
La rutina de Faustino era todos los días la misma: se marchaba al jardín del hospital, se sentaba cerca de un árbol en el límite entre el sol y la sombra y extraía de su bolsa el retrato. Lo miraba pausadamente, con cariño, lo besaba y posteriormente lo depositaba con sumo cuidado de nuevo en la bolsa. A continuación, sacaba el manco de paraguas y lo contemplaba a la luz del sol. Le daba vueltas y lo observaba desde todas las direcciones posibles, embelesado. La rutina continuaba hasta que llegaba la hora de comer. En cierto modo, Faustino era plenamente feliz pues estaba totalmente entregado a estos dos objetos y amaba con todo su ser lo que poseía, y no necesitaba nada mas. Era una relación especial : Faustino y su manguito de paraguas, el manguito de paraguas y Faustino, y siempre la foto de la madre.
En esa época llegó al hospital un niño de 15 años, Luisito, retrasado mental. Su ingreso vino ordenado por "la superioridad", pese a que no es un hospital preparado para recibir subnormales. Su madre está gravemente enferma y ya no se puede hacer cargo de él. A Luisito se le ingresa en la unidad de profundos, probablemente la más segura para él de todo el hospital. Sin embargo, no puede dejar de llorar recordando a su madre.
Faustino, pese a sus limitaciones, es una persona que no puede soportar el sufrimiento de otro y se acerca a él, tratando de consolarle, pero Luisito sigue llorando. Tras unos momentos de vacilación, Faustino abre su bolsa del tesoro y le enseña su mango del paraguas y ambos se quedan contemplando sus destellos de ámbar a la luz del sol. Al final, Luisito intenta coger el manguito pero Faustino rápidamente lo esconde : todo tiene su límite.
Con el tiempo, llegan a convertirse en grandes amigos, quedándose todas las tardes a contemplar el manguito de paraguas a la luz del crepúsculo.
Pasado un tiempo, sin embargo, Luisito comienza a aburrirse y la relación se enfría. Parece que se han olvidado.
Entonces, un día, los parientes acuden al hospital a tropel a ver a Luisito. Su madre ha muerto. Tras la partida de su familia, Luisito se queda de nuevo sólo en el pabellón de profundos, llorando desconsoladamente. Una de las monjas trata de consolarlo.
Faustino se acerca lentamente y pregunta qué ocurre."Ha perdido a su madre", contesta la monja.
El esquizofrénico queda perplejo. Acaricia a Luisito. Luego silencio. Al fin, un arranque aparentemente trivial, de los que pasan inadvertidos en la tierra, pero que retumban en las bóvedas del cielo como el tronar de mil cañones : Faustino regala a Luisito el mango del paraguas. El niño lo acepta y sigue llorando. Entonces, Faustino, con un gesto dolorido como quien separa los bordes de una herida, abre lentamente, muy lentamente, la bolsa y le entrega el retrato de su madre".
De: Juan Antonio Vallejo Nágera
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