Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

martes, 27 de enero de 2009

Quienes somos...?


LA MIRADA DEL OTRO

Aquel día, Sinclair se levantó como siempre a las siete de la mañana. Como todos los días, arrastró sus pantuflas hasta el baño y después de ducharse se afeitó y se perfumó. Se vistió con ropa a la moda, como era su costumbre, y bajó a la entrada a buscar su correspondencia. Allí se encontró con la primera sorpresa del día : ¡no había cartas!
Durante los últimos años, su correspondencia había ido en aumento y era un factor importante para su contacto con e mundo. Un poco malhumorado por la noticia de la ausencia de noticias, apuró su habitual desayuno de leche y cereales y salió a la calle.
Do estaba igual, como siempre. Al cruzar la plaza, casi tropezó con el profesor Exer, un viejo conocido con quien solía conversar largas horas sobre inútiles planteamientos metafísicos. Lo saludó con un gesto, pero el profesor pareció no reconocerlo. El día había empezado mal y parecía que empeoraba con las amenazas de aburrimiento que flotaban en su ánimo. Decidió volver a casa, a la lectura y la investigación, para esperar las cartas que con seguridad llegarían aumentadas para compensar las no recibidas antes.
Esa noche el hombre no durmió bien y se despertó muy temprano. Bajó, y mientras desayunaba comenzó a espiar por la ventana esperando la llegada del cartero. Por fin lo vio doblar la esquina y su corazón dio un salto. Sin embargo, e l cartero pasó frente a su casa sin detenerse. Sinclair salió y lo llamó para confirmar que no había cartas para él, pero el cartero le aseguró que no había ninguna de correos ni problemas en la distribución de cartas en la ciudad.
Algo estaba pasando y tenía que averiguar de qué se trataba. Se dirigió a casa de su amigo Mario. Apenas llegó, s e hizo anunciar por el mayordomo y esperó en la sala de estar a su amigo, no tardó en aparecer. Sinclair avanzó al encuentro del dueño de la casa con los brazos extendidos, pero este se limitó a preguntar :”Perdón, señor, ¿nos conocemos?”. El hombre creyó que era una broma y rió forzadamente presionando al otro para que le sirviera una copa. El resultado fue terrible: el dueño de la casa llamó al mayordomo y le ordenó echar a la calle al extraño, que ante tal situación empezó a gritar y a insultar, dando aún más motivos al fornido empleado para que lo empujara con violencia a la calle…
Camino de su casa, se cruzó con otros vecinos que lo ignoraron o actuaron como si fuera un extraño.
Una idea se había apoderado de su mente: había una confabulación en su contra y él había cometido una extraña falta contra aquella sociedad, dado que ahora lo rechazaba. Pero no podía recordar ningún hecho que pudiera haber sido tomado como ofensa. Durante dos días más se quedó en casa esperando correspondencia que no llegó, o anhelando la visita de alguno de sus amigos. Pero no pasó nada. La señora de la limpieza faltó sin avisar y el teléfono dejó de funcionar. Entonado por una copita de más, la quinta noche Sinclair decidió ir al bar donde siempre se reunía con sus amigos para comentar las tonterías cotidianas. Apenas entró, los vio como siempre en la mesa del rincón que solían elegir. El hombre acercó la silla y se sentó. De inmediato se hizo un lapidario silencio que denotaba lo indeseable que les parecía el recién llegado.
Sinclair no aguantó más.
- ¿Qué os pasa a todos conmigo? Si hice algo que os molestó, decídmelo y acabemos con esto, pero no me tratéis así porque me estoy volviendo loco.
Los demás se miraron unos a otros, entre divertidos y fastidiados. Uno de ellos hizo girar su dedo índice sobre su sien, diagnosticando al recién llegado. El hombre volvió a pedir una explicación, después la suplicó y, por último, cayó al suelo implorando que le explicaran por qué le estaban haciendo aquello. Solo uno de ellos quiso dirigirle la palabra.
- Señor, ninguno de nosotros le conoce, así que no nos ha hecho nada. Ni siquiera sabemos quién es usted.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y salió del local, arrastrando su humanidad hasta su casa. Ya en su cuarto, se tiró sobre la cama. Sin saber cómo ni por qué, había pasado a ser un desconocido, un ausente. En su mente aparecía un pensamiento, la pregunta que los demás le hacían y que él mismo empezaba a hacerse: ¿Quién eres?
El conocía su nombre, su domicilio, su talla de camisa, su número de documento de identidad y otros datos que lo definían para los demás, pero fuera de eso, ¿quién era verdadera, interna y profundamente? Aquellos gustos y actitudes, ¿eran suyos? ¿O eran un intento de no defraudar a quienes esperaban que él fuera quien había sido? Algo empezaba a estar claro: ser un desconocido lo liberaba de tener que ser de una manera determinada. Por primera vez en muchos días, descubrió algo que lo tranquilizó: esto lo ponía en una situación que le permitía actuar como quisiera sin buscar la aprobación del mundo.
Ahora que, por fin, sabía que estaba solo, que siempre lo había estado, que sólo se tenía a sí mismo, ahora podía reír o llorar… Pero por él, y no por los demás. Ahora , por fin, lo sabía: Su propia experiencia no dependía de los demás. Había descubierto que le había sido necesario estar solo para poder encontrarse consigo mismo… Se durmió tranquilo y profundamente y tuvo hermosos sueños. Despertó a las diez de la mañana. Sin bañarse, bajó las escaleras y encontró una enorme cantidad de cartas dirigidas a él. La señora de la limpieza estaba en la cocina y lo saludó como si nada hubiera sucedido. Y en el bar, parecía que nadie recordaba aquella extraña noche de locura.
Todo había vuelto a la normalidad… salvo él; que nunca más tendría que pedirle al exterior que lo definiera él, que nunca más sentiría miedo al rechazo. Todo era igual, salvo que aquel hombre jamás olvidaría quién era.
Extraído del cuento ¿Quién eres? De Giovanni Papini

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