
Empezó a caminar hacia el pueblo, pero como no estaba muy seguro del camino que había tomado, decidió preguntar a un chico con el que se cruzó:
- Oye chico, ¿te puedo hacer una pregunta?- El joven, que parecía muy despierto, se paró y le contestó con una sonrisa:
- Claro.
- ¿Sabes cuánto tiempo tardaré en llegar al pueblo por este camino?
El chico miró al hombre y después a su caballo. Y tras pensar un momento respondió:
- Si vas lento, llegarás muy temprano. Pero si vas rápido, tardarás todo el día.
Y sin decir nada más siguió su camino.
El hombre se quedó muy extrañado con esa respuesta y no le creyó. Por eso decidió espolear a su caballo para ir más deprisa. Pero al cabo de pocos metros tuvo que parar. Con las prisas, los cocos que sobresalían le habían caído. Así que amarró al caballo y volvió a colocar los cocos en su sitio. Para recuperar el tiempo que había perdido, hizo que el caballo todavía fuese más rápido. Pero los cocos volvieron a caer, aún más deprisa que antes. Y así siguió una y otra vez todo el camino. Recogía los cocos, hacía ir más deprisa al caballo y volvían a caerse. Por eso, cuando llegó al pueblo ya era de noche.
Ya en su casa se lamentó de lo que le había costado volver y dio la razón al chico con el que se había cruzado. Si no hubiera ido con tantas prisas, los cocos no se le habrían caído y hubiera llegado mucho antes.
(Anónimo)
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