón debajo de él. Comenzó a subir lo que parecía ser una escalera. De repente los escalones comenzaron a moverse, se movían muy deprisa, y la voz le dijo:
»No abras los ojos hasta que yo te lo indique.«
No había pasado mucho tiempo cuando le ordenó abrirlos. Al hacerlo, se encontró en un lugar que parecía un desierto, con el sol ardiente sobre su cabeza. Estaba rodeado de cantidades y cantidades de pequeñas piedras de todas clases: rojas, verdes, azules y blancas. Pero parecía estar solo; miró a su alrededor y no pudo ver a nadie.
Pero la voz comenzó a hablar de nuevo:
»Toma todas las piedras que puedas, cierra los ojos y baja los escalones.«
El leñador hizo lo que se la decía y, cuando abrió los ojos por orden de la voz, se encontró delante de la puerta de su propia casa. Llamó a la puerta y la hija le abrió. Ella le preguntó que dónde había estado y el padre le contó lo ocurrido, aunque la niña apenas entendió lo que él decía porque todo le sonaba muy confuso.
Entraron en la casa, y la niña y su padre compartieron lo último que les quedaba para comer: un puñado de dátiles secos. Cuando terminaron, el leñador creyó oír nuevamente la voz, una voz como la otra que le había dicho que subiera los escalones. La voz dijo:
»A pesar de que quizá tú aún no lo sabes, has sido salvado por Mushkil Gusha. Recuerda: Mushkil Gusha siempre está aquí. Asegúrate de que todos los jueves por la noche comerás unos dátiles, darás otros a alguna persona necesitada y contarás la historia de Mushkil Gusha. De lo contrario, harás un regalo en su nombre a alguien que ayude a los necesitados. Asegúrate de que la historia de Mushkil Gusha nunca, nunca sea olvidada. Si tú haces esto y otro tanto hacen las personas a quienes tú cuentes esta historia, los que tengan verdadera necesidad siempre encontrarán su camino.
El leñador puso todas las piedras que había traído del desierto en un rincón de su casita. Parecían simples piedras y no supo qué hacer con ellas. Al día siguiente llevó sus dos enormes atados de leña al mercado y los vendió muy fácilmente, a muy buen precio. Al regresar a su casa, llevó a su hija toda clase de ricos manjares, que ella hasta entonces jamás había probado.
Cuando terminaron de comer, el viejo leñador dijo:
»Ahora te voy a contar toda la historia de Mushkil Gusha. Muskhil Gusha significa el disipador de todas las dificultades. Nuestras dificultades han desaparecido gracias a Mushkil Gusha, y debemos siempre recordarlo.«
Durante una semana el hombre siguió como de costumbre. Fue a las montañas, trajo leña, comió algo, llevó la leña al mercado y la vendió. Siempre encontró un comprador sin dificultad.
Llegó el jueves siguiente y, como es común entre los hombres, el leñador olvidó contar la historia de Mushkil Gusha. Esa noche, ya tarde, se apagó el fuego en casa de los vecinos, los cuales no tenían nada con lo que volver a encenderlo; fueron a casa del leñador y le dijeron:
»Vecino, vecino, por favor, danos un poco de fuego de esas maravillosas lámparas que vemos brillar a través de tu ventana.«
»¿Qué lámparas?« preguntó el leñador.
»Ven fuera y verás,« le respondieron. El leñador salió y vio claramente toda clase de luces que brillaban, desde dentro, a través de su ventana. Entró en casa y vio que la luz salía de montón de piedrecitas que había colocado en un rincón. Pero los rayos de luz eran fríos y resultaba imposible emplearlos para encender fuego, así que salió y les dijo:
»Vecinos, lo lamento, no tengo fuego,« y les dio con la puerta en las narices. Los vecinos se sintieron molestos y sorprendidos, y volvieron a su casa refunfuñando. Pero ellos aquí abandonan nuestra historia.
El leñador y su hija, rápidamente, taparon las brillantes luces con cuanto trapo encontraron, por miedo de que alguien viera el tesoro que tenían. A la mañana siguiente, al destapar las piedras, descubrieron que eran luminosas piedras preciosas. Una por una, las fueron llevando a las ciudades de los alrededores, donde las vendieron a un enorme precio. El leñador, entonces, decidió construir un espléndido palacio para él y su hija. Eligieron un lugar que quedaba justamente frente al castillo del rey de su país. Poco tiempo después había tomado forma un maravilloso edificio.
Ese rey tenía una hija muy bella, que al despertar una mañana vio un castillo que parecía de cuento de hadas frente al de su padre y se quedó muy sorprendida. Preguntó a su servidumbre:
»¿Quién ha construido ese castillo? ¿Con qué derecho hacen algo así tan cerca de nuestro hogar?«
Los sirvientes salieron e investigaron y, al regresar, le contaron a la princesa la historia, hasta donde pudieron saberla. Entonces la princesa, muy enojada, mandó llamar a la hija del leñador, pero cuando las dos niñas se conocieron y hablaron, pronto se hicieron buenas amigas. Se veían todos los días e iban juntas a jugar y a nadar un arroyo que habían sido hecho para la princesa por su padre.
Algunos días después del primer encuentro, la princesa se quitó un hermoso y valioso collar, y lo colgó en un árbol próximo al arroyo. Al volver olvidó llevárselo, y al llegar a casa pensó que lo había perdido. Mas la princesa, recapacitando, decidió que la hija del leñador se lo había robado. Se lo dijo a su padre, quien hizo arrestar al leñador, confiscó el castillo y le embargó todos sus bienes; el leñador fue puesto en prisión y la hija internada en un orfelinato.
Como era costumbre en ese país, después de cierto tiempo, el leñador fue sacado de su celda y llevado a la plaza pública, donde se le encadenó a un poste, con un letrero alrededor del cuello que decía:
Esto es lo que les ocurre a aquellos que roban a los reyes.
