Una pareja de recién casados se acababa de mudar a un barrio muy tranquilo. Cuando, tras la primera noche en su nueva casa, se levantaron a desayunar, la mujer reparó a través de la ventana en que un vecino al que todavía no conocía estaba colgando sus sábanas en el tendedero.
–¡Qué sucias cuelga las sábanas este hombre! No debe de usar un jabón muy bueno. ¡A ver si algún día me lo encuentro por la escalera y le recomiendo uno mejor! –exclamó, mientras su marido la miraba en silencio.
Y así, cada dos o tres días la mujer repetía su discurso y sus críticas mientras aquel hombre colgaba su colada para que se secase al sol.
Unas semanas más tarde, sin embargo, se sorprendió muchísimo al ver que las sábanas del vecino pendían limpísimas del cordel.
–¡Mira! –llamó a su esposo –: ¡por fin ha aprendido a hacer la colada en condiciones! ¿Quién le habrá enseñado?
–Nadie, cariño –le respondió su marido –. Lo que ocurre es que esta mañana me he levantado antes para limpiar los cristales, que ya estaban muy sucios.
(Anónimo)
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