Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Con los ojos acostumbrados a ver...

La utilidad de los rumiantes
Una vez, no hace tanto ni muy lejos, había un pueblito solitario y perdido entre las ciudades de los hombres. Era un pueblito chiquito y sin importancia. No tenía emisora ni diario, y por eso todo pensaban que esa gente del pueblito no tenía nada que decir. En ese pueblito de campo todos hablaban bajito porque se habían acostumbrado a escuchar. De vez en cuando, sí, cantaban, chiflaba o tarareaban; y tenían los ojos grandes, acostumbrados a mirar.
Era un pueblito con niños desnutridos, de barriguita abultada y bracitos de mamboretá.
Un grupo de científicos vino una vez a visitar el pueblito. Vinieron derrochando palabras y sonrisas, y hablaron en términos exactos e incomprensibles. Llenaron planillas con nombres y preguntas, tubitos de vidrio con muestras de sangre. Al verdad es que la gente del pueblito se sintió humillada y guardó silencio. Los científicos los conceptuaron como gente apocada y taciturna. Diagnosticaron descalcificación y avitaminosis. Mientras que los niños del pueblo hasta ahora sólo se habían dado cuenta de que tenían hambre. Los científicos elevaron un informe al ministerio. Si llegó hasta aquella orilla, no sé: porque era de papel.
Pero el Señor Dios amaba a ese pueblito. Y quiso ayudarlo. Por eso un buen día el Señor Dios mandó a ese pueblito tres cabritos y una vaca. Cuatro animalitos de ojos mansos y un balido adentro. Nada traían para el pueblito; simplemente venían a quedarse. Una había nacido en una estancia, las demás en otras partes.Al principio despertaron la curiosidad. Al pasar por las calles del pueblito la gente las miraba. Como no venían a traer ni a buscar nada, pronto fueron admitidas en la vida del pueblito. Las vieron mansas e indefensas y comenzaron a protegerlas; hasta comenzaron a hablarles porque las vieron calladas.
Para alimentarse les bastó con los yuyos y pastos que crecían en el lugar, y que ellas mismas salían a buscarse. Y la gente se alegró de verlas comer y alimentarse de lo mismo que había entre ellos. Y por eso, no sólo no las espantaron del lugar sino que hasta llegaron a construirles un corral. Un corral para sus noches; porque de día les gustaba verlas por las calles, entrar en sus patios, participar en su misma geografía familiar. Hasta se hicieron amigas de sus perros, que ya no las toreaban al verlas llegar. Y ustedes saben que en el campo, solamente a las visitas amigas los perros no les ladran.
Y fue así cómo, con el tiempo, el pueblito se dio cuenta del regalo que Dios les había hecho con ellas. En cada madrugada empezaron a contar con su vaso de leche para sus niños chicos, para sus ancianos enfermos, para sus madres que amamantaban.
Vaso de leche que no era una realidad traída de afuera. Pero que sin embargo hasta ahora nunca habían tenido. Eran sus propios pastos, su trébol familiar asumido y rumiado lento en sus horas de silencio y soledad, con sus ojazos vueltos hacia el cielo. Y los hombres del pueblito se dieron cuenta de la importancia de esos tiempos de rumia y de silencio que pasaban sus animalitos. Y como por instinto comenzaron a respetar esos momentos.
Cuando a eso de la oración, por las tardes, al caer el sol todos volvía del trabajo y las veían reunirse en su corral y quedarse quietas con los ojazos mirando el cielo, se dieron cuenta de la importancia de ese tiempo para ellos. Y respetaron su soledad y su silencio. De esa rumia del atardecer dependía que la leche fuera tan sabrosa en la madrugada. Eso no hubo necesidad de explicárselo a la gente del pueblito; se dieron cuenta solos, porque eran gente con los ojos acostumbrados a ver.
Mamerto Menapace

1 comentario:

galmar dijo...

:) abriendo los ojos...
feliz semana!