Al principio, la gente se reunía a su alrededor, burlándose de él y tirándole cosas. El leñador se sentía muy desdichado. Pero, como es común entre los hombres, pronto se acostumbraron a ver al viejo sentado junto al poste y le prestaban cada vez menos atención. A veces le tiraban restos de comida, a veces no.
Un día escuchó decir a alguien que era jueves por la tarde. Repentinamente, llegó a su mente el pensamiento de que pronto sería la noche de Mushkil Gusha, el disipador de todas las dificultades, y que había olvidado conmemorarlo desde hacía tanto tiempo. Tan pronto como este pensamiento llegó a su mente, un hombre caritativo que pasaba por allí le arrojó unas monedas. El leñador lo llamó:
»Generoso amigo, me has dado un dinero que para mí no es de ninguna utilidad, si de alguna manera tu generosidad alcanzara comprar uno o dos dátiles y venir a sentarte conmigo para comerlos, yo te quedaría eternamente agradecido. El hombre fue y compró algunos dátiles, se sentó a su lado y comieron juntos. Al terminar, el leñador le contó la historia de Mushkil Gusha.
»Creo que debes estar loco,« le dijo el hombre generoso cuando la hubo escuchado. Pero era una persona comprensiva y, a su vez, tenía bastantes dificultades. Al llegar a su casa, después de este incidente, encontró que todos sus problemas habían desaparecido. Y esto le hizo pensar más seriamente acerca de Mushkil Gusha. Pero él aquí abandona nuestra historia.
A la mañana siguiente la princesa volvió al lugar donde solía bañarse y, cuando estaba a punto de entrar en el agua, vio algo que parecía ser su collar en el fondo del arroyo. Pero en el momento en que iba a recogerlo, sintió ganas de estornudar y, al echar la cabeza hacia atrás, vio que lo que había tomado por su collar era sólo su reflejo en el agua, porque el verdadero collar estaba colgado en la rama del árbol, en el mismo lugar en que lo había dejado hacía mucho tiempo.
Tomándolo, corrió emocionada y le contó lo ocurrido al rey. Éste ordenó que el leñador fuera puesto en libertad y que se le dieran públicas disculpas. La niña fue sacada del orfelinato y todos fueron felices para siempre.

sábado, 11 de julio de 2009

Aún queda gente en la isla...

Los isleños
Casi no existen fábulas que no contengan un algo de verdad. Y con frecuencia permiten a las personas asimilar ideas que sus patrones habituales de pensamiento les impedirían digerir. En consecuencia las fábulas se han venido utilizando, y de manera especial por los sufis, para presentarnos una imagen de la vida más en armonía con sus propias percepciones que si se utilizasen ejercicios intelectuales.
Presento aquí una fábula sufi que trata de la situación humana, aunque resumiéndola y adaptándola, como siempre debe hacerse, adecuada para la época en la que se presenta. Los autores sufis consideran que las simples fábulas «para divertirse» son una forma de arte degenerada e inferior.
Hace mucho tiempo existió cierta tierra lejana, habitada por una comunidad perfecta. Sus componentes no sentían temores como los que nosotros padecemos. Y en vez de incertidumbres y titubeos obraban con propósitos bien definidos y tenían una manera más plena de expresarse. No sufrían las violencias y tensiones que la humanidad actual considera esenciales para su progreso, pero sus vidas eran más completas porque otros elementos de calidad superior sustituían a aquéllos. Su modo de vivir era, pues, algo distinto al nuestro. E incluso podríamos afirmar que nuestras percepciones actuales no son más que un reflejo tosco y lejano de las verdaderas percepciones que dicha comunidad poseía.
Aquellas gentes vivían existencias reales, no semi-existencias.Vamos a llamarles el pueblo de El Ar.
Tenían un guía, que descubrió que su país se haría inhabitable por un período de veinte mil años. Planeó el éxodo de su pueblo, siendo consciente de que sus descendientes podrían volver al mismo después de haber sufrido numerosas y difíciles pruebas.
Encontró para ellos un lugar de refugio, una isla con características remotamente similares a la de su patria de origen; pero a causa de la diferencia de clima y situación, los inmigrantes deberían sufrir ciertas transformaciones, que les permitieran adaptarse, física y mentalmente, a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, las percepciones de carácter sutil fueron sustituidas por otras más toscas, como cuando la mano del labriego se endurece a consecuencia de las necesidades de su tarea.
Con el fin de atenuar el dolor que pudiera producirles toda comparación entre su antiguo estado y el actual, se les hizo olvidar el pasado casi por completo, no quedando de él más que una tenue reminiscencia capaz de reactivarse cuando llegara el momento.
Dicho sistema resultaba complejo pero estaba perfectamente concebido. Los órganos que permitieron a aquellas gentes sobrevivir en la isla tuvieron también la facultad de proporcionarles el goce físico y mental. Los órganos que eran realmente constructivos en el antiguo hogar quedaron en un estado latente, unidos a la tenue memoria, listos para ser reactivados a su debido tiempo.
Los inmigrantes fueron adaptándose lenta y penosamente a sus nuevas condiciones de vida. Los recursos de la isla eran tales que, dados un esfuerzo común y ciertas formas de dirección y guía, la gente sería capaz de escapar a otra isla, en el camino de regreso a su hogar original. Ésta era la primera en una sucesión de islas donde tendría lugar una aclimatación gradual.
La responsabilidad de dicha «evolución» recayó en aquellos individuos que podían mantenerla. Estos habrían de ser naturalmente pocos, ya que a la masa del pueblo le resultaba virtualmente imposible mantener vivos en su conciencia dos conocimientos conflictivos entre sí. La «ciencia especial» fue conservada por algunos expertos.
Dicho «secreto» o método de efectuar la transición se basaba en el dominio de las artes marítimas y en su aplicación práctica. Para escapar de la isla se necesitaba un instructor, materias primas, individuos, esfuerzo y conocimiento. Con estos elementos la gente aprendería a nadar y a construir navíos.
Quienes originalmente estaban a cargo de organizar las operaciones de escape expresaron de manera muy clara que para aprender a nadar o tomar parte en la construcción de buques se necesitaba una preparación previa, y así se vino haciendo satisfactoriamente durante algún tiempo.
