
DESPLEGAR LAS ALAS
Érase una vez un granjeo que encontró una pequeña águila malherida. Como era un hombre de buen corazón, decidió llevársela a su granja para curarla y darle una vida digna junto al resto de sus animales.
Pasaron los días y cuando el águila ya estuvo totalmente repuesta de sus heridas, el granjero la instaló en el corral, donde pronto aprendió a comer por la misma comida que los pollos y a comportarse igual que ellos. Un buen día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
-¿Por qué esta águila permanece encerrada en el corral con los pollos y las gallinas? ¿Es que no puede volar?
Y el granjero respondió:
- La encontré hace tiempo herida en el bosque y, como le he dado la misma comida que a los pollos y la he criado junto a ellos, no ha aprendido a volar. En realidad, ya es un pollo más; ha dejado de ser un águila.
A lo que el naturalista repuso:
- Es muy hermoso lo que has hecho por ella. Sin embargo, tiene corazón de águila y, créeme, puede volar. ¿Qué te parece si la ponemos en situación de hacerlo?
- Creo que si hubiera querido volar, ya lo habría hecho… Yo nunca se lo he impedido.
- Es cierto, tú no se lo has impedido, pero, como has dicho, le has enseñado a ser un pollo. Y esa es la razón por la cual no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?
- Pero, ¿por qué insistes? Mírala: se comporta como los pollos; ya no es un águila. ¡Qué le haremos: hay cosas que no se pueden cambiar! – exclamó el granjero con resignación.
- Me parece que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parecería si nos fijásemos ahora en sus posibilidades?
- Pues tengo mi duda, porque… ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades pensamos en las posibilidades?
- Buena pregunta- respondió, complacido el naturalista-. Si solo pensamos en las dificultades, es probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que pensar en sus posibilidades de volar nos motivará para darle oportunidades e intentar ver si surten efecto?
- Es posible… -concedió el granjero.
Animado, el naturalista sacó al animal del corral. Lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta un montículo cercano. Entonces con gran respeto y solemnidad, le dijo:
- Tú perteneces al cielo, no a la tierra: abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Pero estas persuasivas palabras no parecían convencer al águila… Estaba confusa y, en cuanto divisó a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos.
Al día siguiente y sin desanimarse, el naturalista llevó al águila al tejado de la granja y la animó diciéndole:
-Eres un águila. Abre las alas y vuela. De veras: tú puedes hacerlo.
El animal contempló aterrado el vasto universo que se extendía bajo sus ojos. Sintió tanto miedo que, temblando, miró al naturalista y huyó una vez más dando pequeños saltitos hacia el corral.
Pero el naturalista era muy tenaz. Así que, muy temprano al día siguiente, llevó al águila a la montaña más alta de los alrededores. Y una vez en la cima, la cogió con ternura y le miró a esos ojos inundados de miedo, susurrándole:
-Es natural que tengas miedo. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, visitar lugares increíbles, jugar con el viento y conocer a otras águilas. Eres un águila: abre las alas y vuela…
El águila miró, primero, en dirección a la granja lejana; y, después, hacia el cielo. Entonces, el naturalista la levantó hacia el sol y, de pronto, el animal desplegó sus entumecidas alas y, al fin, con un graznido triunfante, voló y voló alejándose hacia el horizonte… Había recuperado sus posibilidades.
Adaptado de un cuento tradicional de Ghana, El águila que no quería volar, popularizado por James Aggrey
Érase una vez un granjeo que encontró una pequeña águila malherida. Como era un hombre de buen corazón, decidió llevársela a su granja para curarla y darle una vida digna junto al resto de sus animales.
Pasaron los días y cuando el águila ya estuvo totalmente repuesta de sus heridas, el granjero la instaló en el corral, donde pronto aprendió a comer por la misma comida que los pollos y a comportarse igual que ellos. Un buen día, un naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
-¿Por qué esta águila permanece encerrada en el corral con los pollos y las gallinas? ¿Es que no puede volar?
Y el granjero respondió:
- La encontré hace tiempo herida en el bosque y, como le he dado la misma comida que a los pollos y la he criado junto a ellos, no ha aprendido a volar. En realidad, ya es un pollo más; ha dejado de ser un águila.
A lo que el naturalista repuso:
- Es muy hermoso lo que has hecho por ella. Sin embargo, tiene corazón de águila y, créeme, puede volar. ¿Qué te parece si la ponemos en situación de hacerlo?
- Creo que si hubiera querido volar, ya lo habría hecho… Yo nunca se lo he impedido.
- Es cierto, tú no se lo has impedido, pero, como has dicho, le has enseñado a ser un pollo. Y esa es la razón por la cual no vuela. ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?
- Pero, ¿por qué insistes? Mírala: se comporta como los pollos; ya no es un águila. ¡Qué le haremos: hay cosas que no se pueden cambiar! – exclamó el granjero con resignación.
- Me parece que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parecería si nos fijásemos ahora en sus posibilidades?
- Pues tengo mi duda, porque… ¿qué es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades pensamos en las posibilidades?
- Buena pregunta- respondió, complacido el naturalista-. Si solo pensamos en las dificultades, es probable que nos conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que pensar en sus posibilidades de volar nos motivará para darle oportunidades e intentar ver si surten efecto?
- Es posible… -concedió el granjero.
Animado, el naturalista sacó al animal del corral. Lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta un montículo cercano. Entonces con gran respeto y solemnidad, le dijo:
- Tú perteneces al cielo, no a la tierra: abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Pero estas persuasivas palabras no parecían convencer al águila… Estaba confusa y, en cuanto divisó a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos.
Al día siguiente y sin desanimarse, el naturalista llevó al águila al tejado de la granja y la animó diciéndole:
-Eres un águila. Abre las alas y vuela. De veras: tú puedes hacerlo.
El animal contempló aterrado el vasto universo que se extendía bajo sus ojos. Sintió tanto miedo que, temblando, miró al naturalista y huyó una vez más dando pequeños saltitos hacia el corral.
Pero el naturalista era muy tenaz. Así que, muy temprano al día siguiente, llevó al águila a la montaña más alta de los alrededores. Y una vez en la cima, la cogió con ternura y le miró a esos ojos inundados de miedo, susurrándole:
-Es natural que tengas miedo. Pero ya verás como vale la pena intentarlo. Podrás recorrer distancias enormes, visitar lugares increíbles, jugar con el viento y conocer a otras águilas. Eres un águila: abre las alas y vuela…
El águila miró, primero, en dirección a la granja lejana; y, después, hacia el cielo. Entonces, el naturalista la levantó hacia el sol y, de pronto, el animal desplegó sus entumecidas alas y, al fin, con un graznido triunfante, voló y voló alejándose hacia el horizonte… Había recuperado sus posibilidades.
Adaptado de un cuento tradicional de Ghana, El águila que no quería volar, popularizado por James Aggrey
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