
Años atrás, antes de "la era de la comunicación", pueblos enteros se reunían al anochecer a la luz de una fogata. Contaban historias, cantaban, hacían palmas, bailaban, reían y soñaban. A veces, en algún lugar, alguien recordaba el cuento de la canción del paraíso y todos quedaban asombrados por su singular paradoja. Cada vez que se cuenta esta historia, los que la entienden experimentan un profundo cambio: la gente piensa que un suceso así es una catástrofe, ya que no pueden entender (tal es la naturaleza de su vida ordinaria) que tienen algo más que una vida, más que una esperanza, más que una oportunidad... allá arriba, en el Paraíso de la Canción de Ahangar.
Ahangar era un cantante aficionado, que en esas noches alegres y animado por el hechizo embriagador de la hoguera y la perfumada belleza de su amada Aisha, entonaba una melodía muy especial, con una extraña cadencia y una maravillosa historia de un pueblo donde la gente era inmensamente feliz. Cuando alguien le preguntaba si ese pueblo existía en realidad, Ahangar siempre respondía afirmativamente.
Cierta noche, un brabucón soldado llamado Hasan, que codiciaba a la hermosa Aisha, lo retó a demostrar la veracidad de la historia e incitó a la joven a que no confiase en él.
Ahangar, se vio de esta forma obligado a iniciar un tremendo viaje que finalmente lo llevaría hasta el soñado Valle del Paraíso.
Unos meses más tarde, cuando volvió, todos quedaron boquiabiertos al ver lo viejo que se había vuelto:
-Bueno, Maestro Ahangar, ¿conseguiste llegar al Valle del Paraíso?
-Llegué.
-¿Y cómo es?
Ahangar, buscando las palabras, miró a la gente reunida con un cansancio y una desesperación que jamás había sentido antes. Por fin dijo: -Anduve y anduve, escalé montañas, atravesé ríos y desiertos. Después de muchas dificultades, cuando creía desfallecer, llegué a un valle. Era un valle exactamente igual que éste en el que vivimos. Y luego me encontré con sus habitantes. Aquellas personas no son sólo personas como nosotros: son las mismas personas. Para cada Hasan, cada Aisha, cada Ahangar, para cada uno de los que aquí estamos, hay otro exactamente igual en aquel valle. Al principio me parecieron copias y reflejos de nosotros, pero descubrí que en realidad somos nosotros sus copias y reflejos: nosotros, los que estamos aquí, somos sus dobles.
(Anónimo)
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