Pero de pronto, un hombre en quien se descubrió que de momento carecía de las cualidades necesarias, se rebeló contra todo aquello y se las arregló para desarrollar una idea clave. Él había observado que el esfuerzo de escapar suponía una pesada y a menudo indeseable carga para la gente. Al mismo tiempo, muchos estaban dispuestos a creer cuanto se les dijera respecto de la operación de escape. El se dio cuenta de que, explotando estas dos circunstancias, podía adquirir poder, y también vengarse de quienes -creía él- le habían menospreciado.
Libraría a la gente de su carga asegurándoles sencillamente que la carga no existía.Divulgó esta proclama:
«No es necesario que el hombre integre y adiestre su mente del modo que se os ha descrito. La mente humana es ya un elemento estable y consistente. Se os ha dicho que necesitáis convertiros en artesanos para construir un navío. Pues yo os aseguro que no sólo no necesitáis ser artesanos, ¡ni siquiera necesitáis un navío! Para sobrevivir y quedar integrados en una sociedad, los isleños sólo tenemos que observar algunas reglas muy simples. Practicando el sentido común, cualidad innata en todos, lograremos cuanto se quiera en esta isla, nuestro hogar, propiedad y herencia de todos nosotros!».
El charlatán, tras haber despertado el interés del pueblo, concluyó «demostrando» su mensaje:
«Si el nadar y los barcos son una realidad, mostradnos buques que hayan efectuado la travesía y nadadores que hayan regresado».
Aquellas palabras eran un desafío para los instructores, que éstos no podían contrarrestar al estar basado en un supuesto cuya falacia ahora no podía ver la embotada muchedumbre. Porque, en efecto, los barcos no regresaban de la otra tierra y, en cuanto a los nadadores, cuando volvían habían sufrido una transformación que los hacía invisibles para el resto.
La muchedumbre insistió en que se les diera una explicación válida.
En un intento por dialogar con los revoltosos se les dijo:
«Construir buques es un arte y un oficio. El aprendizaje y el ejercicio de esta ciencia depende de técnicas especiales. Este conjunto forma una actividad completa que no podemos desmenuzar como solicitáis. En ella figura cierto elemento impalpable llamado baraka, del que se deriva la palabra "barca" o navío. Significa "sutileza" y no se os puede mostrar».
«¡Arte, oficio, conjunto, baraka... tontadas!», gritaron los sublevados.
Así que ahorcaron a cuantos artesanos constructores de barcos pudieron encontrar.
El nuevo evangelio fue recibido por todos como un signo de liberación. ¡El hombre acababa de descubrir su propia madurez! Sentían, al menos momentáneamente, que habían sido liberados de responsabilidad.
Muchos otros modos de pensar pronto fueron barridos por la simplicidad y comodidad del concepto revolucionario. Pronto se consideró un factor básico que nunca había sido desafiado por ningún ser racional. Racional, por supuesto, quería decir cualquiera que armonizase con la propia teoría general sobre la cual descansaba ahora la sociedad.
Se tacharon de irracionales las ideas opuestas a la nueva ideología. Cualquier cosa irracional era mala. A partir de ahí, el individuo tenía que suprimir cualquier duda o dirigirla en otra dirección, ya que precisaba mostrarse racional a toda costa.
No era muy difícil ser racional, bastaba con adherirse a los valores establecidos. Por otra parte abundaban las pruebas de la veracidad de dicho raciocinio, siempre y cuando no se proyectara sobre algo situado fuera de la vida en la isla.
La sociedad se había equilibrado temporalmente dentro de la isla, y parecía proporcionar una convincente plenitud, al menos desde su propio punto de vista. Estaba basada sobre la razón más la emoción, ambas aparentemente plausibles. Se permitían, por ejemplo, el canibalismo sobre una base racional. Considerando que el cuerpo humano es comestible y que lo comestible es alimento, el cuerpo humano es, pues, alimento. Con el fin de compensar la poca consistencia de dicho razonamiento se hacía una componenda. El canibalismo quedaría controlado en interés de la sociedad. El compromiso era la característica del equilibrio temporal. De vez en cuando alguien señalaba un nuevo compromiso, y la lucha entre razón, ambición y comunidad producía algunas normas sociales nuevas.
Ya que el arte de construir barcos no tenía una aplicación clara dentro de esta sociedad, el esfuerzo fácilmente podía considerarse absurdo. No se necesitaban barcos ya que no existía lugar adonde dirigirse. Las consecuencias de ciertas suposiciones pueden presentarse de modo que «demuestren» esas suposiciones. A esto se le denomina pseudocertidumbre, sustitutivo de la verdadera certeza. Es lo que realizamos a diario cuando asumimos que viviremos otro día. Pero nuestros isleños lo aplicaban a todo.
Dos artículos en la gran Enciclopedia Universal de la Isla, nos muestra como funcionaba el proceso. Destilando su sabiduría de la única fuente de nutrición mental de la que disponían, los sabios de la isla produjeron -sin duda sinceramente- esta clase de verdades:
Se ha demostrado científicamente que esto es un absurdo, no se conocen materiales impermeables al agua en la Isla con los cuales se pueda construir tal "barco", dejando a un lado la cuestión de si hay un destino más allá de la Isla. Predicar la "construcción de 'barcos" es un delito grave según la Ley xvii del Código Penal, subsección J, Protección de los Crédulos. La OBSESION CON LA CONSTRUCCION DE BARCOS es una forma aguda de escapismo mental, síntoma de inadaptabilidad. Todos los ciudadanos tienen la obligación constitucional de denunciar a las autoridades sanitarias si sospechan de la existencia de tan trágica condición en cualquier individuo.
Véase: Natación; Aberraciones mentales; Delitos (serios).
Bibliografía: Smith, J.; Por qué no se pueden construir "barcos". Universidad Insular, Monografía n.' 1 1 5 1.
