Un mundo de ILUSIONES

Este lugar es habitado por las niñas y los niños perdidos liderados por el héroe o quizás heroína, Peter Pan. La población de dicho país agrupa también a temibles piratas como el Capitán Garfio y salvajes indios. Otros tipos de seres como el hada, Campanilla y el Cocodrilo que se llevó la mano del Capitán Garfio habitan este lugar donde el tiempo no avanza y las aventuras predominan por cualquier rincón. De acuerdo con la leyenda, si alguien desea llegar a este lugar deberá de girar la segunda estrella a la derecha, volando hasta el amanecer.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

El NO ,existe.

CENICIENTA SUPO DECIR “NO”

Pufff… ya son las once de la noche y todavía me quedan por lavar los platos de la cena. Y mañana me tengo que levantar a las cinco, como siempre. ¡Estoy tan cansada!- esto era lo que Cecilia pensaba, pero decirlo en voz alta… ¡jamás!
- De acuerdo… Ya voy… Ahora mismito… Como a ti te parezca… Está bien- eran las únicas palabras que se le había escuchado decir.
Y Cecilia lavaba, planchaba, limpiaba, lustraba, barría, cocinaba y atendía a todos los demás. Solo de vez en cuando se escondía en su cuarto, a leer. A leer su cuento favorito: La Cenicienta.
… Y el hada se le apareció y la vistió con un traje de seda, el más hermoso que nunca había visto y le regaló unos zapatitos de cristal. “Debes llegar antes de la última campanada de las doce de la noche, porque después el hechizo se romperá…”
- Cecilia… ¡Cecilia!
- Ya voy.
Y el hechizo se rompía.
- Algún día, si soy muy buena y hago perfectamente todo lo que me piden y nunca me quejo… si soy como Cenicienta, vendrá mi hada madrina y me convertirá en princesa- pensaba Cecilia. Y corría esperanzada, escaleras abajo, para servir a los demás.
… Y el príncipe y Cenicienta bailaron y bailaron toda la noche sin tener oídos ni ojos para nadie más. De repente, comenzaron a sonar las campanas. Eran las doce de la noche. “Me tengo que ir”, dijo Cenicienta, apurada, mientras salía corriendo rápidamente del lugar. Pero cuando iba bajando las escaleras, uno de los zapatitos de cristal se le cayó y, por la prisa, ella no volvió a recogerlo. Entonces, el apuesto príncipe se levantó y …
- Cecilia… ¡Cecilia!
- Ya voy.
Y el hechizo se rompía. Una y otra vez, Cecilia volvía a la realidad y la esperada hada madrina no llegaba jamás. Días, semanas, meses… La vida de Cecilia seguía siempre igual. ¡Y no era precisamente la vida de una princesa!
- ¿Y si se perdió entre tanta gente de este mundo y no me encuentra?- se le ocurrió un día-. La voy a llamar: hada madrina, hadita…
Pero nada. Era como si el hada no existiera.
- ¿Sabes lo que pasa, Cecilia? Me parece que la llamas mal. Las hadas no vienen así como así, justo cuando las necesitas. Hay Que llamarlas de una manera especial- le dijo su mejor amiga, Paula.
- Pero en el cuento, el hada aparece sola, sin que Cenicienta la tenga que llamar.
- Sííí…pero eso solo pasa en los cuentos. En la vida real es diferente. Yo conozco la manera de llamar a las hadas. Pero es un secreto, ¿eh’
Cecilia se limpió la naricita con la manga y miró a su amiga con ansiedad.
- Las tienes que llamar cantando. Eso les gusta muchísimo.
Algo así como: “haaada/ ha-da-madriiina/ ven a mí/ven-ven-ven”. ¿Lo entiendes?
Cecilia asintió.
- Pero, además, debes tener el cuerpo preparado para recibirla-continuó Paula-. Es decir, debes tener el aroma de su comida preferida. En cuanto huelen su comida favorita, vienen enseguida. Y lo que más les gusta es el repollo con aceitunas y moras.
- ¿Repollo con aceitunas y moras? ¿Todo junto a una misma comida?
- Sí, todo junto en una misma comida.
- ¿Y qué tengo que hacer? ¿lo cocino y me lo pongo de perfume?
