Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

lunes, 19 de enero de 2009

De falsos gigantes y falsos enanos


EL FALSO GIGANTE
Había una vez un señor que vivía como lo que era: un apersona común y corriente. Un buen día, misteriosamente, la gente empezó a halagarle diciéndole lo alto que era: “¡Qué altos estás!”, “¡Cómo has crecido!”; “¡Envidio tu altura!”…
Al principio, trató de restarle importancia, pero cuando empezó a notar que tres de cada cuatro personas lo miraban desde abajo, empezó a interesarse por el fenómeno. Compró un metro y, después de varias mediciones y comprobaciones, confirmó que su estatura era la de siempre. Pero los demás seguían admirándolo: “¡Qué alto estás!”, “¡Cómo has crecido!”, “¡Envidio tu altura!”. El hombre no entendía nada: él se veía normal.
Totalmente desconcertado, decidió marcar el punto más alto de su cabeza en la pared, pero su marca siempre estaba a la misma altura. El hombre empezó a creer que se estaban burlando de él. Así que, cada vez que alguien le hablaba de su altura, cambiaba de tema, lo insultaba o se iba.
De nada sirvió. La cosa seguía: “¡Qué alto estás!”, “¡Cómo has crecido!”, “¡Envidio tu altura!”. El hombre era muy racional y pensó que aquello debía tener una explicación. Se le ocurrió que, quizá, sus ojos le engañaban. Él podía haber crecido hasta ser un gigante y, por algún conjuro o hechizo, ser el único que no lo podía ver. “¡Eso era lo que debía de estar pasando!”, pensó.
Asentado en esta idea, empezó a vivir una época gloriosa; disfrutaba de las frases y las miradas de los demás. Y un día sucedió el milagro: se puso frente al espejo y le pareció que realmente había crecido.
Se acostumbró a caminar más erguido. Usaba ropa que lo estilizaba y se compró varios zapatos con plataformas. El hombre empezó a mirar a los demás desde arriba. Pasó del placer a la vanidad, y de esta a la soberbia.
Así pasó el tiempo, hasta que un día se cruzó con un enano. El señor vanidoso se apresuró a ponerse a su lado, imaginando anticipadamente sus comentarios. Se sentía más alto que nunca. Pero, para su sorpresa, el enano permaneció en silencio. El señor vanidoso carraspeó, pero el enano no pareció darse cuenta. Y aunque se estiró y estiró hasta casi desarticularse el cuello, el enano se mantuvo impasible. Cuando ya no pudo más, le susurró: “¿No te sorprende mi altura?”.
El enano lo miró de arriba abajo y, con escepticismo, le contestó: “Desde mi altura todos son gigantes y desde aquí, la verdad, usted no me parece más alto que los demás”.
El señor vanidoso lo miró despectivamente y, como único comentario, le gritó: “¡Enano!”.
Volvió a su casa, corrió hacia el espejo y se puso delante de él. No se vio tan alto como aquella mañana. Cogió el metro y, tembloroso, se medió, confirmando lo que ya sabía. No había crecido ni un milímetro.
Se metió en la cama y creyó que no iba a salir nunca más de su casa. Estaba muy avergonzado de su verdadera altura. Miró por la ventana y vio a la gente… ¡Todos le parecían tan altos! Asustado, volvió a ponerse frente al espejo de la sala; esta vez para comprobar si no se había achicado. No, su altura parecía la de siempre. Y entonces comprendió…
El hombre sonrió y salió a la calle. Se sentía tan aliviado que casi flotaba. Se encontró con personas que lo vieron gigante y otras que lo vieron insignificante, pero nadie consiguió inquietarle. Ahora, él sabía que era uno más. Uno más… Como todos.

De Cuentos para pensar, de Jorge Bucay

1 comentario:

Anónimo dijo...

habrá que echarle vida al asunto para no ser como todos, para crecer, habrá que echarle esperanza

un beso