NATACION: Desagradable. Supuesto método para impulsar el cuerpo a través del agua sin ahogarse, generalmente con el propósito de "alcanzar un lugar fuera de la Isla". El "aprendiz" de esta desagradable actividad tenía que someterse a un ritual grotesco. En la primera lección se postraba en el suelo, moviendo brazos y piernas según le ordenaba un "instructor". La totalidad del concepto se basa en el deseo de los así llamados "instructores" de dominar a los crédulos en tiempos de barbarie. Más recientemente el culto ha tomado la forma de manía epidémica.
Véase: Barco; Herejías; Pseudoartes.
Bibliografía: Brown, W. La Gran Locura de la "Natación ", 7 vols. Instituto de Lucidez Social.
Las palabras «deplorable» y «desagradable» se usaban en la isla para indicar todo aquello que fuera contrario al nuevo evangelio, conocido bajo el nombre de «Complacer». La idea implícita era que la gente se sentiría complacida, dentro de la necesidad general de complacer al Estado. El Estado representaba a todo el pueblo.
No es sorprendente, pues, que desde tiempos muy remotos la sola idea de abandonar la isla llenara de terror a la mayoría de la gente. De modo similar, los prisioneros que han pasado largos años en cautividad sienten auténtico temor cuando van a ser liberados; para ellos el «exterior» es un mundo incierto, desconocido y peligroso.
La isla no era una cárcel, pero era una jaula con barrotes invisibles más efectivos que los verdaderos.
La sociedad insular se volvió cada vez más compleja. Observaremos sólo algunas de sus características más destacadas. Su literatura era rica, y además de obras culturales había numerosos libros que explicaban las cualidades y logros de la nación. Existía también un sistema de ficción alegórico, que describía lo terrible que hubiera sido la vida, si la sociedad no se hubiera organizado de aquella forma existente y tranquilizadora.
De vez en cuando los instructores trataban de ayudar al conjunto de la comunidad para que escapara. Los capitanes se sacrificaban con el fin de restablecer un clima en el que los constructores de barcos, ahora en la clandestinidad, pudieran continuar su labor. Historiadores y sociólogos interpretaban tales esfuerzos con referencia a las condiciones en la isla, sin considerar contacto alguno con el exterior de esta sociedad cerrada. Era fácil ofrecer explicaciones verosímiles de casi todo, sin que ello implicara ningún principio de ética, ya que los eruditos continuaban estudiando con auténtica dedicación lo que parecía ser la verdad.
«¿Qué más podemos hacer?», se preguntaban, implicando con la palabra «más» que la alternativa podría ser un esfuerzo cuantitativo. O se preguntaban unos a otros «¿Qué otra cosa podemos hacer?», asumiendo que la respuesta se encontraba en «otra» cosa, algo diferente. El verdadero problema era que ellos se creían capaces de formular las preguntas, pero ignoraban que las preguntas son tan importantes como las respuestas.
Por supuesto los isleños disponían de un amplio campo para el pensamiento y la acción dentro de su pequeño dominio. La diversidad de ideas y las diferencias de opinión les daban la impresión de libertad de pensamiento. Se estimulaba el pensamiento, siempre que éste no fuese «absurdo».
Se permitía la libertad de palabra, pero resultaba de poca utilidad, al no ir acompañada del desarrollo de la comprensión, que no se cultivaba.
La labor y los esfuerzos específicos de los navegantes tuvieron que tomar aspectos diferentes, según los cambios que sufría la comunidad. Esto hizo que su realidad y existencia fuese aún más desconcertante para los estudiantes que intentaban seguirles desde el punto de vista isleño.
Entre toda esta confusión, incluso la capacidad para recordar la posibilidad de escape se convertía a veces en un obstáculo. La incipiente conciencia de la potencialidad de escape no estaba muy equilibrada. Muy a menudo los que estaban ansiosos por escapar terminaban por contentarse con algún tipo de sucedáneo. Un vago concepto de navegación no puede volverse útil sin orientación. Pero incluso quienes con más afán anhelaban construir barcos habían sido adiestrados de modo que ya creían poseer tal orientación, que ya eran maduros. Detestaban a cualquiera que indicase que necesitaban una preparación.
A menudo, versiones extravagantes acerca de nadar o construir barcos perturbaban las posibilidades de verdadero progreso. Gran parte de la culpa la tenían los abogados de la pseudonatación o de los barcos alegóricos, meros charlatanes que ofrecían lecciones a quienes eran aún demasiado débiles para nadar, o pasajes en barcos que no podían construir.
Las necesidades de la sociedad habían hecho necesarias, en un principio, ciertas formas de trabajo y pensamiento que evolucionaron hacia lo que fue conocido como ciencia. Pero este admirable enfoque, esencial en los campos en que podía aplicarse, acabó por desbordar su verdadero significado. El enfoque llamado «científico», que siguió a la revolución de «Complacer» se fue ampliando hasta abarcar toda clase de ideas. Finalmente, todo lo que no quedó comprendido entre sus límites se consideró «anticientífico», sinónimo muy conveniente para describir lo «malo». Sin que nadie se diese cuenta, las palabras cayeron prisioneras y luego se esclavizaron automáticamente.
Al no adoptar una actitud adecuada, como personas que han sido abandonadas en una sala de espera y se dedican a leer revistas enfebrecidamente, los isleños se dedicaron a encontrar sustitutos a su plena realización, que era el propósito original (y decisivo) del exilio de aquella comunidad.
Algunos consiguieron dirigir su atención, con mayor o menor éxito, hacia compromisos emocionales. Había diferente gama de emociones, aunque no existía una escala adecuada para medirlas. A todas las emociones se las consideraba «hondas» o «profundas», en cualquier caso más profundas que la ausencia de emoción. Cualquier emoción que lograra conducir a la gente hasta límites extremos, físicos y mentales, se calificaba automáticamente de «profunda».
La mayoría de las personas se fijaron objetivos, o permitieron que otros los fijasen para ellos. Lo mismo practicaban un culto tras otro, como perseguían el dinero, o intentaban alcanzar la preeminencia social. Algunos adoraban ciertas cosas y se creían superiores el resto. Otros, al repudiar lo que consideraban idolatría, se creyeron libres de ídolos y en situación de burlarse del resto.