- Nooo… Lo cocinas y te lo comes. No puedes comer otra cosa en diez días, hasta que tus poros exhalen ese aroma. Ese es el secreto. Oler y cantar. No falla. ¡Ah, y… algo más? No puedes dormirte. Porque a las hadas les gusta aparecer por la noche.
Cecilia se puso pálida. ¿No dormir en diez días, comer una comida estrafalaria y cantar por los rincones es lo que tenía que hacer para llamar a su hada madrina?
- Y te convertirá en princesa-concluyó Paula.
Ya no hizo falta nada más para convencerla. Con tal de convertirla en princesa, Cecilia era capaz de hacer eso y mucho más. Claro que no fue nada fácil. Después de diez días, tenía el estómago revuelto de tanto repollo, la piel violeta de no dormir (o de comer tantas moras) y la voz ronca de no dormir y de tanto cantar por los rincones. Pero su hada madrina seguía sin aparecer.
- Bueno… vamos a tener que poner en marcha el plan dos- le sugirió Paula.
- ¿El plan dos?- preguntó cecilia tratando de mantener los ojos abiertos.
- Cuando las hadas no están en casa, están en el bosque. Tendrás que ir a buscarla ahí.
- ¿Ir al bosque? ¿Yo sola al bosque?
- Sí, y de noche. Es un método infalible. Allí las encontrarás, seguro. Lo único que tienes que hacer es ir, sentarte en algún lugar y cantar la canción de las hadas.
- No sé… me da mucho miedo.
- Y vendrá y te convertirá en princesa.
Y Cecilia partió por la noche hacia el bosque a buscar a su ansiada hada madrina.
¡Qué miedo, Dios, qué miedo! Se sentó sobre una roca en un claro del bosque y se puso a cantar:”Haaada/ha/da-madrina/ven a mi/ven aquí/te estoy llamando/te estoy esperando/ven/ven a mí/ven-ven-ven!.
- ¡Qué canto más extraño!
- Hada madrina… ¿Eres tú?
- Más o menos.
Cecilia giró la cabeza y vio que, a su lado, había una pequeña planta de flores rosadas.
- ¿Eres o no eres mi hada madrina?
- Más o menos. Soy tu flor madrina.
Una flor madrina? Eso sí que no lo había escuchado nunca. Pero, en fin, era madrina.
- ¿Y me trasformarías en la princesa más bonita de todo el reino?
- ¿Convertirte en una princesa? ¿Yo?- la flor la miraba sorprendida.
- Sííí. Me convertirás en una princesa y ya no tendrá que atender a nadie más. Ya no tendré que decirles a todos: “Sí… Ya voy…En seguida… Lo que a ti te parezca…”. Podré hacer lo que me parezca, lo que yo quiera, lo que yo diga. ¡Me convertiré en princesa! ¡Me convertiré en princesa…!
- Pero si yo no puedo convertirte en princesa-dijo finalmente la flor.
Cecilia se detuvo en seco.
- ¿Qué has dicho? ¿No habrás dicho que no puedes convertirme en princesa, verdad?
- Sí. He dicho eso.
- Pero… ¿qué clase de hada madrina eres?
- Yo no soy una hada madrina. Yo soy una flor madrina. No tengo varita mágica. No puedo volar. Y no puedo transformarte en nada.
Durante un rato, Cecilia la miró enojada.
- Entonces… entonces… ¡eres una flor madrina de morondanga! Una flor madrina que no sirve para nada. Eres… eres… ¡Eres una inútil!
- Lo que sí puedo darte son mis palabras mágicas. Mis palabras mágicas preferidas.
- ¿Cuáles? ¿Cuáles son? ¿Qué tengo que hacer? ¿Tengo que decir tus palabras mágicas para convertirme en princesa?
- No. Mis palabras mágicas preferidas son:
NO QUIERO/SÍ QUIERO
NO PUEDO/ SÍ PUEDO
- El secreto está- continuó la flor- en saber usar estas palabras mágicas en el momento adecuado. Si las aprendes a utilizar correctamente, serás libre. Y si eres libre, ya no necesitarás transformarte en ninguna princesa.
Y con una pequeña sacudida, Centaury, la flor, le llenó el vestido de pétalos. No era el vestido de una princesa, no, pero a Cecilia le gustó más que el de Cenicienta.


Cuento adaptado del original Educando al hada madrina (extraído del libro Flores y cuentos, de Diana Drexler)

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