Con el paso de los siglos, la isla quedó sembrada con los escombros de aquellos cultos. Estos escombros, a diferencia de los meramente físicos, tenían la propiedad de autoperpetuarse. Gente bien intencionada y otros combinaron los cultos, difundiéndolos como nuevos. Tanto para el aficionado corno para el intelectual, esto constituyó una mina de material académico o «iniciático», que aportaba un agradable sensación de variedad.
Proliferaron las instalaciones para gozar de «satisfacciones» limitadas. Palacios y monumentos, museos y universidades, instituciones pedagógicas, teatros y complejos deportivos llenaban la isla casi por entero. La gente se enorgullecía de la profusión de medios, muchos de los cuales creían relacionados de un modo general con la verdad absoluta, aunque no alcanzaban a definir la naturaleza de tal relación.
La construcción de barcos se vinculaba con algunas dimensiones de esta actividad, pero de un modo desconocido por la mayoría.
Clandestinamente los barcos izaban sus velas y había nadadores que continuaban enseñando natación...
Las condiciones reinantes en la isla no desalentaban totalmente a estas abnegadas gentes. Después de todo, ellos también eran originarios de la misma comunidad y estaban unidos por lazos indisolubles con ella y con su destino.
Pero a menudo tenían que tomar precauciones respecto de las atenciones de sus ciudadanos. Algunos isleños «normales» querían salvarles de sí mismos. Por una razón igualmente sublime, otros trataron de matarlos. Algunos incluso buscaron su ayuda afanosamente, pero no pudieron encontrarles.
Todas estas reacciones frente a la existencia de los nadadores eran resultado de idéntica causa, aunque filtrada a través de diferentes clases de mente. La causa era que apenas nadie sabía ahora qué era realmente un nadador, qué estaba haciendo o dónde se le podía encontrar.
Conforme la vida en la isla se hizo cada vez más compleja, una extraña pero lógica industria empezó a florecer. Su objetivo consistía en atribuir dudas respecto de la validez del sistema imperante. Tuvo éxito en absorber dudas referentes a los valores sociales, riéndose de ellos o satirizándolos. Tal actividad podía adoptar una imagen tanto triste como alegre, pero se convirtió en un ritual repetitivo. Aunque era una actividad potencialmente valiosa, a menudo se le privó de ejercer su verdadera función creativa.
La gente consideraba que, después de haber dado expresión temporal a sus incertidumbres, podía hasta cierto punto atemperarlas, conjurarlas e incluso propiciarlas. La sátira se confundió con alegoría significativa y ésta, aunque fue aceptada, no fue digerida. Obras teatrales, libros, películas, poemas, libelos, constituyeron los medios habituales para este desarrollo, aunque una importante parte de la misma actuaba en sectores más académicos. Para muchos isleños, seguir este culto con preferencia a otros más viejos significaba mayor emancipación, modernidad y progreso.
De vez en cuando aún se presentaba un candidato a un instructor de natación para hacerle un trato. Por lo general se entablaba lo que parecía ser una conversación estereotipado:
-Quiero aprender a nadar.
-¿Quiere hacer un trato respecto de ello?
-No. Lo único que quiero es poder llevarme mi tonelada de coles.
-¿Qué coles?
-El alimento que necesitaré en la otra isla.
-Allí hay mejor comida.
-No entiendo lo que me dice. No puedo estar seguro. Debo llevar mis coles.
-¿Se ha dado cuenta de que no puede nadar con una tonelada de coles?
-Entonces no puedo ir. Usted lo llama una carga. Yo lo llamo mi alimento esencial.
-Supongamos, como alegoría, que no hablamos de «coles», sino de «suposiciones», o «ideas destructivas».
-Llevaré mis coles a algún instructor que comprenda mis necesidades.
La fábula no ha terminado porque aún queda gente en la isla.
Los isleños*
Casi no existen fábulas que no contengan un algo de verdad. Y con frecuencia permiten a las personas asimilar ideas que sus patrones habituales de pensamiento les impedirían digerir. En consecuencia las fábulas se han venido utilizando, y de manera especial por los sufis, para presentarnos una imagen de la vida más en armonía con sus propias percepciones que si se utilizasen ejercicios intelectuales.
Presento aquí una fábula sufi que trata de la situación humana, aunque resumiéndola y adaptándola, como siempre debe hacerse, adecuada para la época en la que se presenta. Los autores sufis consideran que las simples fábulas «para divertirse» son una forma de arte degenerada e inferior.
Hace mucho tiempo existió cierta tierra lejana, habitada por una comunidad perfecta. Sus componentes no sentían temores como los que nosotros padecemos. Y en vez de incertidumbres y titubeos obraban con propósitos bien definidos y tenían una manera más plena de expresarse. No sufrían las violencias y tensiones que la humanidad actual considera esenciales para su progreso, pero sus vidas eran más completas porque otros elementos de calidad superior sustituían a aquéllos. Su modo de vivir era, pues, algo distinto al nuestro. E incluso podríamos afirmar que nuestras percepciones actuales no son más que un reflejo tosco y lejano de las verdaderas percepciones que dicha comunidad poseía.
Aquellas gentes vivían existencias reales, no semi-existencias.Vamos a llamarles el pueblo de El Ar.
Tenían un guía, que descubrió que su país se haría inhabitable por un período de veinte mil años. Planeó el éxodo de su pueblo, siendo consciente de que sus descendientes podrían volver al mismo después de haber sufrido numerosas y difíciles pruebas.
Encontró para ellos un lugar de refugio, una isla con características remotamente similares a la de su patria de origen; pero a causa de la diferencia de clima y situación, los inmigrantes deberían sufrir ciertas transformaciones, que les permitieran adaptarse, física y mentalmente, a las nuevas circunstancias. Por ejemplo, las percepciones de carácter sutil fueron sustituidas por otras más toscas, como cuando la mano del labriego se endurece a consecuencia de las necesidades de su tarea.
Con el fin de atenuar el dolor que pudiera producirles toda comparación entre su antiguo estado y el actual, se les hizo olvidar el pasado casi por completo, no quedando de él más que una tenue reminiscencia capaz de reactivarse cuando llegara el momento.
Dicho sistema resultaba complejo pero estaba perfectamente concebido. Los órganos que permitieron a aquellas gentes sobrevivir en la isla tuvieron también la facultad de proporcionarles el goce físico y mental. Los órganos que eran realmente constructivos en el antiguo hogar quedaron en un estado latente, unidos a la tenue memoria, listos para ser reactivados a su debido tiempo.
Los inmigrantes fueron adaptándose lenta y penosamente a sus nuevas condiciones de vida. Los recursos de la isla eran tales que, dados un esfuerzo común y ciertas formas de dirección y guía, la gente sería capaz de escapar a otra isla, en el camino de regreso a su hogar original. Ésta era la primera en una sucesión de islas donde tendría lugar una aclimatación gradual.
La responsabilidad de dicha «evolución» recayó en aquellos individuos que podían mantenerla. Estos habrían de ser naturalmente pocos, ya que a la masa del pueblo le resultaba virtualmente imposible mantener vivos en su conciencia dos conocimientos conflictivos entre sí. La «ciencia especial» fue conservada por algunos expertos.
Dicho «secreto» o método de efectuar la transición se basaba en el dominio de las artes marítimas y en su aplicación práctica. Para escapar de la isla se necesitaba un instructor, materias primas, individuos, esfuerzo y conocimiento. Con estos elementos la gente aprendería a nadar y a construir navíos.
Quienes originalmente estaban a cargo de organizar las operaciones de escape expresaron de manera muy clara que para aprender a nadar o tomar parte en la construcción de buques se necesitaba una preparación previa, y así se vino haciendo satisfactoriamente durante algún tiempo.
Pero de pronto, un hombre en quien se descubrió que de momento carecía de las cualidades necesarias, se rebeló contra todo aquello y se las arregló para desarrollar una idea clave. Él había observado que el esfuerzo de escapar suponía una pesada y a menudo indeseable carga para la gente. Al mismo tiempo, muchos estaban dispuestos a creer cuanto se les dijera respecto de la operación de escape. El se dio cuenta de que, explotando estas dos circunstancias, podía adquirir poder, y también vengarse de quienes -creía él- le habían menospreciado.
Libraría a la gente de su carga asegurándoles sencillamente que la carga no existía.Divulgó esta proclama:
«No es necesario que el hombre integre y adiestre su mente del modo que se os ha descrito. La mente humana es ya un elemento estable y consistente. Se os ha dicho que necesitáis convertiros en artesanos para construir un navío. Pues yo os aseguro que no sólo no necesitáis ser artesanos, ¡ni siquiera necesitáis un navío! Para sobrevivir y quedar integrados en una sociedad, los isleños sólo tenemos que observar algunas reglas muy simples. Practicando el sentido común, cualidad innata en todos, lograremos cuanto se quiera en esta isla, nuestro hogar, propiedad y herencia de todos nosotros!».
El charlatán, tras haber despertado el interés del pueblo, concluyó «demostrando» su mensaje:
«Si el nadar y los barcos son una realidad, mostradnos buques que hayan efectuado la travesía y nadadores que hayan regresado».
Aquellas palabras eran un desafío para los instructores, que éstos no podían contrarrestar al estar basado en un supuesto cuya falacia ahora no podía ver la embotada muchedumbre. Porque, en efecto, los barcos no regresaban de la otra tierra y, en cuanto a los nadadores, cuando volvían habían sufrido una transformación que los hacía invisibles para el resto.
La muchedumbre insistió en que se les diera una explicación válida.
En un intento por dialogar con los revoltosos se les dijo:
«Construir buques es un arte y un oficio. El aprendizaje y el ejercicio de esta ciencia depende de técnicas especiales. Este conjunto forma una actividad completa que no podemos desmenuzar como solicitáis. En ella figura cierto elemento impalpable llamado baraka, del que se deriva la palabra "barca" o navío. Significa "sutileza" y no se os puede mostrar».
«¡Arte, oficio, conjunto, baraka... tontadas!», gritaron los sublevados.
Así que ahorcaron a cuantos artesanos constructores de barcos pudieron encontrar.
El nuevo evangelio fue recibido por todos como un signo de liberación. ¡El hombre acababa de descubrir su propia madurez! Sentían, al menos momentáneamente, que habían sido liberados de responsabilidad.
Muchos otros modos de pensar pronto fueron barridos por la simplicidad y comodidad del concepto revolucionario. Pronto se consideró un factor básico que nunca había sido desafiado por ningún ser racional. Racional, por supuesto, quería decir cualquiera que armonizase con la propia teoría general sobre la cual descansaba ahora la sociedad.
Se tacharon de irracionales las ideas opuestas a la nueva ideología. Cualquier cosa irracional era mala. A partir de ahí, el individuo tenía que suprimir cualquier duda o dirigirla en otra dirección, ya que precisaba mostrarse racional a toda costa.
No era muy difícil ser racional, bastaba con adherirse a los valores establecidos. Por otra parte abundaban las pruebas de la veracidad de dicho raciocinio, siempre y cuando no se proyectara sobre algo situado fuera de la vida en la isla.
La sociedad se había equilibrado temporalmente dentro de la isla, y parecía proporcionar una convincente plenitud, al menos desde su propio punto de vista. Estaba basada sobre la razón más la emoción, ambas aparentemente plausibles. Se permitían, por ejemplo, el canibalismo sobre una base racional. Considerando que el cuerpo humano es comestible y que lo comestible es alimento, el cuerpo humano es, pues, alimento. Con el fin de compensar la poca consistencia de dicho razonamiento se hacía una componenda. El canibalismo quedaría controlado en interés de la sociedad. El compromiso era la característica del equilibrio temporal. De vez en cuando alguien señalaba un nuevo compromiso, y la lucha entre razón, ambición y comunidad producía algunas normas sociales nuevas.
Ya que el arte de construir barcos no tenía una aplicación clara dentro de esta sociedad, el esfuerzo fácilmente podía considerarse absurdo. No se necesitaban barcos ya que no existía lugar adonde dirigirse. Las consecuencias de ciertas suposiciones pueden presentarse de modo que «demuestren» esas suposiciones. A esto se le denomina pseudocertidumbre, sustitutivo de la verdadera certeza. Es lo que realizamos a diario cuando asumimos que viviremos otro día. Pero nuestros isleños lo aplicaban a todo.
Dos artículos en la gran Enciclopedia Universal de la Isla, nos muestra como funcionaba el proceso. Destilando su sabiduría de la única fuente de nutrición mental de la que disponían, los sabios de la isla produjeron -sin duda sinceramente- esta clase de verdades:
Se ha demostrado científicamente que esto es un absurdo, no se conocen materiales impermeables al agua en la Isla con los cuales se pueda construir tal "barco", dejando a un lado la cuestión de si hay un destino más allá de la Isla. Predicar la "construcción de 'barcos" es un delito grave según la Ley xvii del Código Penal, subsección J, Protección de los Crédulos. La OBSESION CON LA CONSTRUCCION DE BARCOS es una forma aguda de escapismo mental, síntoma de inadaptabilidad. Todos los ciudadanos tienen la obligación constitucional de denunciar a las autoridades sanitarias si sospechan de la existencia de tan trágica condición en cualquier individuo.
Véase: Natación; Aberraciones mentales; Delitos (serios).
Bibliografía: Smith, J.; Por qué no se pueden construir "barcos". Universidad Insular, Monografía n.' 1 1 5 1.
NATACION: Desagradable. Supuesto método para impulsar el cuerpo a través del agua sin ahogarse, generalmente con el propósito de "alcanzar un lugar fuera de la Isla". El "aprendiz" de esta desagradable actividad tenía que someterse a un ritual grotesco. En la primera lección se postraba en el suelo, moviendo brazos y piernas según le ordenaba un "instructor". La totalidad del concepto se basa en el deseo de los así llamados "instructores" de dominar a los crédulos en tiempos de barbarie. Más recientemente el culto ha tomado la forma de manía epidémica.
Véase: Barco; Herejías; Pseudoartes.
Bibliografía: Brown, W. La Gran Locura de la "Natación ", 7 vols. Instituto de Lucidez Social.
Las palabras «deplorable» y «desagradable» se usaban en la isla para indicar todo aquello que fuera contrario al nuevo evangelio, conocido bajo el nombre de «Complacer». La idea implícita era que la gente se sentiría complacida, dentro de la necesidad general de complacer al Estado. El Estado representaba a todo el pueblo.
No es sorprendente, pues, que desde tiempos muy remotos la sola idea de abandonar la isla llenara de terror a la mayoría de la gente. De modo similar, los prisioneros que han pasado largos años en cautividad sienten auténtico temor cuando van a ser liberados; para ellos el «exterior» es un mundo incierto, desconocido y peligroso.
La isla no era una cárcel, pero era una jaula con barrotes invisibles más efectivos que los verdaderos.
La sociedad insular se volvió cada vez más compleja. Observaremos sólo algunas de sus características más destacadas. Su literatura era rica, y además de obras culturales había numerosos libros que explicaban las cualidades y logros de la nación. Existía también un sistema de ficción alegórico, que describía lo terrible que hubiera sido la vida, si la sociedad no se hubiera organizado de aquella forma existente y tranquilizadora.
De vez en cuando los instructores trataban de ayudar al conjunto de la comunidad para que escapara. Los capitanes se sacrificaban con el fin de restablecer un clima en el que los constructores de barcos, ahora en la clandestinidad, pudieran continuar su labor. Historiadores y sociólogos interpretaban tales esfuerzos con referencia a las condiciones en la isla, sin considerar contacto alguno con el exterior de esta sociedad cerrada. Era fácil ofrecer explicaciones verosímiles de casi todo, sin que ello implicara ningún principio de ética, ya que los eruditos continuaban estudiando con auténtica dedicación lo que parecía ser la verdad.
«¿Qué más podemos hacer?», se preguntaban, implicando con la palabra «más» que la alternativa podría ser un esfuerzo cuantitativo. O se preguntaban unos a otros «¿Qué otra cosa podemos hacer?», asumiendo que la respuesta se encontraba en «otra» cosa, algo diferente. El verdadero problema era que ellos se creían capaces de formular las preguntas, pero ignoraban que las preguntas son tan importantes como las respuestas.
Por supuesto los isleños disponían de un amplio campo para el pensamiento y la acción dentro de su pequeño dominio. La diversidad de ideas y las diferencias de opinión les daban la impresión de libertad de pensamiento. Se estimulaba el pensamiento, siempre que éste no fuese «absurdo».
Se permitía la libertad de palabra, pero resultaba de poca utilidad, al no ir acompañada del desarrollo de la comprensión, que no se cultivaba.
La labor y los esfuerzos específicos de los navegantes tuvieron que tomar aspectos diferentes, según los cambios que sufría la comunidad. Esto hizo que su realidad y existencia fuese aún más desconcertante para los estudiantes que intentaban seguirles desde el punto de vista isleño.
Entre toda esta confusión, incluso la capacidad para recordar la posibilidad de escape se convertía a veces en un obstáculo. La incipiente conciencia de la potencialidad de escape no estaba muy equilibrada. Muy a menudo los que estaban ansiosos por escapar terminaban por contentarse con algún tipo de sucedáneo. Un vago concepto de navegación no puede volverse útil sin orientación. Pero incluso quienes con más afán anhelaban construir barcos habían sido adiestrados de modo que ya creían poseer tal orientación, que ya eran maduros. Detestaban a cualquiera que indicase que necesitaban una preparación.
A menudo, versiones extravagantes acerca de nadar o construir barcos perturbaban las posibilidades de verdadero progreso. Gran parte de la culpa la tenían los abogados de la pseudonatación o de los barcos alegóricos, meros charlatanes que ofrecían lecciones a quienes eran aún demasiado débiles para nadar, o pasajes en barcos que no podían construir.
Las necesidades de la sociedad habían hecho necesarias, en un principio, ciertas formas de trabajo y pensamiento que evolucionaron hacia lo que fue conocido como ciencia. Pero este admirable enfoque, esencial en los campos en que podía aplicarse, acabó por desbordar su verdadero significado. El enfoque llamado «científico», que siguió a la revolución de «Complacer» se fue ampliando hasta abarcar toda clase de ideas. Finalmente, todo lo que no quedó comprendido entre sus límites se consideró «anticientífico», sinónimo muy conveniente para describir lo «malo». Sin que nadie se diese cuenta, las palabras cayeron prisioneras y luego se esclavizaron automáticamente.
Al no adoptar una actitud adecuada, como personas que han sido abandonadas en una sala de espera y se dedican a leer revistas enfebrecidamente, los isleños se dedicaron a encontrar sustitutos a su plena realización, que era el propósito original (y decisivo) del exilio de aquella comunidad.
Algunos consiguieron dirigir su atención, con mayor o menor éxito, hacia compromisos emocionales. Había diferente gama de emociones, aunque no existía una escala adecuada para medirlas. A todas las emociones se las consideraba «hondas» o «profundas», en cualquier caso más profundas que la ausencia de emoción. Cualquier emoción que lograra conducir a la gente hasta límites extremos, físicos y mentales, se calificaba automáticamente de «profunda».
La mayoría de las personas se fijaron objetivos, o permitieron que otros los fijasen para ellos. Lo mismo practicaban un culto tras otro, como perseguían el dinero, o intentaban alcanzar la preeminencia social. Algunos adoraban ciertas cosas y se creían superiores el resto. Otros, al repudiar lo que consideraban idolatría, se creyeron libres de ídolos y en situación de burlarse del resto.
Con el paso de los siglos, la isla quedó sembrada con los escombros de aquellos cultos. Estos escombros, a diferencia de los meramente físicos, tenían la propiedad de autoperpetuarse. Gente bien intencionada y otros combinaron los cultos, difundiéndolos como nuevos. Tanto para el aficionado corno para el intelectual, esto constituyó una mina de material académico o «iniciático», que aportaba un agradable sensación de variedad.
Proliferaron las instalaciones para gozar de «satisfacciones» limitadas. Palacios y monumentos, museos y universidades, instituciones pedagógicas, teatros y complejos deportivos llenaban la isla casi por entero. La gente se enorgullecía de la profusión de medios, muchos de los cuales creían relacionados de un modo general con la verdad absoluta, aunque no alcanzaban a definir la naturaleza de tal relación.
La construcción de barcos se vinculaba con algunas dimensiones de esta actividad, pero de un modo desconocido por la mayoría.
Clandestinamente los barcos izaban sus velas y había nadadores que continuaban enseñando natación...
Las condiciones reinantes en la isla no desalentaban totalmente a estas abnegadas gentes. Después de todo, ellos también eran originarios de la misma comunidad y estaban unidos por lazos indisolubles con ella y con su destino.
Pero a menudo tenían que tomar precauciones respecto de las atenciones de sus ciudadanos. Algunos isleños «normales» querían salvarles de sí mismos. Por una razón igualmente sublime, otros trataron de matarlos. Algunos incluso buscaron su ayuda afanosamente, pero no pudieron encontrarles.
Todas estas reacciones frente a la existencia de los nadadores eran resultado de idéntica causa, aunque filtrada a través de diferentes clases de mente. La causa era que apenas nadie sabía ahora qué era realmente un nadador, qué estaba haciendo o dónde se le podía encontrar.
Conforme la vida en la isla se hizo cada vez más compleja, una extraña pero lógica industria empezó a florecer. Su objetivo consistía en atribuir dudas respecto de la validez del sistema imperante. Tuvo éxito en absorber dudas referentes a los valores sociales, riéndose de ellos o satirizándolos. Tal actividad podía adoptar una imagen tanto triste como alegre, pero se convirtió en un ritual repetitivo. Aunque era una actividad potencialmente valiosa, a menudo se le privó de ejercer su verdadera función creativa.
La gente consideraba que, después de haber dado expresión temporal a sus incertidumbres, podía hasta cierto punto atemperarlas, conjurarlas e incluso propiciarlas. La sátira se confundió con alegoría significativa y ésta, aunque fue aceptada, no fue digerida. Obras teatrales, libros, películas, poemas, libelos, constituyeron los medios habituales para este desarrollo, aunque una importante parte de la misma actuaba en sectores más académicos. Para muchos isleños, seguir este culto con preferencia a otros más viejos significaba mayor emancipación, modernidad y progreso.
De vez en cuando aún se presentaba un candidato a un instructor de natación para hacerle un trato. Por lo general se entablaba lo que parecía ser una conversación estereotipado:
-Quiero aprender a nadar.
-¿Quiere hacer un trato respecto de ello?
-No. Lo único que quiero es poder llevarme mi tonelada de coles.
-¿Qué coles?
-El alimento que necesitaré en la otra isla.
-Allí hay mejor comida.
-No entiendo lo que me dice. No puedo estar seguro. Debo llevar mis coles.
-¿Se ha dado cuenta de que no puede nadar con una tonelada de coles?
-Entonces no puedo ir. Usted lo llama una carga. Yo lo llamo mi alimento esencial.
-Supongamos, como alegoría, que no hablamos de «coles», sino de «suposiciones», o «ideas destructivas».
-Llevaré mis coles a algún instructor que comprenda mis necesidades.
La fábula no ha terminado porque aún queda gente en la isla.

El hombre vulgar se arrepiente de sus pecados:el elegido lamenta la futilidad de los mismos.
(Dhu'l-Nun Misri)
El hombre vulgar se arrepiente de sus pecados:el elegido lamenta la futilidad de los mismos.
(Dhu'l-Nun Misri)